sábado, 21 de junio de 2014

Individualismo enriquecedor frente a colectivización empobrecedora del pensamiento en Antonio Muñoz Molina y Enrique Vila-Matas

 Dos de los más preclaros escritores -e intelectuales- de la España que nos ha tocado vivir, Antonio Muñoz Molina y Enrique Vila-Matas, a vueltas con la singularidad del pensador, siempre a contracorriente de la masa; interpretación más política y social en el andaluz y más literaria en el catalán. Copio y pego:

 Recuérdalo tú (Antonio Muñoz Molina)

Durante el franquismo, en los últimos años, que son los que yo recuerdo, antifranquistas había muy pocos. Y demócratas menos aún. Yo, por ejemplo, y la gente con la que yo trataba, con la que reunía, junto a la que participaba en asambleas y reuniones más o menos conspiratorias: Éramos antifranquistas, pero no éramos demócratas. Creíamos que la República democrática alemana era democrática y que la república federal era neonazi, cosas así. Y que la revolución cultural de Mao era una especie de gran recreo antiautoritario colectivo. Cuando empezó a haber más antifranquistas fue después del franquismo. Cuántos más años pasan más antifranquistas vehementes aparecen. Dentro de poco habrá tantos que será posible evitar, retrospectivamente, que Franco se muera en la cama. Cualquier día casi podemos dar la vuelta a la batalla del Ebro. El número de antifranquistas no para de crecer, bastante más que el de demócratas.
Iba por la calle en Madrid en esta noche silenciosa y cálida, con su silencio de derrota deportiva, y pensaba que casi todas las ideas que me parecen fundamentales son minoritarias, o están en declive. o desacreditadas. Como soy demócrata -he ido aprendiendo- acepto la regla de las mayorías, a condición de que no desbarate el imperio de la ley. Como soy demócrata, vindico mi derecho a lo minoritario, a lo exiguo.


 Agitación en la red (Enrique Vila-Matas)

Dos prácticas ya habituales de Internet: el acoso masivo y las injerencias especialmente toscas en lo que se escribe. ¿Los acosadores? Colectivos de cuervos que censuran a aquellos que se distancian de lo que mastica el vulgo. Pensar por cuenta propia es perseguido. Se busca uniformidad y por eso, en medio de tanta gris disciplina, sonaron singulares las palabras de Raimon al recibir el premio de Honor de las Letras Catalanas: “Yo no soy de los míos, cuando los míos quieren que sea como ellos querrían y no como saben que soy”.
Fueron palabras que generaron agitación en la Red, y hubo más de un merluzo que no las entendió por “enrevesadas”. ¿Será que hay quien ya sólo alcanza a captar las simplonas sentencias de su tribu?
Es el nosotros ante el yo. No hay día en que no se extienda más la distancia entre colectividad y singularidad, entre masa y ser ciudadano. Nada nuevo bajo el sol, de acuerdo, pero pienso en buenos articulistas, por ejemplo, que han conocido injustos linchamientos en la Red; la forma innoble de acosarlos me ha remitido siempre a Robert Musil, Sobre la estupidez: “De modo especial, una cierta clase media-baja del espíritu y del alma pierde totalmente el pudor ante su necesidad de presumir tan pronto como ve que le está permitido —bajo la protección del partido, la nación, la secta o la corriente artística— decir nosotros en lugar de yo”.
¿Y qué decir del infinito número de presumidas injerencias en lo que se escribe? ¿Se imaginan a su escritor favorito —pongamos Montaigne— interrumpido y corregido por las opiniones de sus vecinos más rústicos? ¿Qué habría sido de sus Ensayos?
Antes los articulistas aún podían concentrarse en su trabajo, pero hoy van camino de convertirse en esclavos de una concepción distorsionada de la participación, pues tienen acceso a reacciones inmediatas de lo que han escrito: en general, comentarios que muerden y excitan el espíritu de confrontación.
De esto hablaba Sergi Pàmies —flamante y merecidísimo premio Vázquez Montalbán— en un ya antiguo artículo en el que decía que ese espíritu de confrontación provoca que a veces el opinador dedique más tiempo a leer, responder, contradecir, matizar y debatir que al trabajo, lo que le aleja de lo más importante: meditar sobre el próximo artículo y, sin saber nunca cómo será interpretado, mantener el placer de trabajar para una mayoría de lectores que, con buen criterio, no sienten la necesidad de comunicarse con el autor.
Estas palabras de Pàmies fueron glosadas en su momento por el veterano y gran articulista Josep María Espinàs, quien, tras explicar que no tenía ordenador y por tanto no estaba felizmente al corriente de las injerencias de los pesados, concluía impasible, con envidiable flema británico-catalana: “Sólo aspiro a seguir trabajando tranquilo. Por lo demás, siempre ha habido lectores que te aprueban y otros que te suspenden”.
Exacto, deberíamos desneurotizar el asunto y ser tan impasibles como Espinàs, me digo. Pero en ese momento todo vuelve a moverse y me agarro a la barandilla.

"El eternauta" por Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano

 Lo bueno de los cómics es que, tras varias décadas de estar disponibles sobre todo en los quioscos y más recientemente en librerías, ya tienen distintos estilos que son clasificables por épocas. Este es de los que podríamos denominar un "clásico entre los clásicos".
  El eternauta es el cómic argentino por excelencia -con permiso de Mafalda, que podríamos llamar "tira cómica"-. El argumento, ideado por Oesterheld, es típico de las preocupaciones de su época (fue escrito a partir de 1957) con el horror a la guerra nuclear y a la invasión de extraterrestres; los dibujos, obra de Solano, son de un "realismo clásico" de los cómics de su generación. Fue publicado en la Argentina en Hora Cero Semanal, una revista de la Editorial Frontera, especializada, al parecer, en novela gráfica. Como casi siempre ha sucedido con los cómics, una más que notable obra literaria fue relegada a "entretenimiento para chicos" en revistas marginales; pero, a la vez, también es a través de estos medios donde se ha permitido "pasar" verdadera información subversiva en tiempos convulsos.
  Precisamente tiempos convulsos vivió Hector Germán Oesterheld en su vida, tanto que fue finalmente asesinado por la dictadura militar contra la que se movilizó. Su obra literaria destila ese horror a los totalitarismos que masacraron al Cono Sur sudamericano en la segunda mitad del siglo XX.

Inciso cinematográfico: "Meteora", dirigida por Spiros Stathoulopoulos

 Recientemente estrenada en nuestros cines, Meteora fue nominada para el  premio al mejor largometraje en la Berlinale de 2012. Una bella película, un ejercicio de búsqueda de la excelencia estética.
  Meteora narra la historia de un amor prohibido entre un monje ortodoxo griego y una monja ortodoxa rusa. Es una película a ritmo de documental, con un ritmo lentísimo, tanto como el que se supone a la vida en un monasterio ortodoxo. Lo verdaderamente destacable es la fotografía: los bellísimos paisajes de los monasterios de Meteora en la Grecia central, encaramados en lo alto de inverosímiles peñascos que facilitaban el alejamiento del mundo de los que allí profesaban su fe. 
 Unos notables dibujos al estilo de los iconos ortodoxos -como el que se aprecia en el cartel promocional- aumentan la originalidad de la cinta.
  El resto de la película: las actuaciones, la dirección, el propio guión... no pasa de correcto. Es un film notable, pero no por su dirección, realización, elenco actoral, argumento... lo que hace le hace único es esa fotografía sin par.