sábado, 27 de agosto de 2022

"Los cosacos", de Lev Tolstói.

  Obra de juventud, obra menor del inmortal autor de Guerra y paz o Ana Karénina, sin embargo, las líneas generales del que sería uno de los mayores representantes del realismo ruso ya están en esta breve novela. Los cosacos es una obra claramente autobiográfica, en tanto en cuanto el personaje principal, el cadete Olenin, es un joven que ha dilapidado la fortuna familiar en unos estudios universitarios en Moscú que no llega a finalizar y que, buscando un camino, se enrola en el ejército, siendo llevado al Cáucaso a combatir a los chechenos. El propio Tolstói dilapidó esa fortuna familiar para no terminar sus estudios y sirvió en los ejércitos del zar en esa cadena montañosa. 
 Los cosacos fue publicada según parece en 1863, apenas un par de años antes que Guerra y paz, aunque es probable que fuera escrita, siquiera a vuelapluma cuando el escritor sirvió en aquel sur de Rusia. Es una novela de aventuras en el sentido más lato de la expresión: personajes exóticos que viven vidas arrojadas, irreflexivas y peligrosas. Habiendo leído recientemente Los hermanos corsos, de Alejandro Dumas, no he podido dejar de recordar constantemente la novela del francés; si para Dumas Córcega era el "sur salvaje y exótico" al que mirar con admiración desde la civilizada metrópoli, para Tólstoi es el Cáucaso, y principalmente los cosacos, esa suerte de cultura marginal del ámbito ruso y ucraniano. Tolstói narra a los cosacos con una suerte de admiración infantil (como en las novelas de Julio Verne): los cosacos son presentados con las virtudes de los rusos (honorabilidad, disciplina, capacidad de sacrificio...) pero con aspecto caucásico o checheno (tanto en la indumentaria como en su comportamiento). El resultado final es un ruso exótico, vestido de forma estrambótica y viviendo al límite. Supongo que esos héroes, leídos por chicos moscovitas de vida ordinaria serían tan extraordinarios como los vaqueros para un chico neoyorquino.
 El destacamento del cadete Olenin vive en un poblado cosaco a orillas del río Térek. Las virtudes bárbaras pero honorables de los cosacos son mostradas a través del anciano Yéroshka y del joven guerrero Lúkashka, éste último está enamorado de una tal Marianka, prototipo también de la fogosidad cosaca, en este caso en el ámbito femenino. Olenin se enamora también de Marianka, pero no tanto de ella, como de su belleza sin artificio, su vida pura, su honestidad sin ambages... En todo momento, Olenin compara su anterior vida moscovita, falsa, afectada e hipócrita, con la nueva vida caucásica, verdadera, sin doblez y auténtica.
 Es una novelita correcta, no tiene, desde luego, el profundo análisis psicológico que luego desarrollará en sus dos novelas más famosas, pero tampoco tiene la intensidad espiritual de sus más notables ensayos (El reino de Dios está en vosotros o Confesión).

lunes, 15 de agosto de 2022

Inciso musical: poemas sinfónicos.

