miércoles, 30 de diciembre de 2020

"Muerte de la luz", por George R.R. Martin.

  La primera novela publicada del archiconocido autor de Juego de Tronos; ésta, a diferencia del best seller, está ambientada en un hipotético futuro, en el que la Humanidad ha tenido que colonizar centenares de planetas, variando morfológicamente con el paso de los milenios y formando, por tanto, distintas razas que comienzan a tener conflictos entre sí. Bueno, pues en esa tesitura, Martin presenta a los personajes: Dirk t'Larien, un humano que recibe una joya susurrante (supuesto aplicación de mensajería de ultimísima generación) en el que una antigua novia, Gwen Delvano, le pide que vaya a visitarla al lejano planeta de Worlorn. Cuando el tal Dirk llega a ese planeta se encuentra con que es un astro moribundo, prácticamente deshabitado y que, año tras año, es más frío al irse alejando progresivamente de su estrella; pero lo peor es que la emisora del mensaje está casada (aquí está el tomate, en el tipo de relación) con un tal Jaan Vikary, un tipo perteneciente a la estirpe de los kavalar, una raza guerrera y violenta. El tomate de la relación está en que los kavalar no tienen pareja al estilo humano, esto es, con libertad de elección e igualdad entre los dos, sino que la hembra es una especie de protegida en el sentido peyorativo: protegida y controlada; además, hay un tercero en discordia, otro kavalar macho que tiene una extraña relación de camaradería subordinada con el primero y que, parece ser, también tiene "derecho de pernada" con la hembra.
 Entiendo que el título de la novela hace referencia precisamente a la pérdida paulatina de la luz y el calor que se da en el citado planeta; tal vez un detalle menor. George R.R. Martin pasará a la historia como un escritor de fantasía histórica más que de ciencia ficción, la saga de Canción de hielo y fuego (que es el nombre completo de la saga, Juego de tronos es la primera de las cinco novelas que la componen) pesa mucho más que las de ciencia ficción pura. Con todo, Martin destaca no tanto en la descripción de planetas desconocidos, tecnologías de transporte espacial o viajes estelares, como en las relaciones entre personajes, ahí sí que es un verdadero maestro. Es decir, este autor es muy bueno al narrar las vicisitudes que afectan a los encuentros y desencuentros de sus personajes. 
 Los de la editorial Gigamesh dicen que "Muerte de la luz es una de las historias de amor más hermosas jamás contadas", pero yo no estoy de acuerdo. La novela destaca por dibujar las tácticas de diplomacia, enfrentamiento, amistad, enemistad... entre personajes, lo de menos es la historia de amor. Porque, vamos a ver, sí, aparentemente hay un triángulo amoroso entre los dos humanos y el kavalar, que, como todo triángulo amoroso, existe porque uno de sus vértices, el de la mujer, quiere mantenerlo, pero es todo más complejo. En mi opinión, esta novela (publicada en 1977) es un anticipo de Juego de tronos que narra, como todo el mundo sabe, las intrigas, las ansias de poder, las alianzas, traiciones, asesinatos, etcétera de unos hipotéticos reinos en un hipotético planeta Tierra. Bueno, pues en Muerte de la luz también se narran todas esas intrigas, aunque de forma mucho más reducida y condensada. De hecho, la cuestión principal de la novela es un duelo por honor mancillado... como si fuera en una novela de fantasía medieval. En realidad, el hecho de que nos encontremos en un planeta lejano, que existan distintas razas alienígenas y que haya naves espaciales es lo de menos, donde destaca Martin, ya digo, es en las relaciones entre personajes. 

  Al margen de esas relaciones, la prosa de Martin es bastante ligera, predominando la narración sobre la descripción (narración en el sentido de cambio, de evolución, de esas relaciones). No es, en absoluto, una ciencia ficción dura al estilo de Asimov, con especificaciones técnicas de las innovaciones tecnológicas que tienen sus personajes.

miércoles, 23 de diciembre de 2020

"Maestros del horror de Arkham House", publicado por Valdemar.

