lunes, 8 de agosto de 2016

Ahora leyendo: "La perla", por John Steinbeck.

 Debía ser el año 1995, vivía yo entonces, de forma intermitente, en una casa que mi padre había comprado a un hermano suyo en Buitrago de Lozoya, en soledad (como casi siempre) con la inestimable compañía de Alba, la perra; allí podía alejarme del maltrato familiar y social en general y fingir una suerte de autonomía personal. Por aquellos días leía con fruición la obra principal de Steinbeck, Las uvas de la ira, y el recuerdo de aquella soledad bien acompañada por la literatura y el animal me vuelve con relativa frecuencia. Ahora empiezo un relato (hoy casi se podría llamar novela breve), La perla.
  A Las uvas de la ira siguió, años después, De ratones y hombres, así como Una vez hubo una guerra. Steinbeck fue siempre un referente para mí, no tanto como escritor sino como persona, como intelectual. Fue un tipo capaz de reconocer lo verdaderamente importante en la vida: la amistad, las experiencias, reforzar la humanidad de cada uno... tan diferente de los imbéciles que dominaban el mundo en su época (y hoy, sus hijos y nietos, tan imbéciles como sus antepasados, siguen haciendo) que valoraban bobadas sociales (dinero, títulos, posesiones, estatus social...). Las novelas de Steinbeck son verdaderos alegatos del más fino humanismo, liberado de toda esa bazofia que nos enfanga desde el principio de los tiempos. Su estilo, por otro lado, es natural, sin ampulosidades ni pretensiones, lo que en aquellos años se empezaba a denominar "estilo periodístico" por su sencillez.
  La perla es un relato en el que la belleza del ser humano más pobre y humilde resalta frente a la maldad retorcida del rico... tal cual la vida es. Una familia de indígenas (no se dice de donde, pero se supone que de México o California, tanto por los nombres como porque California fue la tierra del autor y donde se ambientan casi toda sus obras) que viven en extrema pobreza y sufren una desgracia más: su único hijo es picado por un escorpión. La familia, aterrorizada pide la ayuda del único médico del pueblo, que los despide entre desprecios al no poder pagar sus servicios; sin embargo, la Providencia les premia con lo único que podría cambiar su existencia, el hallazgo de una perla. Súbitamente todo cambia, el otrora despreciativo médico trata por todos los medios de cuidar al pequeño enfermo, el cura que solo atendía a los blancos visita por primera vez a la familia... todo al revés por culpa de la repentina riqueza. No cabe duda de que Steinbeck era un moralista muy cercano a la de la verdadera fe cristiana (no la aparente que se esconde tras grandes casas, títulos o estatus social aunque vista ropas eclesiásticas) sino aquella recogida en el Sermón de la Montaña, algo muy parecido al de otro gran escritor, en este caso ruso, Lev Tolstoi.