domingo, 27 de junio de 2021

"Levítico", "Números" y "Deuteronomio".

  Comparando con las tremendas y atemporales historias del Génesis y el Éxodo, los otros tres libros del Pentateuco son más sosos, fundamentalmente porque no están preñados de arquetipos humanos y de comportamiento y son mucho más coyunturales, tanto en el espacio como en el tiempo. Son coyunturales en el espacio porque, claramente, son aplicables a una sociedad mediterránea, o, al menos, a una sociedad que viva en clima templado, cuyos alimentos principales sean los derivados del trigo, la vid y el olivo,  esto es, para sociedades típicamente circunmediterráneas (aunque, obviamente, podamos llevar esos tres cultivos a otros continentes); y son coyunturales en el tiempo porque, de nuevo, sirven a sociedades tribales que tratan de asentarse en zonas preferentes luchando contra otras tribus, algo que sucedió en esas zonas circunmediterráneas en torno a hace tres mil y pico años.
 El Levítico contiene una enorme colección de leyes de culto (de ahí su nombre) que rigen hasta el más mínimo detalle: cómo hacerlo, con qué, a qué hora, quién ha de hacerlo... Todo muy útil para un pueblo tribal que vivió en un desierto hace cuatro o cinco mil años. ¿Y de qué sirve ahora? Pues eso, de nada, salvo para unos cuantos miles de fanáticos que se siguen guiando por la Ley del Talión y estos preceptos anacrónicos y aberrantes. Que un pueblo, etnia o cultura haga bandera de los preceptos del Levítico sólo puede explicarse de dos maneras: que sean unos hipócritas y vivan de forma moderna aunque aseguren guiarse por esos principios, o que sean unos fanáticos capaces de lapidar a alguien por trabajar en sabbat. Muchas normas que parecen anacrónicas (¡qué diablos, lo son!) son las normas higiénicas propias de un pueblo primitivo, acientífico. Ejemplos muy conocidos: los de los alimentos puros e impuros, para luchar contra la triquinosis, que debía ser patología frecuentísima en la época, nada más eficaz que prohibir comer cerdo... y punto. Se dice que el cerdo es animal impuro porque un dios cruel y lejano así lo dice y fin de la triquinosis (que ellos no tenían ni p*ta idea de que tipo de parasitosis era ni cómo se transmitía); tres cuartos de lo mismo con la lepra, se describe ligeramente cómo es la lesión y se dice que aquél que la presente es impuro y ha de alejarse de los demás. Y como esas mil normas estúpidas y anacrónicas sobre el puerperio, la calvicie, las "impurezas sexuales" del hombre y la mujer... Todo muy útil... para ser puesto en práctica hace tres mil años...
 Números comienza por tener el título mal traducido, debía haber sido traducido por "en el desierto", ya que es, en realidad, la continuación del Éxodo, pero lleva aquel nombre porque se numera, se cuenta a las tribus de Israel (es un censo aproximado en los que salen 600.000 individuos, contando sólo los varones mayores de veinte años). En todo caso, acaba siendo eso, una continuación del Éxodo, alguna metáfora sencilla pero interesante, como la que hace de la falta de agua por falta de fe, o la del desierto como la vida terrena y la tierra prometida como la vida eterna. Poco más.
 El Deuteronomio incluye otro buen puñado de normas anacrónicas  para saber cuáles son los animales puros, cómo han de ser sacrificados... En este libro se encuentran algunos conceptos que explican comportamientos aberrantes en siglos posteriores, como las normas de "condenación de la idolatría" que prohíbe la representación figurativa, algo que llevó a la iconoclastia también en el ámbito cristiano (por ejemplo en el Imperio Bizantino entre 726 y 842) y que llevó a la inmisericorde destrucción de importantes obras de arte de incalculable valor. Muchas normas contenidas aquí siguen en vigor hoy en día para muchos judíos, algunas son incluso señas de identidad, como la de las famosas mezuzot en los quicios de las puertas, que tal vez pudo haberse tomado en sentido figurado, pero que se hizo en sentido literal, y todavía hoy, no hay casa de familia judía que se precie de serlo que no tenga esos cilindritos con el texto del Deuteronomio en los quicios de las puertas. 
 En fin, tres libros, como antes decía, coyunturales tanto en el espacio como en el tiempo. Para algunos señas de identidad a respetar, para la mayoría simples normas anticuadas de un pueblo que lucha por sobrevivir hace cuatro mil años y que no tiene sentido mantener en la actualidad.

sábado, 26 de junio de 2021

"El juego serio", por Hjalmar Söderberg.