   Esa espléndida costumbre que tiene la editorial Valdemar de compilar relatos de terror, fantasía o macabros en pequeños volúmenes (pequeños, al menos, los de la colección Diógenes) continúa avalada, creo yo, por su gran éxito. Con salvedades. El tomo en cuestión es, en realidad, una compilación hecha por Peter Ruber, editor de la americana Arkham House en tiempos recientes (de 1997 a 2004) de los primeros años de la misma. De hecho, el subtítulo del libro, que apareció en Estados Unidos en 2000, es "una antología retrospectiva de los treinta primeros años de Arkham House en su sesenta aniversario". Para quien no lo sepa, Arkham House es una editorial histórica de narrativa de terror y fantasía que inició su andadura allá por 1939, cuando August Derleth y Donald Wandrei decidieron preservar y continuar la labor de H. P. Lovecraft con un proyecto más estable y serio (una editorial que publicara libros, no sólo revistas) que las famosas revistas pulp que, aunque llegaban a un público muy numeroso, tenían muy poco prestigio. Los propios Derleth y Wandrei, escritores del subgénero ambos, son verdaderas "vacas sagradas" de este tipo de historias, además de amigos epistolares del "solitario de Providence". Es probable que de no ser por ellos no hubiéramos llegado a conocer el mundo literario de Lovecraft. Bien, lo cierto es que la editorial Arkham House aún subsiste, reeditando toda la obra de aquél, además de publicando más obra nueva de otros autores.
  El volumen en concreto es una mezcla un tanto peculiar, pues aunque Ruber fue editor, como ya dije, en tiempos recientes, la compilación es de los primeros años, cuando no formaba parte de la empresa. Además, este libro tuvo una acogida polémica en Estados Unidos, ya que introduce a los autores con una crudeza más que notable, impropia de un editor (no estoy muy seguro de esto que acabo de escribir) o, al menos, no muy elegante. Llega a calificar al propio Lovecraft de "auténtico chiflado" "con personalidad esquizoide", eso por no hablar de todos los escritores de los que cuenta detalles irrelevantes de su relación financiera con la editorial. Vamos que los pone a caldo. Así, en la traducción de Valdemar, salen más de seiscientas páginas, más de la mitad de las cuales son las digresiones del tal Ruber sobre las rarezas de los escritores y detalles sórdidos de sus relaciones laborales y personales que, al menos a mí, no me interesan en absoluto. Afortunadamente, el tomo incluye veinte relatos de esos maltratados autores que dan categoría de libro legible a lo que tengo entre manos. Entre los autores están Wandrei, Ashton Smith, Robert Bloch, Robert E. Howard, Carl Jacobi, Frank Belknap Long o Ray Bradbury, todos ellos consagrados y admirados desde hace décadas.

  Con todo, es de agradecer que Valdemar haya publicado la compilación, tanto por el puñado de excelentes relatos que contiene, como para aclarar la conocidísima difícil relación (siendo benévolo) entre editores y autores.

lunes, 14 de diciembre de 2020

"Strawberry Fields Forever", John Lennon (1967)

 

Fotograma del video oficial. Imagen tomada del sitio www.iloveclassicrock.com

Let me take you down
'Cause I'm going to Strawberry Fields
Nothing is real
And nothing to get hung about
Strawberry Fields Forever
Living is easy with eyes closed
Misunderstanding all you see
It's getting hard to be someone
But it all works out
It doesn't matter much to me

Let me take you down
'Cause I'm going to Strawberry Fields
Nothing is real
And nothing to get hung about
Strawberry Fields Forever
No one I think is in my tree
I mean it must be high or low
That is you can't, you know, tune in
But it's all right
That is, I think, it's not too bad

Let me take you down
'Cause I'm going to Strawberry Fields
Nothing is real
And nothing to get hung about
Strawberry Fields Forever
Always, no, sometimes think it's me
But you know I know when it's a dream
I think, er, no, I mean, er, yes
But it's all wrong
That is I think I disagree

Let me take you down
'Cause I'm going to Strawberry Fields
Nothing is real
And nothing to get hung about
Strawberry Fields Forever
Strawberry Fields Forever
Strawberry Fields Forever

miércoles, 9 de diciembre de 2020

"The Attention Manifesto", by Grant Snider (www.incidentalcomics.com).




Imágenes tomadas del sitio www.incidentalcomics.com

"David Copperfield"... y juzgar demasiado pronto...

