De la mal llamada "literatura victoriana" (mal llamada porque tal literatura sería achacable solo a lo escrito en el Reino Unido durante el reinado de dicha reina, no en Estados Unidos como es el caso), Hawthorne es de lo que más me gusta últimamente. Concita la prosa del americano la descripción minuciosa, la adjetivación profusa, pero también el gusto por lo oscuro, lo sobrenatural o, al menos, lo extraño. Este pequeño volumen editado por Acantilado así lo demuestra.
El relato que da título al tomo muestra ese gusto vicioso por lo antinatural e ilógico que da ese toque picante a vidas que, sin ello, serían demasiado aburridas, demasiado previsibles. Pero además, el bueno de Nathaniel cumple con otra característica muy frecuente entre algunos victorianos, en este caso del otro lado del Atlántico: su defensa cerrada de los ciudadanos más desfavorecidos de la sociedad, los proletarios, los pobres de solemnidad, los desahuciados de esta insigne humanidad que son adornados con todos las virtudes habidas y por haber, mientras que los ricos y poderosos son mostrados en su inmensa bajeza moral. Me viene a la cabeza Dickens, por supuesto, que no tiene novela o relato en los que los protagonistas no sean desheredados que tratan de salir adelante contra viento y marea, mientras son explotados por los pudientes. Excepciones hay, claro, como la "pedorra" de George Eliot, capaz de escribir un tomo tan largo como tedioso como es Middlemarch en la que se regodea de la anodina vida de los de alta cuna como ella misma.
Los cuentos de este tipo son pequeñas joyas que aguantan perfectamente el paso del tiempo, otra razón para no leer literatura contemporánea, sometida al mercadeo editorial que impide distinguir el grano de la paja.
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