  Segunda novela del tal Söderberg que leo, la primera fue Doctor Glas, que me pareció tremendamente actual, teniendo en cuenta que fue escrita hace más de ciento quince años. Algo semejante he sentido con ésta. Tal vez las sociedades humanas que urden, las escandinavas del principio de siglo XX, sean actualmente las que disfrutamos y sufrimos en toda Europa, con la crisis de la moral cristiana que se escinde en una suerte de humanismo moral (presente ya en el cristianismo luterano) y una vuelta a la animalidad, a los instintos más primarios. Söderberg narra todo con naturalidad, cabría decir que con pasividad e indiferencia incluso que podría ser fruto de ese estereotipo escandinavo de gente fría y cerebral que o bien no tiene pasiones o bien las someten con gran éxito. Bueno, pues tanto Doctor Glas como El juego serio narran pasiones, pasiones llevadas a trompicones, como corresponde, pero con la elegancia de esos tipejos altos y rubios, los suecos, que los españoles, tipejos bajos y morenos, aparentemente no tenemos.
 En El juego serio, el protagonista principal, Arvid Stjärnblom, tiene rasgos muy parecidos a Söderberg, hasta el punto de que algunos críticos lo consideran alter ego del autor. Como el autor es periodista y escritor, como el autor reparte su amor entre su mujer y su amante, como el autor padece una neurosis in crescendo, y como el autor decide "tomar las de Villadiego" cuando todo se tuerce irremediablemente.
 Lo mejor de las dos novelas de este autor sueco es la capacidad de descripción psicológica de los protagonistas, de sus cambios y evoluciones. Lo hace tan bien que los personajes son redondos, verosímiles, creíbles como llegan a serlo los del autor en el que pensamos inmediatamente en la perfección de creación de personajes: Dostoievsky.
 Con respecto a la actualidad de las relaciones entre personajes se nota en la independencia que tienen las mujeres con respecto a los hombres, no tanto independencia económica, pero sí emocional, algo que en las sociedades del sur de Europa se ha conseguido hace muy pocas décadas. Las mujeres de Söderberg no están pendientes de prejuicios, dimes y diretes, sino que se aferran bien fuerte al timón de sus vidas, arramblen con quien arramblen.

 Otro aspecto diferenciado de esta novela con respecto a Doctor Glas es que la ciudad de Estocolmo toma un papel importante, hasta el hecho de conformarse en un personaje más. Un servidor, desgraciadamente, no conoce la ciudad de los Nobel, con lo que no saca el partido a aquéllos que conocen la capital sueca en la actualidad y, más o menos, cómo estaba a principios de siglo XX. Algunos personajes son caracterizados, descritos al menos, por el hecho de pertenecer a uno u otro barrio, o tratar de vivir en un lugar u otro de Estocolmo; esto para los que desconocemos la ciudad es un lastre que nos impide conocer plenamente (al menos, tan plenamente como el autor pretendía) la idiosincrasia local. En este sentido, es de agradecer que los de Ediciones Alfabia hayan incluido un pequeño glosario de nombres y localizaciones que en parte palían esta carencia del lector.

sábado, 12 de junio de 2021

"El país del fin del mundo", por Terry Pratchett.

