sábado, 10 de noviembre de 2012

La escritura como refugio de la introversión


 
Es muy frecuente que grandes escritores del pasado y del presente sean grandes tímidos que escondían en el “negro sobre blanco” su incapacidad de transmitir sus pensamientos, deseos, temores, alegrías y ansias de forma oral. Caso conocido es el de Franz Kafka, autor genial en esa genialidad que bordea la locura; Kafka escondía su incomprensión al mundo que lo rodeaba, él mismo se sentía como su personaje de la metamorfosis: extraño, incomprendido, innecesario, mediocre y pequeño; escribiendo huía de la sociedad aria que lo reprobaba como judío, del pequeño e insignificante trabajo con el que mantenía su espartana vida, de las mujeres a las que deseaba y de las que se sabía indeseado, de los caseros de las sórdidas pensiones en las que era siempre observado con resquemor...
Borges es otro caso fácilmente observable, su incapacidad visual le abrió enormemente la visión de la sensibilidad, la capacidad de separar cuerpo y mente para alcanzar la posición del otro, para sentir en piel ajena, escapando así de la maldición a que había sido condenado por un extraño y “creativo” demiurgo todopoderoso.
Hesse retrató una importante parte de la sociedad de cualquier tiempo en su lobo estepario, es precisamente el personaje fundamental de esta obra sin par otro ser perdido, incapaz de encontrar su rol en la sociedad que lo rodea, incapaz de asumir los principios indiscutibles que ésta propugna, no dotado, en fin, de esa cualidad tan frecuente que es la sociabilidad.
La sensibilidad: esa es la característica común de los grandes literatos. Una capacidad poco frecuente en esta sociedad que premia el amor propio con esa animalidad que se nos exige para seguir alentando. El deleznable orgullo y la vanidad que raya en el onanismo nos proporcionará una vida tranquila, sin desasosiegos, sin angustias vitales, felices como seremos retozando en el lodazal de nuestra propia mediocridad; ¿para qué preocuparnos de las necesidades afectivas de otros, de sus éxitos o fracasos personales, de sus sinsabores o rotundos fracasos? En confrontación a todo esto, la capacidad de detectar el pálpito de los demás nos hará sufrir con sus derrotas y pérdidas, pero nos enriquecerá sin límites, desarrollándonos una nueva cualidad: la de sufrir en cabeza ajena; sin embargo la sensibilidad también nos facilitará un pasaje al fracaso, entendido éste como un concepto social y comúnmente asumido.
El fracaso humano y social son frecuentemente confundidos, sin distinguir que muchos individuos consideran su fracaso social como verdadera demostración de su éxito en cuanto que ser humano, distanciándose así de las mediocridades generales; por el contrario otros consideran ambos fracasos distintas caras de una misma moneda. La sonrisa cotidiana que denota, sin duda, la estupidez materializada en solo gesto, es símbolo del más rotundo éxito humano, poco importa que ese individuo sea absolutamente incapaz de sentir nada más que no sea una maravillosa admiración por su insondable mediocridad; esa sonrisa le sirve además para despreciar a aquel que sí puede estrujarse el intelecto para ver más allá de la mera apariencia, aunque esto le provoque más desasosiego que felicidad.