sábado, 18 de marzo de 2017

"El secreto del estrangulador", por Tardi y Siniac.

 Los franceses son muy aficionados a la narrativa policiaca o novela negra, no hay más que recordar a Georges Simenon, Léo Malet o Didier Daeninckx, y con ellos también el autor de este cómic, Pierre Siniac. Pero ahora pienso en que, en realidad, novela negra hay en todas las lenguas europeas, piénsese en Conan Doyle y Agatha Christie, la caterva de escandinavos recientes o incluso nuestros Vázquez Montalbán o Lorenzo Silva. En cualquier caso, los que usan la lengua de Molière tienen la fortuna de haber sido "pasados" al cómic por uno de los grandes dibujantes del continente: Jacques Tardi.
 La colaboración entre escritores de notable reputación y dibujantes de la calidad de Tardi produce novelas gráficas de una calidad inigualable, algo que se echa en falta cuando los dibujantes son también los escritores (como es el caso de los grandes Hugo Pratt o Vittorio Giardino). Parece ser que el tal Pierre Siniac tiene publicadas en el país vecino varias decenas de novelas policiacas y algún que otro premio para tal literatura. Y de Tardi... ¡qué decir! Uno de los artífices que han conseguido que el cómic de toda la vida así llamado (en España, las más de las veces, tebeo) renaciese como "novela gráfica", no porque cambiara el tipo de viñeta sino porque la temática se volvía mucho más adulta. En este caso es novela negra, como los de la serie del detective Nestor Burma; pero en otros es novela autobiográfica, como los cómics que Tardi dedica a su padre cuando éste fue prisionero de guerra de los nazis; o incluso de la Revolución Francesa. Jacques Tardi toca temas que décadas antes hubiera sido impensable que se pudieran tratar en un género tan inicialmente infantil o juvenil como el tebeo.
 Tardi dibuja principalmente en blanco y negro, lo cual refuerza la sordidez del ambiente en la novela policiaca y en la bélica. Por otra parte, no se limita a ser dibujante, en toda su obra transmite un profundo antibelicismo y una consciencia de pertenencia a la clase obrera que desdeña el poder político y social. En fin, uno de los grandes del cómic franco-belga.

Ahora leyendo: "La muñeca de nieve y otros cuentos", de Nathaniel Hawthorne.

 De la mal llamada "literatura victoriana" (mal llamada porque tal literatura sería achacable solo a lo escrito en el Reino Unido durante el reinado de dicha reina, no en Estados Unidos como es el caso), Hawthorne es de lo que más me gusta últimamente. Concita la prosa del americano la descripción minuciosa, la adjetivación profusa, pero también el gusto por lo oscuro, lo sobrenatural o, al menos, lo extraño. Este pequeño volumen editado por Acantilado así lo demuestra.
  El relato que da título al tomo muestra ese gusto vicioso por lo antinatural e ilógico que da ese toque picante a vidas que, sin ello, serían demasiado aburridas, demasiado previsibles. Pero además, el bueno de Nathaniel cumple con otra característica muy frecuente entre algunos victorianos, en este caso del otro lado del Atlántico: su defensa cerrada de los ciudadanos más desfavorecidos de la sociedad, los proletarios, los pobres de solemnidad, los desahuciados de esta insigne humanidad que son adornados con todos las virtudes habidas y por haber, mientras que los ricos y poderosos son mostrados en su inmensa bajeza moral. Me viene a la cabeza Dickens, por supuesto, que no tiene novela o relato en los que los protagonistas no sean desheredados que tratan de salir adelante contra viento y marea, mientras son explotados por los pudientes. Excepciones hay, claro, como la "pedorra" de George Eliot, capaz de escribir un tomo tan largo como tedioso como es Middlemarch en la que se regodea de la anodina vida de los de alta cuna como ella misma.
  Los cuentos de este tipo son pequeñas joyas que aguantan perfectamente el paso del tiempo, otra razón para no leer literatura contemporánea, sometida al mercadeo editorial que impide distinguir el grano de la paja.