 No sé si le pasa a todo el mundo, pero yo sí recuerdo cuando empecé a interesarme por la música clásica (o culta, como se prefiera). Supongo que, como todos los europeos nacidos más tarde de, pongamos, 1950, la música popular (pop, rock y todas sus variantes) fue la primera música que un servidor escuchó; desde luego, por lado familiar no había influencia ninguna, ni buena ni mala (es decir, mala). Pero, teniendo yo unos doce añitos (sí, muy tarde, tristemente) en clase de música, el profesor nos puso una audición un tanto chapucera (supongo que en mono o en un estéreo portátil) del Preludio a la siesta de un fauno de Debussy. Fuera por la hora de la clase (la tarde, propicia para la siesta), por la cercanía de comportamiento entre chicos de doce años y animales salvajes o por la desidia a la que llevaba aquel sistema educativo (y todos), lo cierto es que la mayor parte de la clase sesteó aquella hora. ¿Y yo? No, yo no. No presumo de tener una sensibilidad musical especial, pero sí una sensibilidad hacia la belleza, especialmente artística, pero no sólo, y así emocionarme ante un poema, una pieza musical, una obra pictórica, pero también ante un amanecer o una sonrisa bonita... Parecerá poca cosa, pero si todos los habitantes de este planeta fueran así, no estaríamos como estamos.
Claude Debussy. Imagen tomada de Wikimedia Commons
 Aquel profesor tuvo el gran acierto de escoger una obra de duración corta, fácilmente entendible y no farragosa para ponérsela a chicos de doce años, pero también tuvo el acierto de explicar el poema sinfónico, la capacidad que éste tiene de describir una escena mediante la música, de despertar sensaciones, de hacer volar, en definitiva, la imaginación. Felizmente, aquel día estaba yo receptivo y, gracias a la sensibilidad a la que antes me refería, sufrí una auténtica revelación. Para ser sincero, el profesor, del cual guardo un excelente recuerdo por otra parte, falló al no referir al poema de Mallarmé que inspiró a Debussy; de hecho, sustituyó el fauno por un león, las ninfas por insectos, y las laderas del volcán Etna por la sabana africana. No sé, prefiero pensar que trató de hacer más asequible la audición para unos niños poco predispuestos a dejarse inundar por algo que no fuera la somnolencia a aquellas horas de la tarde. Pero, al margen de la mala calidad de la audición o de los errores interpretativos, para mí escuchar el Preludio a la siesta de un fauno fue una experiencia inmersiva: me sacó de aquella aula que apestaba a sudor adolescente y me sumergió en una escena propia de un documental de naturaleza... me evadí, en definitiva.
 No sé cuantos centenares de veces habré vuelto a escuchar esta pieza, y siempre consigue retrotraerme a la infancia, a una época tal vez un poco más feliz, con menos inseguridades y problemas... me evado, en definitiva.
Bedrich Smetana. Imagen tomada de Wikimedia Commons.
 Pero lo mejor de aquella tarde fue la curiosidad, el interés que despertó en mí, y que me llevó a buscar por mi cuenta algo más sobre Debussy y los poemas sinfónicos.  Dado que en mi casa sólo se escuchaba música pop por parte de mi hermana, marchas militares por parte de mi padre y... nada por parte de mi madre, no resultó fácil investigar sobre este tipo de música culta, pero aun así conseguí encontrar más poemas sinfónicos, especialmente uno que elevó a lo más alto esa categoría musical: El Moldava de Smetana. El Moldava  es una de esas obras que, en una sociedad no belicista, consiguieran aunar a la población en una idea que podría tener algo que ver con la pertenencia a un territorio (y no como se hace habitualmente, basado en chovinismo, mitos inverosímiles y patrioterismos infantiles). Es una obra sencilla pero apasionante, que describe con una rigurosidad ese río centroeuropeo hasta el punto de conocerlo sin haber estado nunca junto a sus orillas.
 Y, luego, están obras apabullantes como Las Hébridas de Mendelssohn y todos los poemas sinfónicos de Liszt, verdaderas adaptaciones musicales de obras literarias. Para gente como quien escribe, que disfruta tanto de la literatura como de la música, los poemas sinfónicos constituyen una convergencia extraordinaria que nos permite disfrutar simultáneamente de dos de nuestras principales querencias.

domingo, 14 de agosto de 2022

"Shosha", de Isaac Bashevis Singer.

  Novela relativamente tardía (publicada en 1978) aunque, probablemente, concebida en época temprana. Digo que se compuso en la juventud del autor, no tanto porque los hechos narrados tengan lugar en la década de los años treinta, sino porque son total y absolutamente autobiográficos. ¡Pues vaya vida que llevó entonces en bueno de Isaac! Hombre, cuando digo que es autobiográfica quiero decir que es "autobiográfica con licencias creativas". En realidad eso es lo más frecuente en narrativa: escribimos con personajes que conocemos a los que hemos quitado esto o añadido aquello; pero cuando es autobiográfico... entonces no hay forma humana de hacer que el personaje protagonista (alter ego del autor) carezca de buena parte de sus defectos y tenga otras muchas virtudes. En el caso de esta novela, Aaron Greidinger, es, a la chita callando, un seductor imparable que tiene varias amantes a la vez y las mujeres se deshacen en halagos y carantoñas. No sé, mirando la fotografía de Singer no parece dar el perfil...
 En el texto mismo está la clave de la novela, cuando al propio Greidinger le dicen que "el lector judío quiere Torá, sexo y aventura", y eso es lo que hay en el libro: judaísmo (más desde un punto de vista filosófico, preguntándose más que dogmatizando), sexo con prácticamente todas las mujeres que aparecen en la novela, y la aventura de vivir, con Hitler amenazando con arrasar Europa y, principalmente, a los judíos. 
 Con respecto a las otras novelas de Singer que he leído, esta es la más evidentemente autobiográfica, pues está ambientada en las calles del gueto de Varsovia en el que el autor vivió; el tal Greidinger también se casa en Europa, abandona (quizá esto es excesivo, pongamos "se separa") a su mujer y su hijo, y rehace su vida en Estados Unidos, todo igual que Singer.
 Digamos que es una revisión intelectualizada de su propia vida, sin hacer juicios de valor sino sólo narrando los hechos. Desde la interpretación de este lector, tal vez sea la búsqueda de un amor puro y sin mácula, toda vez que las relaciones que establece el protagonista con distintas mujeres están mediatizadas por el interés profesional, económico o social, mientras que la relación con Shosha está fuera de esas consideraciones, de hecho esa relación va contra los intereses antes mencionados.
 A la vez que todo esto ocurre, se cierne sobre los personajes la amenaza sorda pero cierta del nacionalsocialismo y los regímenes títeres que se habrán de imponer en toda Europa. En este sentido, esos personajes se debaten entre huir lo antes posible para salvar la vida, o refugiarse en la esperanza en la otra vida para esconderse de ella.
 Para ahondar más en lo del carácter autobiográfico, la novela está escrita en primera persona; también mantiene la ligereza narrativa propia de Singer, ligereza que nunca va reñida con una calidad excelsa.