  Vaya esta entrada en este humilde blog para desagraviar (si es que en mi pequeñez pude hacerlo) al escritor victoriano al que llegué a tachar de anodino en la entrada anterior. Errare humanum est reza la locución latina, así que queda claro que soy humano. Dije en la anterior entrada que me parecía carente de mordiente la novela David Copperfield, que todo era previsible y ñoño... pues eso, que me apresuré... Apenas dos días después haber calificado de esa forma al autor inglés, ahora tengo que desdecirme y, para ser justo, alabar su capacidad de enrevesar lo que parece llano y complicar lo sencillo. Ya me parecía a mí... que este Carlitos no podía ser tan malo...
Charles Dickens. Imagen tomada de Wikimedia Commons
 Con todo, ruego permita el lector que vuelva a aquella injusta aunque algunas veces entendible expresión de "literatura de té y pastas" que he aplicado más de una vez a la literatura victoriana (en realidad, de tanto leer ya no sé si es expresión de mi cosecha o tomada de otro). Lo cierto es que no puedo olvidar que Dickens, al igual que la mayoría de los escritores que trataban de vivir con lo que ponían en negro sobre blanco (así hago distingo con alguno que no tuvo que ganarse la vida, léase, por ejemplo, Henry James). Tal vicio que tenía el tal Dickens (el de querer comer todos los días y vivir en algún sitio más privado y cómodo que debajo de un puente) le obligaba a maltratar a su propia prosa con artimañas que, poco o mucho, algo devaluaban su narrativa. ¿De qué artimañas estoy hablando? Con haber leído un par de novelas de Dickens ya se sabe: los pequeños giros argumentales al final de cada capítulo que dejaban al lector en vilo esperando la siguiente entrega (entrega que llegaba en una publicación semanal); descripciones que pueden llegar a ser sensibleras para la moda actual; "perfilado" excesivo de los personajes, que los convertía en buenos o malos de una forma demasiado evidente... En fin, que este gigante de la literatura universal (no hay sarcasmo aquí) se veía obligado a "vender" su obra a gentes de todo tipo. Uno se imagina a ociosos señorones de la época leyendo un capítulo de David Copperfield y, días después, comentándolo de forma animada con sus amistades... Por eso lo de "literatura de té y pastas". Pero, claro, esto es injusto visto desde aquí o desde Tombuctú. Como decía antes, apenas dos días de la entrada anterior, me arrepiento de lo escrito: en torno a la página seiscientas del tomo, se empieza a enredar todo. Ahora que Copperfield ya es un joven adulto y bien situado en la vida, empieza a reencontrar a sus amistades y enemistades de la infancia de forma casual y... ya se sabe... (presentación, nudo, desenlace). En fin, que fui injusto con Dickens... o no... quizá todo lo que sea criticar en un sentido o en otro es lo que mantiene vivo (como atemporal que es) a la buena literatura. Eso y, por supuesto, leer...

lunes, 7 de diciembre de 2020

"David Copperfield", de Charles Dickens.

