sábado, 15 de junio de 2024

"El antimonio", de Leonardo Sciascia.

  Segunda novela que leo del escritor siciliano, tras El caballero y la muerte, una novela policíaca. Tengo la percepción de que Sciascia fue mejor escritor de los subgéneros narrativos que utilizó. Me explico: El caballero y la muerte no es una novela de detectives al uso, con la típica pareja de inspectores, sagaces y avispados, que acaban por descubrir al asesino por el detalle más nimio al que nadie salvo ellos habían prestado atención. No, en esa novela se ventilan temas más importantes, en un plano secundario, sí, pero, sabiendo leer entrelíneas, no pasa desapercibidos. Es bien sabido que las veleidades de los lectores depende de las modas que las editoriales manejan con gran maestría. Se pone de moda, por ejemplo, la novela negra nórdica (como ocurrió en los primeros años de este siglo) y todo el mundo lee la dichosa novela negra nórdica. Temo que no haya criterio propio en la mayor parte de los lectores. En cualquier caso, los escritores de calidad saben adaptarse a las modas que les imponen las editoriales y, sin embargo, mantener su línea creativa, aunque sea bajo cuerda, y hacer disfrutar al lector y, sobre todo, hacerle pensar. Creo que ese es el caso de Leonardo Sciascia, que se habrá tenido que plegar a las imposiciones del mercado, pero que sabe mantener su estilo. En su estilo, precisamente, observo una gran capacidad para crear personajes inteligentes, que son muy verosímiles pues evolucionan con el paso de la novela. A través de los protagonistas de Sciascia se aprecia al propio autor, como él reflexionan sobre la vida con una madurez impropia de un minero siciliano, el protagonista de El antimonio, por ejemplo.
 El argumento de El antimonio narra las peripecias de un minero siciliano que, huyendo del gas (el antimonio del título) que abrasó a su padre en la mina de azufre, se enrola en los "Corpo Truppe Volontarie" (cuerpo de tropas voluntarias) que la Italia fascista de Mussolini envía a España para apoyar el bando franquista en la Guerra Civil. Entre esos voluntarios había una minoría de milicianos fascistas, veteranos de guerra ya en Abisinia, y una mayoría de campesinos y obreros de la Italia meridional que huían de la pobreza aunque sea exponiéndose a las balas y los obuses en un país extranjero. Entre este último grupo está el personaje de la novela, un simple minero sin ideología alguna y, al principio, sin sentido claro de su existencia. Pero la brutal experiencia de la guerra: los muertos, los tullidos, los pueblos demolidos hasta los cimientos, las viudas inconsolables, el hambre, los piojos, la miseria... la guerra, en definitiva, le hace entender que no hay ideología para matar, que no son comunistas o fascistas, que todos se convierten en asesinos sin moral. Es una novela, pues, antibelicista, lo cual la convierte ya, en mi opinión, en un texto digno de ser leído. Además, como antes decía, Sciascia pergeña muy bien a los personajes, los hace verosímiles al mostrar cómo evolucionan con las vicisitudes que experimentan. Para que el personaje (del que nunca se dice su nombre) se  sensibilice con los sufrientes ciudadanos españoles, Sciascia le hace ver las semejanzas geográficas ("Cádiz se parece a Trápani", "Castilla es como el paisaje entre Caltanissetta y Enna") y sociales ("Franco era como Carmelo Ferrara, el cura de mi pueblo", "los señoritos de Sicilia y España") entre su Sicilia natal y España. Finalmente, vuelve a Sicilia tras haber perdido una mano, y allí, en su pueblo, nadie comprenderá nada, ni la salvajada de la guerra ni lo que habría de sufrir Italia y toda Europa en poco tiempo.
 Las novelas de Leonardo Sciascia destilan un humanitarismo y una filantropía muy saludable en cualquier época, pero sobre todo en tiempos de guerra (ahora que lo pienso, siempre son tiempos de guerra). Me recuerda mucho a Primo Levi, autor contemporáneo y compañero de editorial (Einaudi, una de las grandes de Italia), quien, a pesar de haber pasado por una de las experiencias más terribles que puede pasar un hombre, la tortura en un campo de concentración, todavía creía en la bondad del ser humano y buscaba un mundo sin guerras, sin injusticias ni violencia. "Misericordia quiero y no sacrificios", ¿dónde habré leído yo esas palabras?
 En fin, El antimonio me ha dejado muy buen sabor de boca. Seguiré leyendo a Sciascia, una perla de la literatura en la lengua de  Dante que he llegado a conocer gracias a la recomendación de un vecino de butaca del auditorio.

Inciso musical: Concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Beethoven, Granados y Falla.