  Vigésima segunda novela del Mundodisco creado por Terry Pratchett. Esta vez le toca el turno al "arco argumental" de Rincewind, pues sus protagonistas son el propio mago y la dirección de la tronchante Universidad Invisible. Ahora la localización es Australia, o como dice el propio Pratchett, "un lugar muy australiano", un continente en el que nunca llueve, poblado por extraños canguros parlantes y serpientes venenosas que son devoradas por arañas (más venenosas si cabe); en este terrible lugar, denominado XXXX, aparece el caótico mago Rincewind tratando de llevar la desconocida lluvia a tan sedienta tierra. Por otro lado, el claustro de la Universidad Invisible aparece en una playa a través de un portal espacio-temporal, mientras tratan de ayudar al bibliotecario que, por una especie de catarro, estornuda cada poco tiempo, cambiando de su forma habitual, la de un orangután, a otras más extrañas aún como sillones, tumbonas y demás enseres, eso sí, siempre de color rojo.
 La parodia de Pratchett cae, además de en los estereotipos nacionales australianos, en los de los miembros del claustro universitario, tipos de gran cultura, gran erudición, gran vanidad, grandes barrigas, grandes ineptitudes... vamos, lo que cualquiera que haya tenido la desgracia de pasar por cualquier universidad ha podido constatar en sus propias carnes. Eso unido al entrañable Rincewind, un mago fracasado cuya máxima aspiración es sobrevivir en un mundo lleno de peligros (y, ahora, de arañas venenosas) aunque sea por unas horas más compone el core de la novela.
 Quizá sea más coyuntural que otras novelas del Mundodisco, sobre todo por las referencias a la cultura popular australiana que, muy probablemente estuvieron más cerca de la cultura británica siempre que de la hispánica o mediterránea. Entre las burlas está a iconos populares como Cocodrilo Dundee, Mad Max, Priscilla, reina del desierto, probablemente las tres películas australianas más conocidas fuera de aquel país, además de expresiones locales y comportamientos estereotipados. Con todo, la mofa de las vanidades académicas sobrepasa cualquier localización espacio-temporal.
 Y mientras tanto, la gigantesca tortuga estelar, la Gran A'Tuin sigue su recorrido por el Multiverso, portando los cuatro enormes elefantes sobre los que descansa el Mundodisco...

jueves, 10 de junio de 2021

"Por tierras de España", Antonio Machado.

  Viviendo en este país, entre su paisanaje, he pensado mil veces lo que dice Machado... Almas feas, raquíticas, mezquinas y rencorosas... No, no fue por estos campos el bíblico jardín.

El hombre de estos campos que incendia los pinares
y su despojo aguarda como botín de guerra,
antaño hubo raído los negros encinares,
talado los robustos robledos de la sierra.
Hoy ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares;
la tempestad llevarse los limos de la tierra
por los sagrados ríos hacia los anchos mares;
y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.
Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,
pastores que conducen sus hordas de merinos
a Extremadura fértil, rebaños trashumantes
que mancha el polvo y dora el sol de los caminos.
Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto,
hundidos, recelosos, movibles; y trazadas
cual arco de ballesta, en el semblante enjuto
de pómulos salientes, las cejas muy pobladas.
Abunda el hombre malo del campo y de la aldea,
capaz de insanos vicios y crímenes bestiales,
que bajo el pardo sayo esconde un alma fea,
esclava de los siete pecados capitales.
Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza,
guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;
ni para su infortunio ni goza su riqueza;
le hieren y acongojan fortuna y malandanza.
El numen de estos campos es sanguinario y fiero:
al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,
veréis agigantarse la forma de un arquero,
la forma de un inmenso centauro flechador.
Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta,
no fue por estos campos el bíblico jardín:
son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín.


          Antonio Machado

martes, 8 de junio de 2021

Inciso cinematográfico: "The Whole Town's Talking", dirigida por John Ford en 1935.