  Una de las obras emblemáticas de un autor imprescindible para todo aquél que trate de conocer qué es eso que llaman "literatura"... y, probablemente, una de las novelas menos leídas. Porque, claro, nadie sería tan zafio de despreciar públicamente a un Tolstói (bueno, me temo que alguno sí), pero si se le pide que resuma, lo más sucintamente posible, el argumento de Guerra y paz o el de Ana Karenina, o que hiciera un breve comentario a los principales personajes de sendas novelas... en fin... igual se lo ponía en un aprieto... Pues algo semejante pasa con Dickens y, desde luego, con David Copperfield, y, en realidad, no me sorprende mucho. No me sorprende mucho porque, incluso para mí, un tipo tan raro que disfruta con esa mal llamada "literatura victoriana" y que, a falta de Los papeles póstumos del Club Pickwick que ya tengo en la recámara creo haber leído más del ochenta por ciento de la obra del autor inglés, se me está atragantando un tanto. No se me está atragantando por las mil doscientas y pico páginas de la edición de Alianza editorial, ni por la tradicional estratagema del bueno de Dickens que hacía dejar cada capítulo (sesenta y cuatro en total) con una pequeña incógnita para enganchar al lector (recordemos que Dickens, como tantos otros autores de la época, publicó la mayor parte de sus novelas por entregas en publicaciones semanales), no, la novela se me está atragantando un tanto por lo ñoño y previsible que me está resultando. Acabo de leer lo que he escrito y hasta yo mismo me he alarmado... Veré si puedo argumentarlo.
 En fin, decir que una novela de Dickens es ñoña igual es ir demasiado lejos. Lo que quiero decir es que, a diferencia de Oliver Twist, de Grandes esperanzas, de Nuestro común amigo, de El grillo del hogar, de Historia de dos ciudades, por supuesto de Para leer al anochecer y otros cuentos de temática sobrenatural, incluso a diferencia de La tienda de antigüedades (en esta última, ya no lo tengo tan claro), en David Copperfield todo tiene un tono demasiado previsible, faltan esos giros argumentales que lo dejan a uno con el corazón en vilo; por otra parte, los personajes están, en mi humilde opinión, demasiado encasillados entre los buenos y los malos, apenas se observa evolución en sus caracteres (aparte del personaje principal, claro está). Quiero decir que, por ejemplo, desde el principio se ve que Clara Pegotty será el personaje maternal que el propio David tenga siempre a su lado; que Uriah Heep será un carácter dañino que adula para luego apuñalar por la espalda; que su padrastro, Murdstone, es mezquino y maltratador; o que la tía del protagonista (Betsey Trotwood) es un elemento protector dentro de su excentricidad... Se podría continuar con todos los personajes, ninguno sorprende, todos son definidos de forma plana y evidente sin que haya cambio posible en sus caracteres; a un servidor le hubiese gustado que alguno de ellos cambiaran absolutamente, de blanco a negro, su personalidad o comportamiento, no sé, estoy pensando en el señor Scrooge de Cuento de Navidad; evolución, en definitiva, de los personajes.
 Tal vez sea muy pretencioso por mi parte hacer críticas tan acerbas a una de las grandes obras por excelencia de la literatura universal, pero... así lo siento, perdón si molesto a alguien. En todo caso, los eruditos críticos literarios dicen que David Copperfield es prácticamente una autobiografía, quizá el autor se vio arrebatado por una visión más almibarada que perjudicó su talento creativo... no sé.

  Por supuesto, cuando digo "visión almibarada" no quiero decir que la novela esté libre de situaciones de una dureza terrible, especialmente si consideramos que atañe a la vida de un niño y que, en aquella época victoriana, el hambre, la enfermedad o el maltrato se generalizaban entre los infantes de clase baja hasta el punto de llevar la mortalidad infantil hasta unas cotas que hoy se antojan inadmisibles. En eso sí que es "Dickens puro": un retrato sin tapujos de una sociedad embrutecida en el trabajo para que las clases dirigentes pudieran disfrutar del estatus socioeconómico más alto que había en aquel entonces en la faz del planeta; al igual que en Oliver Twist, Dickens retrata a niños trabajando de sol a sol en oficios peligrosos (deshollinadores, limpiadores, mozos de cuadra...), muchas veces pagados con poco más que un poco de pan y un camastro en un dormitorio comunal. 
 Ahora que lo pienso, lo anodino, más que en lo contado, es cómo lo cuenta. Y de nuevo, otra barbaridad. Decir de Dickens, uno de los genios literarios de todos los tiempos, alguien que fue capaz de compaginar como nadie la descripción y la narración, haciendo que tanto ambientes como personajes fueran delineados perfectamente a la vez que no se perdía un ápice del hilo narrativo, es, cuando menos, arriesgado. Lo que trato de decir es que, en las más de cuatrocientas páginas que he leído hasta el momento, no he encontrado sorpresa argumental alguna, todo está mostrado de antemano. También puede que haya leído "demasiado" a Dickens y ya lo tenga "calado" desde el principio, en fin... Hablando del argumento: vida de David Copperfield (ya digo, álter ego del autor) desde su nacimiento hasta su muerte, así como de los que circunstancialmente lo rodean; seres despiadados que se aprovechan de su candor y otros que lo tratan de proteger de todo mal. Todo narrado en primera persona, cual si de diario personal se tratara, pero de modo retrospectivo.

sábado, 28 de noviembre de 2020

"El peso falso", por Joseph Roth.