  Decimonoveno y último concierto de abono de la temporada 23-24 de la OSCyL, dirigida por Thierry Fischer, con la violín solista Alina Ibragimova y la cantaora María Toledo. Todo llega en esta vida: apenas parece que acababa de comenzar la temporada, allá por septiembre y ya se ha acabado. ¡Qué rápido pasa el tiempo!
 Lo malo de programar los conciertos con tantísima antelación es que, puesto que somos todos seres humanos, se presentan mil y un imprevistos que impiden cumplir dicha programación. Digo esto porque, según el catálogo de la OSCyL de junio de 2023, para ayer estaba contratada como violín solista Hilary Hahn, y se interpretarían obras de Ginastera, Sarasate, Granados y Falla. El cambio  de violinista no es gravoso, dada la alta calidad de ambas intérpretes (aunque, lo digo sin acritud, ayer, Alina Ibragimova no quiso hacer un simple bis a pesar del largo aplauso del respetable); pero el cambio de Beethoven en lugar de Ginastera y Sarasate si tiene más enjundia. Por mi parte al menos, escuchar el Concierto para violín en Re mayor de Beethoven supera a Pablo Sarasate, pero no digamos al argentino Alberto Ginastera, músico contemporáneo (fallecido en 1983) con una clara tendencia a la atonalidad y dodecafonismo, algo que odio con todas mis fuerzas. Beethoven es, claro, música dilecta para todo aquel con alma sensible, un gigante sin parangón posible, así que, en este sentido, ayer salimos ganando con el cambio de programación.
 Centenares de musicólogos han dedicado su vida profesional a estudiar minuciosamente la obra del genio de Bonn, clasificando, grosso modo, su arte en tres periodos: clásico, heroico y tardío. En el primero, ya sabemos, la influencia de Haydn y Mozart es sensible, aunque ya se aprecia una cierta experimentación y el fortísimo carácter del compositor; en el periodo intermedio o heroico, ya afectado por la sordera, Beethoven muestra un afán por romper con las melodías clásicas, dándole un mayor carácter contrastante a sus obras; por último, en el periodo tardío, Beethoven ha perdido por completo el sentido del oído, quedando a solas con su genialidad, valga la expresión, produciendo obras con una intensidad y expresividad que anticipa el Romanticismo musical. Bien, el Concierto para violín en Re mayor fue compuesto en 1806, durante la fase media o heroica, con lo que participa de las características de los periodos que la delimitan. Así, por ejemplo, este concierto está estructurado en tres movimientos, algo propio del Clasicismo musical: Allegro ma non troppo, Larghetto y Rondo-Allegro. Sin embargo, el virtuosismo que se exige al violín, con frases melódicas arrebatadas y pasionales son ya típicas del Romanticismo musical. En cualquier caso, características al margen, el Concierto para violín en Re mayor es de una belleza inenarrable. Algo muy específico de esta obra es la cantidad de "cadenzas" (improvisaciones del solista) que algunos violinistas famosos han escrito para ella, estoy seguro de que ayer Alina Ibragimova utilizó alguno de ellos (o tal vez uno propio), porque la versión que tengo en casa interpretada por la Filarmónica de Berlín dirigida por von Karajan difería notablemente en uno de esos solos de violín.
 Después del descanso, la OSCyL interpretó el Intermezzo de la ópera Goyescas de Granados, para mí el mejor movimiento de la ópera, mucho más sensible, amable, nostálgico y melancólico que el resto de la misma. Por cierto, por el mayor auge de la música instrumental sobre la coral (que también es mi preferencia, por cierto) es mucho más conocida la versión como suite para piano que la versión operística de Goyescas. Esto no es exacto del todo, parece que Granados compuso primero la suite y luego, a partir de varios temas de ésta, compuso la ópera. Prefiero claramente la Suite que la ópera, pero ésta incluye el maravilloso intermezzo que escuchamos ayer. Es como todo interludio una digresión musical con los temas principales de la obra, pero Granados lo compone con tal genialidad que mejora en mucho lo que debía ser un movimiento de relleno.
 Y por último (último del concierto y último de la temporada 23-24), una referencia diría que patriótica de la música culta: El amor brujo de Manuel de Falla. Una de las piezas más reconocidas en todo el mundo del llamado Nacionalismo musical español que generó bellísimas obras hace justo ahora cien años a partir de una serie de tópicos sociales y musicales de la España profunda. Espero que esto último no indigne a muchos (a algún imbécil sí, por favor), pero es que es verdad que justo hace cien años había en este país un afán "revivalista" de los más zafios rasgos de los clichés de lo español. Estoy pensando en el Romancero gitano de Lorca y precisamente en El amor brujo de Falla, que resucitan las costumbres más bárbaras de lo que ahora se ha dado en llamar eufemísticamente la "minoría étnica autóctona" (aseguro que esa expresión eufemística no es mía, que la leí en El Norte de Castilla a cuenta de no sé que delito cometido) en la que los gitanos se aman apasionadamente, se acuchillan apasionadamente y se matan apasionadamente. En fin, supongo que tanto García Lorca como Falla eran dos señoritos que, hartos de la buena vida, querían dar un toque folclórico a su obra literaria y musical, obviando la terrible barbarie anacrónica que glosaban. En fin, perdón por la digresión, lo cierto es que El amor brujo es un conjunto de melodías apabullantes, intensas e incluso violentas, tanto como lo que narran. Admito la genialidad del compositor gaditano en elevar a la categoría de música culta una serie de melodías populares, eternizándolas así para toda la humanidad.