martes, 5 de agosto de 2014

Ahora leyendo: "Noctuario", de Thomas Ligotti

La editorial Valdemar, de nuevo, presenta a este moderno buscador del dolor psicológico, de lo incómodamente extraño y perturbador: Thomas Ligotti.
  No lo consideraría como un autor de terror clásico, ni siquiera dentro del relato fantástico. Es más un escritor peculiar con extraño regusto por lo morboso, lo que duele por dentro, te destruye pero no te mata.
 Noctuario es una colección de relatos de distinto tipo pero protagonizados por tipos que pueblan abundantemente la sociedad actual: solitarios, depresivos, atípicos y asociales. En el prólogo de Jesús Palacios, muy acertadamente, se indica que esos personajes son más frecuentes en los relatos de Lovecraft que en los de, por ejemplo, Stephen King. Por supuesto los argumentos no tienen nada que ver con los del "solitario de Providence" ya que no hay nada de terror cósmico.
  Reflexionando sobre la llamada "literatura de terror", es posible que tenga mayor libertad creativa que en otros subgéneros narrativos más encorsetados tanto en argumentos como en formas. Aquí tiene cabida todo lo que no es propio de otros subgéneros y se sale de los temas políticamente correctos de esta sociedad falsa de sonrisa hipócrita.

Rayando en la enfermedad mental

 Son mayoría las noches en las que me despierto a las dos o las tres de la madrugada con un grado de excitación, ansiedad y malestar que me lleva a menudo a la imposibilidad de conciliar el sueño de nuevo. Solo cuando la luz solar empieza a rayar por el Este puedo recuperar, parcialmente, el control de mis emociones.
 En esas noches de insomnio todos los pensamientos catastrofistas aparecen uno tras otro para recordarme que todo lo que puede salir mal saldrá, que siempre fracasaré y decepcionaré, como lo he hecho siempre y como siempre me aseguraron que lo haría desde que era pequeño.
 Nada, en realidad, me falta, y, sin embargo, siento que me falta todo. Me falta su estúpido optimismo injustificado, su ego hiperdesarrollado, su insensibilidad supina ante el dolor ajeno... me falta, en definitiva, capacidad de lucha, en un mundo, una sociedad que no premia el talento sino el tesón, aunque normalmente este se convierta en testarudez.