  Otro relato más de Joseph Roth, otra historia más de gente desarraigada, sin solución posible, que llevan sus vidas arrastrando todo tipo de problemas, traumas y complejos. Ahora pienso, sin embargo, que, a pesar de todo lo anterior, las novelas de Roth no son especialmente deprimentes. El retrato de esas gentes, esos lugares y esos tiempos es tan fiel y verosímil, que no se hace duro ni áspero al leerlo. Pues eso, con respecto a las gentes, en El peso falso, el protagonista es Anselm Eibenschütz, un funcionario que controla el comercio, en concreto que las medidas y los pesos de los comerciantes no estén falsificados y, por tanto, que no estafen a los clientes; el lugar es especialmente importante, hasta el punto de que es un personaje más del relato: Zlotogrod, una localidad ficticia, frontera entre los entonces Imperio Austro-Húngaro e Imperio Ruso, un lugar perdido en Europa Oriental, camino de ningún sitio y destino sin importancia; los tiempos también son los habituales en Roth: la época previa a la Guerra del 14, cuando esos dos grandes imperios todavía campaban por sus respetos, aunque tenían ya la suerte echada. Con esos mimbres Joseph Roth elabora un relato minucioso y preciosista que muestra la increíble capacidad que tenía este tipo para poner negro sobre blanco las vidas de sus contemporáneos y, tal vez, la suya propia enmascara entre las demás.
 Desgranaré lo anterior: con respecto a los personajes, el principal, Eibenschültz, es característico suyo: alguien perdido en su propio mundo, alguien que, tras un cambio no especialmente importante, ha perdido el rumbo de su vida. El cambio en este caso es dejar de ser militar para acceder a un humilde puesto de funcionario de pesos y medidas en un confín del Imperio. Es fácil ver a Roth tras este personaje, como él, inadaptado, como él, sufriente, como él, alcoholizado... De hecho es en el alcohol en lo que el funcionario decide sumergir su vida, en eso y en los amoríos con una joven gitana hacia la que sólo siente una pasión animal que lo arrastra irremisiblemente. Los otros personajes parecen mejor adaptados al ambiente duro y sin esperanza de Zlotogrod: los gendarmes armados que lo acompañan y que se limitan a cumplir inopinadamente su función; el tabernero, Jadlowker, que tiene su garito poblado con lo peor de un lado y otro de la frontera; Kapturak, traficante de desertores rusos a los que vende una suerte de futuro irrealizable y esperanzas sin fundamento; Euphemia, la chica que arrastra las pasiones de varios hombres y que las satisface inopinadamente; incluso su mujer, Regina, que engaña a su marido y tiene un hijo del escribiente... Todos parecen vivir sus pequeñas vidas sin exigir mucho más, es Eibenschültz el único que no comprende la razón de su existencia, que se va hundiendo lentamente, que asiste anonadado a su propia autodestrucción... Frecuentemente se habla del desarraigo social de Franz Kafka, un judío germanófono en la Praga católica y checo-parlante de entreguerras, pero lo mismo podría decirse de Joseph Roth, también judío y también germanófono nacido en una localidad ucraniana y mayoritariamente ortodoxa, pero también podría decirse del ficticio Eibenschültz, nacido en Bosnia y viviendo en Zlotogrod.
 Con respecto a la localización, Zlotogrod es, como antes decía, la nada. Pero, una nada muy importante. Un fin de un mundo, mejor, un fin de dos mundos, espalda contra espalda, los dos Imperios plenamente europeos que desaparecerán como tales en la Primera Guerra Mundial. Los de Alianza Editorial dicen en la contraportada, tal vez con acierto, que Zlotogrod es un trasunto de Brody, la localidad natal de Roth. Es muy probable que sea correcto, pero en todo caso, la localidad ficticia es punto de partida y de final de la trama de la novela, mientras que Brody fue, para Roth, la localidad natal, el lugar desde el que huir a ciudades más prometedoras e interesantes. Porque es evidente que Joseph Roth, a pesar de haber nacido en un municipio de menos de veinte mil habitantes, era un animal de ciudad, de gran ciudad exactamente. Roth era vienés hasta la médula, aunque separen más de 800 kilómetros esta ciudad de su localidad natal. En todo caso, Zlotogrod es otro personaje más de la novela, con su terrible clima, su pequeño río helado en invierno, su bosque fronterizo...
 Y luego está la localización temporal, otra que el propio autor vivió. Época de cambios: el Imperio Austro-Húngaro, esa gigantesca Criatura de Frankenstein que estallaría en mil pedazos en la guerra; el Imperio Ruso que mutaría social, política y económicamente del zarismo opresor al comunismo subyugante sin solución de continuidad... y sin verdadera solución para sus sufridos ciudadanos. Época de cambios bruscos en la alta política que llevaban a los hombres de a pie a una suerte de muladar de la Historia, a un lugar donde nadie quisiera estar. 