sábado, 6 de agosto de 2022

"Por senderos que la maleza oculta", de Knut Hamsun.

  Nórdica publica este texto, más un diario y cuaderno de pensamientos y recuerdos que un verdadero ensayo, en el que Hamsun narra sus años de reclusión desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Reclusión primero en un hospital de una zona rural, luego en un geriátrico y, durante un pequeño espacio de tiempo, en un psiquiátrico. Para esas fechas, Knut Hamsun era un anciano de ochenta y nueve años, totalmente sordo y de movilidad reducida. Los cargos que le llevaron ante el Tribunal Supremo de su país fueron los de traición a la patria y colaboración con el Tercer Reich (fuerza ocupante en Noruega con la colaboración del estado títere encabezado por Vidkun Quisling -que sería fusilado el año 45-). Desde luego, Knut Hamsun tomó partido por el Eje desde principio de la Segunda Guerra Mundial, escribió numerosos artículos periodísticos en defensa del régimen nazi, y llegó incluso a regalar a Joseph Goebbels la medalla del Premio Nobel (según parece, para conseguir una entrevista personal con Adolf Hitler). Pero, ¿se puede afirmar que Hamsun, aunque fuera en sus últimos años de vida, fue nacional socialista?
 En mi opinión: decididamente, no. 
 Desde luego, Hamsun no se escondió, no echó marcha atrás ni se desdijo de ninguno de sus artículos, lo cual llevó a la masa manipulada a considerar que era un colaboracionista sin lugar a dudas. Pero quizás el propio Hamsun no fue sino una víctima más de su ingenuidad al no contar con la maledicencia y la sed de sangre de esa masa de borregos a la que me refería antes, algo que le ocurrió a muchos intelectuales de la época. 
 Recordemos la falacia esa según la cual tras una guerra llega la paz; no, en absoluto, nunca. Tras la guerra llega la imposición de los vencedores, su interpretación histórica, la creación de sus dogmas indubitables y la eliminación física de los enemigos vencidos. Esto ha sido siempre así y siempre será... Hamsun no fue fusilado como otros porque era un Premio Nobel casi nonagenario, y lo dejaron pasar con una sentencia de compromiso ante la opinión pública (una fuerte multa económica) y un veredicto que lo calificaba poco menos que de viejo chocho.
 En este diario publicado por Nórdica se muestra a un anciano quizás con principio de senilidad, que recuerda episodios anecdóticos de su juventud tanto en Noruega como en Estados Unidos. De las ciento sesenta páginas, más de ciento cincuenta páginas son eso, los recuerdos borrosos de un viejo... pero en diez páginas escasas transcribe su defensa ante el Tribunal Supremo, una defensa firme, pero distante, indiferente a lo que pensaran los demás, incluido el tribunal. Hamsun afirma que apoyó el régimen colaboracionista de Quisling y que escribió esos artículos periodísticos para que los jóvenes noruegos no se opusieran a la ocupación. Dice que creía que, tras la victoria final alemana, Noruega tendría un importante papel en la Europa germánica. Finalmente, argumenta que el tiempo borrará la importancia de aquel presente, que dentro de cien años nadie recordará al escritor ni al "honrado tribunal". Aquí se equivocó, pues cien años más tarde, en 2049, se seguirá leyendo a Hamsun, pero nadie recordará, obviamente, a ese "honrado tribunal".
 Y, eso no lo dice Hamsun, lo dice un servidor, el tiempo juzgará. Aunque desde nuestro 2022 ya ha juzgado: Knut Hamsun ha sido rehabilitado totalmente como uno de los mayores escritores nórdicos de todos los tiempos y sus "juzgadores" (los del tribunal y los borregos de la masa) han sido aplastados hasta convertirse en polvo.
 Knut Hamsun (a diferencia de esos juzgadores) conoció buena parte del mundo, no sólo Escandinavia sino también toda Europa y Estados Unidos. Quizá se le pueda tachar de simplista cuando dividió el mundo (al menos, Europa) en el mundo anglosajón, mundo del comercio, de lo mercantil y lo industrial, y el germánico, mundo de las ideas, las artes y lo inmaterial. Sí, una división simplista y estereotipada, pero él lo creyó así y lo constató en sus años de estancia en América. El fallo del noruego, en mi opinión, consistió en quedarse en la coyuntura sociopolítica y económica de su época; tal vez si hubiese tenido una visión histórica más a largo plazo hubiera liberado a las dos culturas, anglosajona y germánica, de esos estereotipos tan manidos que, aparentemente, afectaron a millones de almas en la primera mitad del siglo XX.

