Este es, claramente, el parque de mi madurez. A menos de cinco minutos de mi casa y teniendo niños pequeños, el Campo Grande se ha convertido en mi segundo hogar y, espero, sea el segundo hogar de L y D.
El Campo Grande comparte muchas similitudes con El Retiro: ambos son los parques históricos de sus respectivas ciudades, verdaderos pulmones de Madrid y Valladolid; al lado de ambos parques he vivido y vivo yo, afortunado de mí... ¿afortunado? Relativamente, al menos en este último lo elegí conscientemente, quería vivir cerca del Campo Grande; y, por último, ambos son un tanto melancólicos, al menos esa es mi apreciación, quizás porque su forma actual es de tiempos del Romanticismo -aunque, por supuesto, existieran con mucha antelación-.
En el Campo Grande he leído decenas de novelas e incontables poemas, generalmente mientras mis hijos jugaban en sus columpios -por cierto, de los mejores columpios que he conocido, tanto en mi infancia como en la actualidad-. La única pega que le pongo, y que en buena medida es debido no a un fallo del parque si no a la edad que uno va cumpliendo, es que es demasiado umbrío, demasiado húmedo; más de una vez, tras estar leyendo varias horas, he tratado de levantarme del banco y he notado que mi espalda decía que no. Por lo demás, es la mejor joya que tiene la ciudad de Valladolid.
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