  En el cuadro que pinta Joseph Roth, están reflejados todos los estamentos sociales. Si Zlotogrod es trasunto de Brody, lo es en todas sus dimensiones: ambas son ciudades que parecieran haber "caído mal" en el mapa del mundo, con una población demasiado heterogénea poblada por rusos, ucranianos, polacos, judíos... (Brody es hoy una localidad de poco más de veinte mil almas, perteneciente al oblast de Leópolis, el oeste de Ucrania, que fue brutalmente desprovista de su pluralidad racial, primero con el Holocausto nazi que eliminó a los judíos, después con la expulsión de aquellos habitantes de origen alemán tras la Segunda Guerra Mundial, y más recientemente con la expulsión de todo lo que huela a ruso en el centro y oeste de Ucrania). Se le antoja a uno que son ciudades desgraciadas, con una historia demasiado trágica que parece querer perpetuarse sin que sus habitantes quieran o sean capaces de evitarlo. Tal vez ese componente autodestructivo del territorio se transmite a sus habitantes, tal vez también a Anselm Eibenschütz.
 El peso falso es, en definitiva, una pequeña gran novela, algo a lo que nos tiene acostumbrados Joseph Roth, un autor capaz de sacar un texto perfecto de un conjunto de vidas sin importancia en un lugar perdido del mundo.

jueves, 26 de noviembre de 2020

Mateo 7: 13-14

  13 Entrad por la puerta estrecha. Porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. 14 ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos. 

"Abel Sánchez", de Miguel de Unamuno.

  Después de leer a Walser, Unamuno parece un remanso de paz, incluso con la carga psicológica que siempre tienen los personajes del vasco; al menos no hay reflexiones enfermizas y sin salida. Porque Unamuno, bien es sabido, daba a todas sus obras una orientación reflexiva muy marcada, de los individuos, pero también de la sociedad y sus pecados. Abel Sánchez no es una excepción: la reinterpretación del mito bíblico y del concepto de envidia ya es en sí misma una meditación sobre la naturaleza humana; pero, además, Unamuno le da un enfoque muy español y, aunque no hay referencias temporales exactas, también es evidente la referencia a aquellas primeras décadas del siglo XX que tan dañinas serían para España y para el resto de Europa.
 En efecto, Abel Sánchez, es, claro está, una reinterpretación del mito bíblico de Caín y Abel. Como en el Génesis, Abel agrada a todos (el Dios social) con su obra pictórica, mientras que Joaquín (el Caín moderno) no concita las simpatías de sus allegados; esta situación provoca la envidia de Joaquín Monegro hacia su, por otra parte, amigo del alma, Abel Sánchez, deseando (y provocando, casi accidentalmente, su muerte). El detonante de las envidias no son como en la Biblia la ofrenda a Dios, sino una mujer, Helena; por tanto también es un triángulo amoroso, al menos en un principio, luego, las reflexiones de Joaquín lo llevan a pensar en la envidia como concepto, como motor de vida incluso... y motor de muerte, claro... La trama se complica con más personajes: si Helena es la mujer aparente (la "pava real", la llaman Abel y Joaquín), la belleza superficial y con un punto de maldad; Antonia (que será la mujer de Joaquín) es la mujer madre y esposa arquetípica, toda resignación y comprensión. Con todo, ese personaje maternal (muy habitual, por otro lado en la narrativa unamuniana) no consigue aplacar la envidia que Joaquín siente por el éxito social de Abel. La llegada de dos hijos, uno de cada pareja, Abelín de parte de Abel y Helena, y Joaquinita por Joaquín y Antonia no calma las aguas, pues, por interés de Joaquín, acaban casados (mezclándose así las sangres de los Monegro y los Sánchez), eternizándose el conflicto entre los ya abuelos. Desde una interpretación más superficial y moderna se podría inferir una auténtica enfermedad mental en Joaquín Monegro, incapaz de superar una envidia infantil que nadie entiende y todos ridiculizan, enfermedad mental que lo convertirá en un ser atormentado y desgraciado cuando, en realidad, la vida le sonríe en todos los ámbitos.
 El relato también tiene algo de metaliterario, al menos por las continuas referencias que se hacen al Caín de Lord Byron, que Joaquín lee y relee. Esta obra, recordemos, es otra reinterpretación del mito desde el punto de vista de Caín, es decir, en el relato de Unamuno, de Joaquín. Decía antes que, aunque Unamuno no da muchos puntos de referencia temporales y espaciales, se puede considerar que la obra es hija de su tiempo. Lo es porque en un momento de las disquisiciones sobre la envidia como fuente de dolor y de destrucción para todos pero especialmente para el que la sufre, se hace una explícita referencia a España y su atraso sempiterno en el ámbito de la lectura y la cultura en general cuando se espeta:
 - Sí, hijo, sí, todo sería ponerse a ello, pero cuantas veces lo he pensado y no he llegado a decidirme. ¡Ponerme a escribir un libro... y en España... y sobre Medicina...! No vale la pena. Caería en el vacío...
 Eso, unido a un claro pesimismo social, a la sensación de que las envidias y los rencores malsanos llegarán a provocar un gran desastre son hoy evidente presagio de lo que acontecería poco después; recordemos que la novela fue publicada en 1928, a ocho años del estallido de la Guerra Civil. Esos argumentos, la preocupación por la situación política y social de España y la imposibilidad aparente de reconciliación alguna, están muy presentes en todos los autores de la Generación del 98 y en la obra de Unamuno en concreto. Por todo ello se puede afirmar que Abel Sánchez es, a la vez, una obra coyuntural, pero también atemporal.

