Comparando con las tremendas y atemporales historias del Génesis y el Éxodo, los otros tres libros del Pentateuco son más sosos, fundamentalmente porque no están preñados de arquetipos humanos y de comportamiento y son mucho más coyunturales, tanto en el espacio como en el tiempo. Son coyunturales en el espacio porque, claramente, son aplicables a una sociedad mediterránea, o, al menos, a una sociedad que viva en clima templado, cuyos alimentos principales sean los derivados del trigo, la vid y el olivo, esto es, para sociedades típicamente circunmediterráneas (aunque, obviamente, podamos llevar esos tres cultivos a otros continentes); y son coyunturales en el tiempo porque, de nuevo, sirven a sociedades tribales que tratan de asentarse en zonas preferentes luchando contra otras tribus, algo que sucedió en esas zonas circunmediterráneas en torno a hace tres mil y pico años.
El Levítico contiene una enorme colección de leyes de culto (de ahí su nombre) que rigen hasta el más mínimo detalle: cómo hacerlo, con qué, a qué hora, quién ha de hacerlo... Todo muy útil para un pueblo tribal que vivió en un desierto hace cuatro o cinco mil años. ¿Y de qué sirve ahora? Pues eso, de nada, salvo para unos cuantos miles de fanáticos que se siguen guiando por la Ley del Talión y estos preceptos anacrónicos y aberrantes. Que un pueblo, etnia o cultura haga bandera de los preceptos del Levítico sólo puede explicarse de dos maneras: que sean unos hipócritas y vivan de forma moderna aunque aseguren guiarse por esos principios, o que sean unos fanáticos capaces de lapidar a alguien por trabajar en sabbat. Muchas normas que parecen anacrónicas (¡qué diablos, lo son!) son las normas higiénicas propias de un pueblo primitivo, acientífico. Ejemplos muy conocidos: los de los alimentos puros e impuros, para luchar contra la triquinosis, que debía ser patología frecuentísima en la época, nada más eficaz que prohibir comer cerdo... y punto. Se dice que el cerdo es animal impuro porque un dios cruel y lejano así lo dice y fin de la triquinosis (que ellos no tenían ni p*ta idea de que tipo de parasitosis era ni cómo se transmitía); tres cuartos de lo mismo con la lepra, se describe ligeramente cómo es la lesión y se dice que aquél que la presente es impuro y ha de alejarse de los demás. Y como esas mil normas estúpidas y anacrónicas sobre el puerperio, la calvicie, las "impurezas sexuales" del hombre y la mujer... Todo muy útil... para ser puesto en práctica hace tres mil años...
Números comienza por tener el título mal traducido, debía haber sido traducido por "en el desierto", ya que es, en realidad, la continuación del Éxodo, pero lleva aquel nombre porque se numera, se cuenta a las tribus de Israel (es un censo aproximado en los que salen 600.000 individuos, contando sólo los varones mayores de veinte años). En todo caso, acaba siendo eso, una continuación del Éxodo, alguna metáfora sencilla pero interesante, como la que hace de la falta de agua por falta de fe, o la del desierto como la vida terrena y la tierra prometida como la vida eterna. Poco más.
El Deuteronomio incluye otro buen puñado de normas anacrónicas para saber cuáles son los animales puros, cómo han de ser sacrificados... En este libro se encuentran algunos conceptos que explican comportamientos aberrantes en siglos posteriores, como las normas de "condenación de la idolatría" que prohíbe la representación figurativa, algo que llevó a la iconoclastia también en el ámbito cristiano (por ejemplo en el Imperio Bizantino entre 726 y 842) y que llevó a la inmisericorde destrucción de importantes obras de arte de incalculable valor. Muchas normas contenidas aquí siguen en vigor hoy en día para muchos judíos, algunas son incluso señas de identidad, como la de las famosas mezuzot en los quicios de las puertas, que tal vez pudo haberse tomado en sentido figurado, pero que se hizo en sentido literal, y todavía hoy, no hay casa de familia judía que se precie de serlo que no tenga esos cilindritos con el texto del Deuteronomio en los quicios de las puertas.
En fin, tres libros, como antes decía, coyunturales tanto en el espacio como en el tiempo. Para algunos señas de identidad a respetar, para la mayoría simples normas anticuadas de un pueblo que lucha por sobrevivir hace cuatro mil años y que no tiene sentido mantener en la actualidad.
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