viernes, 5 de agosto de 2022

"Los pequeños hombres libres", de Terry Pratchett.

  Trigésima novela del Mundodisco, aunque en ésta no se hace referencia ninguna a ese extraño planeta a lomos de una gigantesca tortuga cósmica. De hecho, esta novela es una rara avis en la saga, pues tampoco interviene ningún personaje conocido anteriormente, salvo los Nac Mac Feegle (pequeños hombrecillos azules, alcohólicos y pendencieros que dan nombre al texto), y es una novela más sencilla (en el sentido de no urdir varias líneas argumentales para converger al final, y de no utilizar apenas la ironía o el sarcasmo) hasta el punto de que ha sido considerada "dirigida a jóvenes adultos". Porque, creo haberlo dicho hasta la saciedad, Pratchett no es en absoluto novela juvenil; sus tramas son demasiado complejas y, sobre todo, requieren que el lector tenga una experiencia vital bien desarrollada para que la comprenda plenamente. Sí, en ese sentido cabría decir que Los pequeños hombres libres es más ligera, menos elaborada que las otras, y que esa falta de "mala leche" en el humor a que nos tiene acostumbrado el autor inglés la convierta en algo más juvenil.
 Argumento general de Los pequeños hombres libres: Tiffany Dolorido es una niña de nueve años, nieta de una mujer de carácter (léase, bruja), que pastorea el hato de ovejas de su familia y cuida de su hermano pequeño, Wentworth. Un mal día, éste es secuestrado sin dejar pista alguna; los Nac Mac Feegle (esas criaturas de pequeño tamaño que Pratchett llama pictsies -mezcla de pictos y pixies-) le informan de que ha sido la reina, una criatura sobrenatural (como casi todo el mundo aquí) que vive en el mundo de los sueños, pero de los sueños malos, de las pesadillas, vamos. Tiffany tendrá que ir en busca de su hermano en compañía de las pequeñas criaturas, entrar en el mundo de las pesadillas y conseguir volver a su realidad inicial. Como suele ocurrir en Pratchett, todo acaba explicándose, incluido que esa reina en realidad es una víctima, que roba niños por haber vivido una infancia dura en el orfanato y necesitar afecto de forma urgente.
 Comentaré, aunque sea de pasada, que en la traducción (firmada por Pilar Ramírez Tello, por cierto) se sustituye la jerga de los pictsies (supongo que un inglés preñado de localismos escoceses) por un castellano arcaico con incrustaciones del gallego y del asturiano. No he leído la versión original, por tanto no puedo juzgar con pleno conocimiento, pero entiendo que la traductora sale bien parada de esta dificultad añadida al dar al habla de los Nac Mac Feegle ese carácter anacrónico y popular que, probablemente, tenga en el original de Pratchett.
 En fin, otra novela más que pergeña ese mundo alternativo de Pratchett que tanto tiene que ver con el nuestro, aunque, claro, siendo todo más humorístico, más alegre y menos sórdido y rutinario.

La simplicidad, verdadera sabiduría de la vida.

 

Knut Hamsun. Imagen tomada de Wikimedia Commons.

 "De vez en cuando me siento allí porque es un buen sitio para quedarse embobado, observar a las hormigas y volverse sabio."
                                       Knut Hamsun. Premio Nobel.