martes, 24 de noviembre de 2020

"El bandido", por Robert Walser.

  Ya he comentado anteriormente lo complicado que es leer a Walser, no porque sus temas sean eruditos o complejos sino por la estructura, a veces deslavazada, y, sobre todo, porque sus personajes frecuentemente muestran un grado de autohumillación y pusilanimidad rayanos en la autoaniquilación. Pero claro, esto se combina con un dominio de la lengua extraordinario. Walser es un Miguel Ángel Buonarroti de la narrativa, un Leonardo da Vinci de la prosa, alguien capaz de pergeñar los textos más hermosos con una prosa compleja pero brillante, imaginativa pero gramaticalmente impecable. Por todo esto tengo sentimientos contrapuestos con el autor suizo: cuando me topo con una de sus novelas ansío sumergirme en ese estilo intrincado y minucioso, pero, a la vez, recuerdo haber abandonado con verdadero desaliento Jakob von Gunten, novela claramente autobiográfica (como, aparentemente, todas las de este autor) en la que no es que se roce, es que se penetra ampliamente en la indignidad, tratándose a sí mismo un auténtico despojo desprovisto de la más mínima autoestima. La preponderancia de este sentimiento no es baladí: todos los días se suicidan cientos de personas a lo ancho y largo del mundo, acosados por esa falta de autoestima necesaria para seguir alentando; en el mayor de los casos, sin verdadera justificación (en realidad, nunca está justificada la falta de autoestima), con lo que ahondar en ese pozo sin fondo que es la depresión no sólo es inaceptable sino que cabría pensar que debería impedirse. Sin embargo, también leí de Walser pequeñas maravillas como El paseo o El pequeño zoológico, ambas pequeñas grandes obras que mantienen esa altísima calidad literaria pero que, al carecer de elementos autobiográficos, no entran en esa espiral autodestructora. Estos dos pequeños libros son apuntes a vuelapluma (a vuelapluma de alguien que escribe con una calidad como la gran mayoría escribe, comprueba, reescribe y recomprueba...) tomados durante sus queridos paseos, por la simple contemplación de la belleza natural o humana por parte de un alma sensible. Una verdadera delicia. Bueno, pues, para bien o para mal, me decidí por la lectura de otra novela de Walser, ésta:
  ¿Y en qué grupo de anteriores se encontraría El bandido? Pues, probablemente, en una categoría intermedia: es clarísimamente autobiográfica, pero, aunque en algunos casos, como luego citaré, llega a ser dañina para el propio personaje, no es tan autolesiva como las principales, y mantiene un cierto tono optimista que ha sido maravilloso encontrar en Walser.
 Parece ser que esta novela fue escrita, como tantas por el autor suizo, sin afán alguno de publicarla, lo cual, tal vez, permitiera mayor libertad creativa. Lo cierto es que los estudiosos de Walser lo incluyen en eso que llamaron "microgramas", es decir, centenares de hojas escritas a lápiz, con una letra minúscula, plagada de abreviaturas y vocablos absolutamente  ininteligibles. Estos microgramas han sido estudiados desde una doble vertiente: la meramente literaria y la psiquiátrica. Porque, es algo de todos conocido, el propio Walser tenía serias preocupaciones por su salud mental, hasta el punto de que pasó sus últimas décadas de vida internado en un sanatorio psiquiátrico, en el que ingresó por petición propia. El bandido es un ejemplo claro de comportamiento de lo que algún especialista no dudaría en incluir dentro de conducta esquizofrénica: creación de varios personajes, todos ellos álter ego del propio autor, que desarrollan su personalidad de una forma psicótica; comportamientos autolesivos y de desprecio de sí mismo (mucho más frecuente, ya lo dije, en novelas como Jakob von Gunten); descripción de voces y diálogos interiores que abruman al individuo; hablar de sí mismo en tercera persona... En realidad todos estos son síntomas que los psiquiatras engloban dentro del entorno esquizofrénico, pero que, no nos engañemos, son muy frecuentes entre muchos escritores, probablemente una profesión que, por el exceso de trabajo intelectual, tiene una cierta propensión a la enfermedad mental.

