sábado, 18 de julio de 2015

De la importancia de un buen prólogo.

 Todos hemos leído prólogos buenos, interesantes, que nos atraen a continuar leyendo, esta vez la novela; plogos que nos ponen en antecedentes sobre el tema a tocar, sobre el autor, pero todo, por supuesto, sin "destripar" el argumento. Otros, por el contrario, son meros ejercicios de vanidad del prologuista, que trata, tan solo, de dejar bien claro ante todo el mundo su erudición y su hondo saber, nunca mejor llamados, esos sabihondos solo consiguien aburrir cuando no desentrañar la novela, que había de permanecer virgen hasta su lectura. Aun hay otro tipo de prologuista: el perezoso o el empleado editorial (poco más que un chupatintas) que solo va a copiar, en algunos casos literalmente, el primer párrafo del texto y cree haber cumplido así.
Imagen tomada del sitio rtve.es
  Del primer tipo de prólogo, el deseable, está el de Manuel Hidalgo en la edición que de La tía Tula de Unamuno hace el Grupo Planeta en su colección "Las mejores novelas del siglo XX". Es un prefacio sentido, profundo y excitante en su mejor sentido, pues tras leerlo apetece más que nunca meterse en la obra unamuniana. Profundiza en el autor vasco lo justo para esta novela breve, no trata de ser un texto erudito sino divulgador, da una interpretación moderna y a la vez atemporal de una narración llena de lecturas psicológicas como suele ser habitual en Unamuno. Un prólogo que prepara (en todos los sentidos, en el de los conocimientos y en el de orientación interpretativa) para la lectura. Sin duda alcanza un equilibrio entre la preparación para comprender la lectura sin deconstruir (como se diría hoy) el relato; no es tan perverso como esas sesudas críticas literarias que diseccionan la rosa para comprenderla en su totalidad sin llegar a entender la belleza que se consigue con su mera contemplación. Un gran prólogo este de Manuel Hidalgo, se echa de menos a menudo esta calidad.