domingo, 24 de febrero de 2013

Ahora leyendo: "Walden", de Henry David Thoreau

  Ya hablé de Thoreau en una entrada anterior, es uno de los autores filosóficos -sí, filosóficos, aunque nunca estudiara en prestigiosa universidad, fue filósofo pues trató de averiguar la esencia misma de la vida y las razones para afrontarla- que más ha marcado mi vida en los últimos tiempos. Había leído Desobediencia civil, con algunos párrafos que me quitaron la respiración y que tuve que anotar rápidamente para asimilar su sencillo pero a la vez profundo sentido. Ahora comienzo con Walden, en una cuidada y muy bien prologada versión de Cátedra, esta:
  El ensayo es epónimo del lago Walden, un lago de origen glaciar en el estado de Massachusetts, al que Thoreau se retiró para vivir una vida sencilla. Vivió allí más de dos años en una pequeña cabaña de madera sin ninguna comodidad en la que estuvo buscándose su propia comida y manteniéndose cual ermitaño. El resultado es una apología de la vida natural y sencilla, muy alejado del capitalismo que ya se imponía por aquella época -1854- y que ha conquistado a toda la humanidad con su consabido "tanto tienes, tanto eres".
   Thoreau demostró la necesidad de una simplificación en nuestra vida para poder encontrar lo que es verdaderamente esencial, y no desperdiciarla con aspectos secundarios e irrelevantes. En mi opinión, los postulados de Thoreau son siempre válidos, pero en épocas como la actual en la que nos atenaza el miedo a la crisis, a la pobreza, a la pérdida de un cierto estándar de vida, la vuelta a la esencia de las cosas nos permitirá liberarnos de toda esa morralla capitalista que solo consigue hacernos más infelices cuanto más cosas poseemos.

Parques para leer: "El Campo Grande"

  Este es, claramente, el parque de mi madurez. A menos de cinco minutos de mi casa y teniendo niños pequeños, el Campo Grande se ha convertido en mi segundo hogar y, espero, sea el segundo hogar de L y D. 
   El Campo Grande comparte muchas similitudes con El Retiro: ambos son los parques históricos de sus respectivas ciudades, verdaderos pulmones de Madrid y Valladolid; al lado de ambos parques he vivido y vivo yo, afortunado de mí... ¿afortunado? Relativamente, al menos en este último lo elegí conscientemente, quería vivir cerca del Campo Grande; y, por último, ambos son un tanto melancólicos, al menos esa es mi apreciación, quizás porque su forma actual es de tiempos del Romanticismo -aunque, por supuesto, existieran con mucha antelación-.
   En el Campo Grande he leído decenas de novelas e incontables poemas, generalmente mientras mis hijos jugaban en sus columpios -por cierto, de los mejores columpios que he conocido, tanto en mi infancia como en la actualidad-. La única pega que le pongo, y que en buena medida es debido no a un fallo del parque si no a la edad que uno va cumpliendo, es que es demasiado umbrío, demasiado húmedo; más de una vez, tras estar leyendo varias horas, he tratado de levantarme del banco y he notado que mi espalda decía que no. Por lo demás, es la mejor joya que tiene la ciudad de Valladolid.