sábado, 17 de junio de 2017

"Judíos errantes", de Joseph Roth.

 Roth es considerado uno de los mejores escritores de la primera mitad del siglo XX, y todavía está siendo descubierto. Pero, en realidad, Joseph Roth era más periodista que escritor, alguien que tenía un estatus muy respetado en la prensa escrita de Viena, capital por entonces de esa amalgama de culturas, pueblos y naciones conocida como Imperio Austrohúngaro. Las pocas fotografías del periodo anterior a la Gran Guerra muestran a un Roth sonriente, lujosamente ataviado, refinado incluso que disfruta del éxito profesional y personal. Las imágenes tras la guerra, no tienen nada que ver, Roth es un hombrecillo de mediana edad de aspecto cansado y frustrado que ha perdido lo mejor de su vida y ha ganado lo peor: ha perdido su propio país, su trabajo, su situación social privilegiada; y ha ganado algo que, a priori, no tiene nada de bueno o malo per se, pero que habría de confirmarse como algo terrible a lo largo de las décadas de los años 30 y 40, su "judeidad". Obviamente la condición de judío supuso en los países germánicos el billete al asesinato expedido por los fanáticos nacionalsocialistas y las masas silentes que miraban hacia otro lado. Muchos, Joseph Roth entre ellos, tenían una relación muy laxa con el judaísmo: sí, pertenecían a dicho grupo humano, pero ni practicaban la religión ni las tradiciones y se habían asimilado totalmente a la cultura germánica; solo cuando la barbarie nazi se instaura en aquella sociedad, Roth y otros miles son etiquetados como judíos, como subhumanos y solo aptos para los campos de exterminio.
  Judíos errantes son un conjunto de breves ensayos en los que el autor emite jugosas disquisiciones sobre la inmoralidad de lo que ya estaba sucediendo en los años 30 (postración social, pérdida de empleos, deshaucios de viviendas, inicio de detenciones y traslados a campos de concentración), en realidad todavía no había ocurrido la barbarie con letras mayúsculas (Roth moriría en mayo del 39), todavía la maquinaria nazi no había comenzado a asesinar a seis millones de seres humanos de forma industrializada. Con todo, lo que más me ha sorprendido, al menos del primero de los ensayos, es que la actitud más crítica del autor no cae sobre los alemanes arios (tal vez los consideraba ya incapaces de cualquier reacción moralmente aceptable) sino hacia los judíos asimilados culturalmente que recibían con indiferencia cuando no con rechazo a sus congéneres del Este. Puede que fuera una autocrítica, toda vez que, como ya dije antes, él estaba plenamente insertado en aquella civilización occidental.
  Hay ensayos políticos y sociales duros por lo que narran, y otros por lo que anticipan y el tiempo acaba por desvelar. Judíos errantes es, obviamente, del segundo tipo. Y como siempre, para aquellos que puedan estar hartos del drama judío, que piensen que todo aquello que ha sucedido, por pura ley estadística, puede volver a suceder. La maldad fanática de unos pocos combinada con la indiferencia pequeñoburguesa de la gran mayoría puede llevar a la humanidad a cotas de horror ya registradas; en realidad, los dramas humanos se repiten una y otra vez aunque sea a escala menor; el propio título, en su adjetivo, "errantes", nos da una clave sobre aquellos que sufren más en cualquier sociedad, los migrantes, aquellos que no son queridos ni aceptados y que en un mundo con más de 7 mil millones de seres humanos y grandes diferencias socioeconómicas serán siempre los perdedores natos

"Balada de la Costa Oeste", por Manchette y Tardi.

 Para mí, Jacques Tardi es el mejor dibujante de cómics de todos los tiempos. Su diseño de línea clara, con blancos y negros que refuerzan la crudeza de la historia contada; sus temas, en absoluto infantiles o juveniles, pero tampoco soezmente pornográficos, sino antibelicistas y de novela negra; el extremo cuidado con el que dibuja paisajes, calles, casas o automóviles, le aúpan a un nivel al que nadie ha accedido hasta el momento. Lo mejor, no obstante, es que no es el escritor de sus relatos (salvo las relacionadas con las guerras mundiales y de las que obtuvo información de su propio padre) son tomadas de la pléyade de grandes escritores franceses de novela negra (Millet, Manchette, Simenon...), con lo cual la trama es de mayor calidad que la de aquellos dibujantes de cómic que también pretenden ser escritores (véase a los también grandes Vittorio Giardino o Hugo Pratt).
  Éste en concreto está basado en un relato de Jean-Patrick Manchette, novelista y crítico literario fallecido a finales del siglo pasado. Estos ilustradores dieron un lustre importante al subgénero, que los editores aprovecharon para cambiarle el nombre de cómic a novela gráfica y hacerlo así más apetecible por el público adulto.
  Nunca me gustó mucho la novela negra o policiaca, pero he de reconocer que la combinación de ésta con el cómic es francamente interesante cuando lo pone en práctica gente como Jacques Tardi.