Decimonoveno y último concierto de abono de la temporada 23-24 de la OSCyL, dirigida por Thierry Fischer, con la violín solista Alina Ibragimova y la cantaora María Toledo. Todo llega en esta vida: apenas parece que acababa de comenzar la temporada, allá por septiembre y ya se ha acabado. ¡Qué rápido pasa el tiempo!
Lo malo de programar los conciertos con tantísima antelación es que, puesto que somos todos seres humanos, se presentan mil y un imprevistos que impiden cumplir dicha programación. Digo esto porque, según el catálogo de la OSCyL de junio de 2023, para ayer estaba contratada como violín solista Hilary Hahn, y se interpretarían obras de Ginastera, Sarasate, Granados y Falla. El cambio de violinista no es gravoso, dada la alta calidad de ambas intérpretes (aunque, lo digo sin acritud, ayer, Alina Ibragimova no quiso hacer un simple bis a pesar del largo aplauso del respetable); pero el cambio de Beethoven en lugar de Ginastera y Sarasate si tiene más enjundia. Por mi parte al menos, escuchar el Concierto para violín en Re mayor de Beethoven supera a Pablo Sarasate, pero no digamos al argentino Alberto Ginastera, músico contemporáneo (fallecido en 1983) con una clara tendencia a la atonalidad y dodecafonismo, algo que odio con todas mis fuerzas. Beethoven es, claro, música dilecta para todo aquel con alma sensible, un gigante sin parangón posible, así que, en este sentido, ayer salimos ganando con el cambio de programación.
Centenares de musicólogos han dedicado su vida profesional a estudiar minuciosamente la obra del genio de Bonn, clasificando, grosso modo, su arte en tres periodos: clásico, heroico y tardío. En el primero, ya sabemos, la influencia de Haydn y Mozart es sensible, aunque ya se aprecia una cierta experimentación y el fortísimo carácter del compositor; en el periodo intermedio o heroico, ya afectado por la sordera, Beethoven muestra un afán por romper con las melodías clásicas, dándole un mayor carácter contrastante a sus obras; por último, en el periodo tardío, Beethoven ha perdido por completo el sentido del oído, quedando a solas con su genialidad, valga la expresión, produciendo obras con una intensidad y expresividad que anticipa el Romanticismo musical. Bien, el Concierto para violín en Re mayor fue compuesto en 1806, durante la fase media o heroica, con lo que participa de las características de los periodos que la delimitan. Así, por ejemplo, este concierto está estructurado en tres movimientos, algo propio del Clasicismo musical: Allegro ma non troppo, Larghetto y Rondo-Allegro. Sin embargo, el virtuosismo que se exige al violín, con frases melódicas arrebatadas y pasionales son ya típicas del Romanticismo musical. En cualquier caso, características al margen, el Concierto para violín en Re mayor es de una belleza inenarrable. Algo muy específico de esta obra es la cantidad de "cadenzas" (improvisaciones del solista) que algunos violinistas famosos han escrito para ella, estoy seguro de que ayer Alina Ibragimova utilizó alguno de ellos (o tal vez uno propio), porque la versión que tengo en casa interpretada por la Filarmónica de Berlín dirigida por von Karajan difería notablemente en uno de esos solos de violín.
Después del descanso, la OSCyL interpretó el Intermezzo de la ópera Goyescas de Granados, para mí el mejor movimiento de la ópera, mucho más sensible, amable, nostálgico y melancólico que el resto de la misma. Por cierto, por el mayor auge de la música instrumental sobre la coral (que también es mi preferencia, por cierto) es mucho más conocida la versión como suite para piano que la versión operística de Goyescas. Esto no es exacto del todo, parece que Granados compuso primero la suite y luego, a partir de varios temas de ésta, compuso la ópera. Prefiero claramente la Suite que la ópera, pero ésta incluye el maravilloso intermezzo que escuchamos ayer. Es como todo interludio una digresión musical con los temas principales de la obra, pero Granados lo compone con tal genialidad que mejora en mucho lo que debía ser un movimiento de relleno.
Y por último (último del concierto y último de la temporada 23-24), una referencia diría que patriótica de la música culta: El amor brujo de Manuel de Falla. Una de las piezas más reconocidas en todo el mundo del llamado Nacionalismo musical español que generó bellísimas obras hace justo ahora cien años a partir de una serie de tópicos sociales y musicales de la España profunda. Espero que esto último no indigne a muchos (a algún imbécil sí, por favor), pero es que es verdad que justo hace cien años había en este país un afán "revivalista" de los más zafios rasgos de los clichés de lo español. Estoy pensando en el Romancero gitano de Lorca y precisamente en El amor brujo de Falla, que resucitan las costumbres más bárbaras de lo que ahora se ha dado en llamar eufemísticamente la "minoría étnica autóctona" (aseguro que esa expresión eufemística no es mía, que la leí en El Norte de Castilla a cuenta de no sé que delito cometido) en la que los gitanos se aman apasionadamente, se acuchillan apasionadamente y se matan apasionadamente. En fin, supongo que tanto García Lorca como Falla eran dos señoritos que, hartos de la buena vida, querían dar un toque folclórico a su obra literaria y musical, obviando la terrible barbarie anacrónica que glosaban. En fin, perdón por la digresión, lo cierto es que El amor brujo es un conjunto de melodías apabullantes, intensas e incluso violentas, tanto como lo que narran. Admito la genialidad del compositor gaditano en elevar a la categoría de música culta una serie de melodías populares, eternizándolas así para toda la humanidad.
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