  Hay películas que destacan por tener argumentos que atrapan, interesantes y con giros sorprendentes; otras por conectar con la realidad social de forma más o menos coyuntural; otras por tener una fotografía deslumbrante, que las convierte en obras de arte; y hay otras que son, simplemente, puras demostraciones de la valía del actor principal. The Whole Town's Talking encaja perfectamente en esa última categoría. El argumento, aun cuando tiene mordiente suficiente para mantener la atención del espectador, no es novedoso en absoluto, habiéndose empleado en mil ocasiones tanto en literatura como en cine y teatro. Se trata del parecido extraordinario entre dos individuos, sosias el uno del otro, pero claro, parecido físico, no de carácter; aquí son los dos extremos: uno es un criminal buscado por la policía, un matón brutal y sin escrúpulos capaz de la mayor fechoría; el otro es un anónimo oficinista carente del más mínimo carácter, un pusilánime que pide perdón incluso por existir, incapaz de matar una mosca. Y en la mezcla de ambas vidas está la razón de la película, no gran cosa...
Imagen tomada del sitio IMDb.com
 No gran cosa, si no fuera por Edward G. Robinson, que encarna a ambos, al criminal y brutal Mannion, y al pusilánime Jones. En 1935, Edward G. Robinson ya era un actor consagrado, de hecho había firmado alguna de sus mejores actuaciones, incluso la que lo llevó al estrellato y también a un cierto encasillamiento, Little Caesar, la película que consigue que cuando pensemos en un gánster pensemos en el bueno de Robinson, con el sombrero ladeado y su sempiterno puro. El encasillamiento sobrevino además por otras películas de los años 30, bastante peores que Little Caesar, que seguían aprovechando el físico (su expresión facial, más que otra cosa, no su estatura) de tipo sin escrúpulos capaz de vender a su abuelita por un plato de lentejas. En The Whole Town's Talking, que, por cierto, fue presentada en Reino Unido como Passport to Fame, de donde saldría la traducción literal de Pasaporte a la fama con la que se visionó aquí, Edward G. Robinson se duplica para mostrar ese estereotipo gansteril y el de un tipo sin coraje y sin apenas fuerzas para nada. Sus gestos más nimios, sus más leves cambios de entonación son recogidos por la cámara, dando verosimilitud por igual a ambos personajes. 
 Del resto del elenco actoral, la actriz coprotagonista, Jean Arthur, está, no a su altura, eso sería casi imposible, pero sí a muy buen nivel, representando a la compañera del oficinista Jones de la cual éste está secretamente enamorado. Del resto no destaca nadie, ni por bueno ni por malo, aunque Robinson deslumbra tanto que apenas queda sitio para nadie más.
Imagen tomada del sitio torontofilmsociety.com
 Y poco más que contar... Una película para lucimiento de actor, eso sí, ¡vaya actorazo! Cuentan los que lo conocieron que, a diferencia de los papeles de gánster y criminal que lo encumbraron, Edward G. Robinson (cuyo nombre real, por cierto, era Emanuel Goldenberg) era un tipo dulce y familiar en absoluto dado a gritos y exabruptos. En esta película tampoco aparece ese carácter personal, simplemente encarna a dos polos opuestos con la facilidad con la que un camaleón cambia de color.

domingo, 6 de junio de 2021

54ª edición de la Feria del Libro de Valladolid.

  Poco a poco (muy poco a poco, por interés evidente de líderes políticos y mediáticos) se van levantando las restricciones y vuelven, con control de aforo y demás, los eventos "culturales" del pasado, entre ellos la feria del libro. Entrecomillo culturales porque más que culturales son industriales, a saber, que es un negocio editorial más que otra cosa. Para muestra, un botón: Cuando pasaba por una caseta, un paseante preguntaba por un libro concreto a una librera, ésta, ni corta ni perezosa, le ha contestado: "no, aquí no **le** tenemos, **le** tenemos en la tienda". Sí, esto es Valladolid, el leísmo, desgraciadamente, campa por sus respetos; pero a mí se me ha revuelto algo por dentro, he estado a punto de pararme y responder, pero luego he pensado: ¡bah! Al fin y al cabo es una librera, tiene patente de corso para hablar como le salga del aparato genital femenino... Por eso digo lo de los eventos culturales que, en realidad, son eventos editoriales y de negocios. Porque si fueran los editores y libreros los que tienen que dar el nivel cultural... estamos apañados...

viernes, 4 de junio de 2021

"Éxodo".

