jueves, 11 de septiembre de 2014

Ahora leyendo (en narrativa): "Un mundo feliz", de Aldous Huxley

 Pocas novelas de ficción que representan un mundo futuro y deshumanizado han tenido tanto éxito como la presente o 1984 de Orwell. Si esta última critica la brutalidad estalinista (recordemos que George Orwell era un comunista desengañado), Un mundo feliz analiza la pérdida de individualidad y libertad de un mundo "hiperorganizado" en un modo más propio del capitalismo.
  La genialidad de Huxley, como la de Orwell, está en ser extraordinariamente conscientes de los defectos de sus respectivas sociedades y la posible evolución de los mismas. Lo peculiar es la semejanza en ambas hipotéticas sociedades: la deshumanización final. En el caso de 1984, la utopía comunista se deshace en añicos con la demoledora ideología del partido único: "Guerra es Paz, Libertad es Esclavitud, Ignorancia es Fuerza"; en otra memorable crítica del totalitarismo estalinista de Orwell, Rebelión en la granja, se resume con el conocido: "Todos somos iguales, pero algunos son más iguales que otros". El terrorífico mundo bosquejado por Huxley está en la estandarización de la humanidad en cinco categorías: los alfa, beta, delta, gamma y épsilon. Cada humano, creado artificialmente, recibirá una nutrición y una educación  que lo llevará a comportarse inequívocamente de esa manera. La sátira al capitalismo está, además de en la artificial desigualdad social, en el patológico afán consumista ( continuamente se alecciona por megafonía con joyas como: "Me gusta volar, me gusta volar, me gusta tener vestidos nuevos", "tirarlos es mejor que remendarlos, tirarlos es mejor que remendarlos"... La sociedad de Huxley cuenta el tiempo a partir de la producción en serie del primer Ford T, y nombran la era como "después de Ford", la estandarización, sistematización, el consumo desmedido  y  la deshumanización son, en definitiva las señas de identidad de ese "mundo feliz".
     La lectura, de tan verosímil, es incómoda, alarmante incluso. Obviamente ese mundo nunca existirá totalmente, pero hay claras señales que nos indican que, en parte, ya está entre nosotros, sobre todo lo referente a la generalización de pensamientos totalitarios en un mundo de consumo, una suerte de "fascismo capitalista" que en algunos países ya vivimos y parece que, desgraciadamente, está de vuelta, esta vez el jefe del estado no será un militar sino un político (hombre de paja) que hará aquello que sea necesario para que los verdaderos gobernantes, los representantes del Capital, rijan nuestras vidas.
 Por otra parte, la desigualdad social extrema y la distribución de las funciones y trabajos ya ha existido en tiempos pasados (y todavía existe hoy aunque de forma más soterrada). Si para Huxley la sociedad está formada por intelectuales alfa, clases medias beta y delta, y embrutecidos gamma y épsilon, en la América española del siglo XVI y XVII, los españoles peninsulares ejercían de virreyes, los criollos (descendientes de españoles o portugueses nacidos en América) supondrían una acomodada clase media, los mestizos (hijos de españoles e indígenas) serían clase baja, y los indígenas y negros traídos de África serían meros esclavos sin derecho alguno. Tan terrible e incómodo de recordar como suena. En las modernas sociedades multirraciales el panorama no es mucho más alentador, quizá no haya tal discriminación de facto, pero sí de iure. ¿Habremos de escandalizarnos, pues, ante las premoniciones de Aldous Huxley?