domingo, 16 de junio de 2019

"Ve y pon un centinela", por Harper Lee.

 No he leído Matar a un ruiseñor, vaya por delante. Pero, obviamente, he visionado varias veces la versión cinematográfica dirigida en 1962 por Robert Mulligan con un Gregory Peck inconmensurable. Es ésta una película que gusta a casi todo el mundo, pues es moralista sin ser una moralina, sensible sin caer en sensiblera, elegante sin ser hortera... Es, en mi opinión, una de las grandes películas de aquella década y de los papeles más memorables de Peck. Por las reseñas que leí sobre Ve y pon un centinela supe que era una suerte de continuación, al menos en el sentido cronológico, pues la protagonista principal es la famosa Scout, ya adulta que vuelve a su Alabama profunda a recordar viejos tiempos y a visitar a su padre (el famoso Atticus Finch); también leí que esta novela tenía un tono más agrio, menos infantil y que hacía más hincapié en los defectos del carácter de los personajes (tanto a nivel individual como colectivo del sur de los Estados Unidos). Esto último, por cierto, tenía la pinta de ser el típico cebo (clickbait lo llaman en internet) para lectores actuales que podrían ver demasiado empalagosa una continuación de Matar a un ruiseñor en pleno siglo XXI.

  Habré leído una tercera parte de la novela y, aunque reconozco que no es el tipo de narrativa que leo habitualmente, no me está disgustando. Instintivamente me ha recordado a La conjura de los necios o La biblia de neón de Jonh Kennedy Toole, quizás más por el ambiente sureño que retrata, bien cargado de tradiciones centenarias, segregación racial cuando no abierto racismo, puritanismo religioso a tutiplén, todo macerado por un verano caluroso y húmedo a orillas de pantanos infestados de caimanes. Las novelas de Kennedy Toole eran más urbanas, pero todo lo demás persiste. En todo caso, la prosa de Harper Lee tiene una más que aceptable calidad (teniendo en cuenta que sólo escribió las dos novelas citadas), con un ritmo relativamente lento por las minuciosas descripciones, bastante alejado de la escritura periodística que dominó ya por completo el siglo XX.
  Lo otro, la mirada agria sobre el pasado y las relaciones interpersonales parecen, efectivamente, más la publicidad editorial que otra cosa. Ambas novelas (si me baso en la película) contienen  una humanidad desbordante (no siempre edificante) que proviene de que Harper Lee se fije mucho más en los pensamientos y sentimientos de los personajes que en otra cosa; el retrato del alma humana, con sus virtudes y sus defectos, es, sin duda, lo mejor de la novela.