   Después del Génesis, le toca el turno al Éxodo, segundo libro del Pentateuco. En realidad, tienen semejanzas y diferencias, pero, en mi opinión, les une la extrema ancianidad. Ancianidad en el sentido opuesto a modernidad, pero también a atemporalidad, pues narran hechos propios de una sociedad tribal, primitiva, agresiva (y agredida), que busca por todos los métodos posibles la supervivencia, métodos que frecuentemente incluyen los comportamientos más inmorales posibles.
 Igual que el nombre del primer libro del Pentateuco daba ya las claves de su argumento, el segundo es lo mismo. Narra el éxodo del pueblo de Israel tras escapar de la esclavitud de Egipto. Es un libro que presenta, una vez más un dios tribal (mi dios frente a los dioses de los otros, casi como si fueran equipos de fútbol). Un dios tribal que no duda en enviar plagas terribles (la muerte de los primogénitos, la peste, las úlceras...) contra tipos, los egipcios, que son presentados como si no fueran verdaderos humanos. Esto es quizás lo más difícil de tragar de todo el Antiguo Testamento en la actualidad: que sólo el "pueblo elegido", el pueblo de Israel tenga derecho a ser cuidado y mimado por Dios, los otros son como animales silvestres que, casualmente, viven junto a ellos. 
  En todo periodo tribal es necesaria la existencia de líderes fuertes, casi infalibles e inmisericordes, y en el Éxodo no podía ser menos, con un Moisés (al que, por otro lado, muchos de nosotros no podemos quitarle la cara de Charlton Heston, ¿por qué será?) que lidera a los israelitas bajo toda suerte de miserias y dificultades, pero, sobre todo, bajo una incredulidad terrible de sus seguidores, que siguen desobedeciéndole aun cuando el tipo ha separado las aguas del Mar Rojo para que huyeran de los egipcios o les ha conseguido que lloviera el maná del cielo; pues no, en cuanto el bueno de Moisés se daba la vuelta ya le habían esculpido un becerro de oro para adorar; en cuanto subía al monte para hablar con Dios, los israelitas ya se estaban quejando, "que sí hombre que sí, que el maná no está mal, pero ¿no tienen algo de pescado?", y así continuamente. Frente a ello, un Moisés impertérrito (demasiado parecido a Charlton Heston) los perdona (tras haberles echado una bronca de aquí te espero, eso sí) y vuelve a sacarles las castañas del fuego. He aquí una imagen del bueno de Moisés (la semejanza a Heston es, ya digo, pura casualidad).
Imagen tomada de Wikimedia Commons
 Pero lo más alucinante es que Moisés tiene un lugarteniente, sí, el bueno de Aarón, que por comparación con su jefe es un pusilánime de tomo y lomo. Es un tipo incapaz de dominar a su pueblo en cuanto Moisés se ausenta para ir al baño. El propio Moisés le reprende como a un niño, y Aarón, como un verdadero niño, sale con excusas infantiles. Así, por ejemplo, tras recibir Moisés las tablas de la ley y encontrarse, a la vuelta, que habían construido un becerro de oro, el patriarca le espeta: "Tú sabes que este pueblo es muy inclinado al mal", a lo que Aarón responde: "Me dijeron: haznos un Dios que vaya delante de nosotros, porque ese Moisés, que nos ha sacado de la tierra de Egipto, no sabemos qué ha sido de él. Yo les he dicho: El que tenga oro que se desprenda de él. Me lo han dado, lo eché al fuego y ha salido este becerro." Como se puede apreciar todo muy maduro y sensato. Pero aún hay más, ¿qué solución encuentra el gran Moisés a tamaño desatino? Pues que los levitas maten al menos a uno de cada familia israelita. Total, que, según el texto, "aquel día cayeron unos tres mil hombres del pueblo". Todo muy civilizado y moderno.
 Esto es el libro del Éxodo... A ver, no pongo en duda que las historias que narra tengan una fuerza literaria enorme: el pueblo esclavizado que es liderado por un tío que fue criado por los propios esclavistas pero que tiene una conexión con Dios que ríete tú de la telefonía 5G; este líder, melena y barbas patriarcales al viento, envía plagas al faraón que, erre que erre, pasa de los judíos; luego la salida de Egipto y la separación de las aguas del Mar Rojo para que los israelitas lo atraviesen a pie enjuto y, eso sí, cuando lleguen los egipcios, allá te van las aguas; luego la travesía del desierto, el hambre, la sed... y, finalmente, el maná; luego las tablas de la ley... Vamos que da para hacer un peliculón; a mí se me ocurriría, por ejemplo, que lo dirigiera un tal Cecil B. DeMille y que lo protagonizaran tal vez un tal Charlton Heston o un Yul Brynner, pero eso se me ocurre a mí, claro...
 Vale, todo perfecto, pero ¿desde el punto de vista de la fe? Pues, hombre, no mucho, la verdad. La historia es tremebunda, pero hay pocas cosas que uno pueda aplicar directamente al siglo XXI. Tal vez la incredulidad de la gente, que nunca llegará a confiar plenamente en Dios, incluso aunque le caiga el maná del cielo. Sobre todo es poco útil, porque, como decía antes, igual que en todo el Antiguo Testamento, presenta a un dios tribal (por eso, muy pequeño, válido sólo para unos cuantos elegidos) al que se usa como a un arma de destrucción masiva para conseguir escapar de unos (y caer bajo otros, los mesopotámicos), pero, en cualquier caso, no tiene nada que ver con el Dios del Nuevo Testamento, Dios para todo ser humano, paternal y misericordioso, que está muy por encima de las pequeñas miserias humanas, ya sean personales o colectivas.

