martes, 24 de octubre de 2023

"Keyle la pelirroja", de Isaac Bashevis Singer.

  En este momento, si tuviera que decir que autores he disfrutado más en los últimos años, Isaac Bashevis Singer sería uno de ellos sin dudarlo. El Nobel de 1978 tiene una capacidad de pergeñar argumentos y personajes que es verdaderamente apasionante. Esta última novela (no es que sea muy larga, unas trescientas cincuenta páginas en letra estándar) la he leído en poco más de dos días; he disfrutado como un enano con las aventuras de este grupo de desharrapados y marginales de la sociedad. Los de Acantilado equiparan a Singer con Dickens y Dostoievski, y estoy totalmente de acuerdo. Puede que el inglés y el ruso hayan gozado ya de los casi dos siglos de maduración (dos siglos tras sus respectivos nacimientos, claro) para ser los grandes maestros de la narrativa de todos los tiempos, y al polaco-americano le falte aún unas décadas, pero no me queda duda de que en cuanto a la creación novelesca no tiene parangón en la actualidad. Incluso en el hecho de haber publicado sus novelas por entregas en publicaciones semanales Singer recuerda a Dickens.
 De "reprochar" algo a Singer sería su exclusiva atención al ambiente judío askenazí, tanto en Europa (principalmente en Polonia) como en América (sobre todo en Nueva York). Esto puede echar atrás a muchos lectores, que no acaban de sentirse identificados con sus personajes y no acaben de "engancharse a su lectura". Cabe apuntar, no obstante, que lo mismo podría atribuirse a los personajes británicos o rusos de los otros dos grandes; pero, además, aunque Singer es un autor "muy judío" en el sentido de las descripciones de ritos y modos de vida hebreos, los sentimientos que reseña (pasión, idealismo, vergüenza, lujuria, amor platónico...) son propios del común de la humanidad y, claro está, atemporales.
 Porque si no fuera atribuible a su portentosa imaginación, cabría suponer que Singer habría vivido mil vidas, eso sí, casi todas comenzando en la calle Krochmalna de Varsovia, localización del gueto judío de Varsovia que aparece más o menos desarrollado en casi todas sus novelas. 
 Esta vez los personajes son pertenecientes a la clase social más baja del ya por sí depauperado gueto. Keyle es una prostituta enamoradiza, de enorme corazón que busca su contraparte, pero que pierde los papeles en cuanto prueba el alcohol, convirtiéndose en una fiera lujuriosa. Dejó la calle para enamorarse de Yarme, proxeneta alcoholizado que ha probado todos los pequeños delitos posibles y conocido varias cárceles. A este par de absolutos perdedores se une otro de su calaña: Max, que "ha hecho las Américas" como tratante de blancas. Es un triángulo amoroso-erótico perfecto, pues tanto Yarme como Max han tenido experiencias homosexuales con anterioridad.
 Max siempre tiene negocios en mente, y quiere incluir a Yarme y a Keyle en ellos, aunque todavía no sabe muy bien el papel que representará cada uno. Keyle, sin embargo, habiendo degustado los más sórdidos trago que una vida en el arroyo pueda traer, sigue siendo una idealista que busca un amor platónico, único y de por vida. Este amor platónico se convertirá en carne y hueso en la persona de Búnem, el joven hijo de un rabino, pura ingenuidad que se enamora de la esquinera con una mezcla imposible de lujuria y amor honesto. Ambos huirán del gueto, de Varsovia, de sus familias, de sus vidas y de sí mismos embarcándose hacia Nueva York.
 En la ciudad del Hudson tampoco lo tendrán fácil. Tendrán que vivir a salto de mata, con empleos precarios, al borde siempre del desahucio del mísero cuchitril que habitan, pero lo que más temen es que en las oleadas de miles de inmigrantes que llegan a la ciudad desde medio mundo (muchos de ellos, judíos de Polonia) lleguen antiguos conocidos que les recuerden sus vidas anteriores. Temor que se materializará con la llegada de Max y Yarme.
 En fin, una historia marginal como pocas, pero Singer no la narra de forma lacrimógena ni comprometida socialmente, de hecho diría que hay una alegría de vivir, sea la que sea la vida que toca vivir. Los personajes del autor judío exprimen su existencia con un tesón verdaderamente encomiable: hacen planes, se aman, se follan apasionan, fracasan siempre, pero vuelven a empezar. ¡Diablos, qué pedazo de escritor es este Singer!