jueves, 27 de octubre de 2022

"Germinal", de Émile Zola.

  Tengo la percepción de que de forma progresiva se va abandonando la lectura de las grandes obras literarias de todos los tiempos. En una sociedad en la que falta tiempo, sobra miedo, falta reflexión y criterio propio, sobra adoctrinamiento y actitud borreguil, leer a Zola es una estupidez. Se considera que son lecturas del pasado, propias de tiempos remotos que nada tiene que ver con la actualidad... y se equivocan de lado a lado. Leer a Zola hoy es aprender Historia reciente que ha modelado nuestra sociedad, nuestras vidas. Germinal es, en concreto, un detallado y preciosista cuadro de una sociedad industrial (sí, de un sitio concreto, el norte de Francia, y en un tiempo concreto, finales del XIX, pero extrapolable a cualquier lugar y época) cegada por la producción sin sentido de riqueza, enfangada en las diferencias sociales que tarde o temprano acabarán en revolución sangrienta; pero, además, Zola lo pinta dibujando con esmero caracteres y personalidades de protagonistas que son tan redondos y verosímiles como si fueran de carne y hueso. Leer a Zola hoy es, en definitiva, una lección de humanidad, de comprensión del otro para que pueda existir un reparto de la riqueza equitativo que dé longevidad y sostenibilidad (palabra muy en boga hoy en día) a una sociedad, abocada al fracaso en caso contrario.
 Por cierto, por aquello de que olvidamos tan pronto lo que tiene poco más de un siglo, el título de la novela es, obviamente, un juego de palabras: se refiere al mes revolucionario Germinal (coincidente más o menos con el inicio de la primavera, el 21 de marzo) y a la semilla que germina en la sociedad con una fuerza imparable. Es, por tanto, sinónimo de inicio, principio, época de cambio que no tiene vuelta atrás.
 Argumento general de Germinal: A una zona minera del norte de Francia, cerca de Lille, llega Étienne Lantier, maquinista desempleado en busca de trabajo. Allí lo encontrará como auxiliar, empujando vagonetas en una mina de carbón. Sus compañeros y luego caseros serán los Maheu, familia por completo empleada en el mismo pozo. La dureza del trabajo y su constante peligro se combinan con sueldos de miseria que impiden llevar vidas dignas. Generación tras generación queda atrapada por la mina, que impide a sus trabajadores formarse y progresar, obligándolos a ser mineros sí o sí, matando sus expectativas de mejora; como consecuencia terrible, los días libres que tienen los mineros los dedican a emborracharse y  frecuentar burdeles, embruteciéndose más aún si cabe. A esa realidad espantosa no escapan ni los animales, especialmente los caballos de tiro, que son introducidos en las minas en cuanto llegan a un tamaño adulto y que no saldrán nunca de allí, de la perpetua oscuridad, trabajando, durmiendo, comiendo y excrementando a cientos de metros de profundidad. Temo parecer sensiblero y desconsiderado con el sufrimiento humano, pero me ha sido francamente difícil aguantar la descripción de la vida de los dos caballos de tiro, Batalla y Tormenta, en estas terribles circunstancias.
 Frente a esa realidad terrible está la de los burgueses, tanto los ingenieros de las minas como los capitalistas que compraron acciones cuando éstas valían poco y que ven cómo los réditos llegan sin esfuerzo. Son vidas regaladas, materialistas y superficiales, indiferentes al sufrimiento ajeno.
 Tal situación social no puede sino acabar en violencia, al menos de brazos caídos. Se declara una huelga en toda la región que pone al límite tanto a unos como a otros. Étienne Lantier se acaba convirtiendo en el líder, auxiliado por la autoridad moral de Toussaint Maheu. Precisamente este último morirá en un enfrentamiento con la policía, dejando al resto de la familia en una posición aterradora. La huelga se prolonga, llevando a la miseria a las familias mineras, tanto que acaban por deponer su actitud y volver al trabajo. Aunque, aparentemente, haya una derrota de los mineros, se palpa en el ambiente que nada ha sido en vano, que llegará el día que los derechos de los trabajadores sean respetados, que la semilla plantada germinará.
 En fin, una novela dura como pocas, pero dura sobre todo por su verosimilitud, su historicidad comprobable. La prosa de Zola ha sido siempre tomada por prototipo del Naturalismo, como tal no se oculta nada, todo, bonito o feo es mostrado al lector. El Naturalismo literario, hijo del Realismo, se enfrenta al Romanticismo y su visión deformada de la realidad. Así, Zola es casi un notario social de su época, que levanta acta de la realidad que lo rodea, pero de una forma desapasionada. En Germinal, el autor no toma partido claro por ninguna de las dos clases sociales enfrentadas: si muestra a los mineros como trabajadores incansables y sacrificados, también los muestra como borrachos pendencieros y embrutecidos, incapaces de todo lo que no sea visitar la taberna y el burdel; a los burgueses, grandes beneficiarios del sacrificio vital de los mineros, también los adorna con virtudes evidentes como el amor paterno-filial. No hay, por tanto, buenos ni malos, hay una humanidad emponzoñada en relaciones viciadas desde el principio, pues carecen de la empatía necesaria para respetarse y ayudarse mutuamente. Esto es interesante, pues hay que recordar que Zola fue muy activo en su posicionamiento sociopolítico, especialmente con el famoso Caso Dreyfuss; en todo caso, no tenía problema alguno para dejar clara públicamente su opinión frente a temas clave de aquella Francia de fin de siglo XIX; sin embargo, en el ámbito literario es todo más sutil, menos explícito, lo cual permite al lector sacar sus propias conclusiones.
 En definitiva, una gran novela, una de las más redondas que he leído, un verdadero tratado sociopolítico que es, a la vez, ameno y entretenido, lejos del panfleto o de la sensiblería, una lección de vida.