miércoles, 2 de junio de 2021

"La zona muerta", por Stephen King.

  Otra de King, ésta publicada en 1979. Ahora se trata de un tema bastante caro a King: la capacidad de premonición, desarrollada tras un accidente automovilístico. Tal vez el genérico nombre del personaje principal (Johnny Smith) haga referencia a la hipotética capacidad de cualquiera (un "Juan Nadie") para prever situaciones futuras, algo que parece atraer sobremanera al autor. De hecho, la novela en cuestión tiene muchas conexiones con otras obras de King, tanto en los personajes secundarios, que son reutilizados, como en esa supuesta capacidad paranormal que da tanto juego a un escritor de ciencia ficción. Y, ya sea dicho de paso, aunque me repita como el ajo, escasean los autores de ciencia ficción como Stephen King, cuya prosa tiene una calidad francamente alta, con descripciones psicológicas excelsas que no desmerece en absoluto la narración de los hechos.
 Al leer la novela se podría llegar a entrever la posibilidad de crear una suerte de novela río, en la que hubiera una continuidad del personaje principal y variación de la temática y personajes secundarios, algo semejante al Sherlock Holmes de Conan Doyle; pero Stephen King no ha trabajado nunca así al parecer, aunque hay una adaptación cinematográfica en forma de serie en la que se presentan más casos en los que la clarividencia de Smith ayuda a solucionarlos. En todo caso, La zona muerta es una notable novela, no de las mejores de King, pero sí con calidad para convertirla en otro best seller del escritor de Maine, tan habituado ya que debe estar a suculentos cheques firmados por su editorial.
 Aspecto destacable es la implicación política del autor en la novela. Sabido es que King no reniega a meterse en el fango de la confrontación política, algo que, probablemente, le perjudique económicamente (quizá realmente esté tan por encima de preocupaciones económicas que no le importe). Lo cierto es que han sido bastantes las ocasiones en que ha declarado públicamente su apoyo al Partido Demócrata estadounidense y ha despotricado amargamente de algún que otro candidato republicano (de lo más conocido recientemente, de Donald Trump, al que acusó abiertamente de ser racista). Pues bien, la política está impresa en la novela en cuanto las dotes adivinatorias del personaje sirven para que éste sea capaz de ver en un candidato republicano al estado de New Hampshire la encarnación de Satán, un satán de andar por casa, eso sí, pero capaz de llevar a uno de los países más poderosos del planeta a una guerra que podría saltar fácilmente sus fronteras y generalizarse. Es sorprendente que la novela fuera publicada en 1979, pues la semejanza en los métodos populistas y el extraño atractivo para buena parte del electorado del personaje Greg Stillson es  muy semejante a lo que décadas después ocurrió con el propio Donald Trump. Tal vez el propio Stephen King tenga dotes adivinatorios.

 Otra novela más de King; otra lección de creación de personajes y su evolución en el tiempo; otra lección de pergeñar argumentos interesantes, atractivos y amenos, a medio camino entre la realidad más prosaica y la ciencia ficción más inverosímil; otra lección de gran literatura... aunque alguno no lo entienda...