 Sea como fuere, me ha costado mucho menos leer esta novela de Walser. Sí, ha habido momentos que he estado apunto de dejarlo, pero, en todo caso, los vicios de la prosa del suizo estaban menos acentuadas en ella que en otras novela. Además, Robert Walser es un genio en la creación de frases impactantes, verdaderas perlas de sabiduría popular que uno lee, asombrado de tanta clarividencia en unas pocas palabras. Dejaré algunas aquí transcritas con la recomendación final de ir a la fuente original, al autor, a su novela, para disfrutar verdaderamente de ellas.
  Nos fastidiamos los unos a los otros porque siempre hay algo que nos tiene fastidiados. Nos vengamos menos por maldad que a causa de algún mal, y estamos hechos de tal pasta que nadie de nosotros está libre de ningún mal.
  A menudo la arrogancia es nuestro último refugio, aunque es un refugio al que no deberíamos huir. Tendríamos que salir de nuestra arrogancia, que no es más que una jaula, y hablar con los más modestos y así redimirnos.
  Los escritores suelen hacer gala de un reverente desprecio por sus editores, de una mezcla de sentimientos que es reconocida en todas partes.
  Los tímidos se esconden con suma facilidad detrás de la impertinencia. Si uno molesta a estas naturalezas apacibles en sus sueños, en sus caprichos, responden con cualquier insolencia.
  No todos los hombres han sido llamados a ser útiles. Tú eres una excepción.

jueves, 19 de noviembre de 2020

"El zorro en el ático", por Richard Hughes.

  Había leído cosas interesantes sobre este tal Hughes: obra escasa pero selecta, argumentos enraizados en lo histórico pero de pura ficción, temas que incitan a la reflexión... Así que tomé una de las novelas que encontré en la biblioteca local, ésta:
 La novela está estructurada en tres libros que tienen continuidad (de hecho, no hay cambios argumentales entre ellos, parece más una división estética que otra cosa). En el primero (Polly y Nelly) se presenta al protagonista, Augustine, al que los críticos literarios consideran trasunto del autor, pues es un aristócrata inglés que lleva una vida anodina en la campiña de su país, alejado de su sociedad, una sociedad llena de arcaísmos, prejuiciosa e inútil. El tal Augustine abomina de su sociedad, se siente (y es sentido como) extraño, por lo que decide viajar a Baviera donde tiene parientes. Parece ser que Richard Hughes fue algo parecido: un aristócrata venido a menos que nunca encajó bien en su anacrónico mundo. El segundo libro (El cuervo blanco) es, sin duda, el más histórico de los tres, pues entrelaza la vida del inglés en Alemania con el famoso Putsch de Munich en el que Hitler se dio a conocer, al menos a los alemanes, y que, en realidad, fue un sonoro fracaso. En este segundo libro se muestra una sociedad alemana más moderna que la inglesa, en la que las prebendas aristocráticas (la familia alemana de Augustine es también aristocrática en el país centroeuropeo) han quedado olvidadas, que los nobles se implican como cualquier otro ciudadano en la tarea de reconstruir o redirigir el país (en el libro primero se había hecho especial énfasis en mostrar a la nobleza inglesa como un grupo de opulentos ricachones sin interés por los aspectos mundanos). Se hace un retrato parcial de Adolf Hitler que lo presenta como un aspirante mediocre a gobernante, alguien lleno de dudas que trata de caminar entre dos aguas para sobrevivir a todos los posibles avatares que la cambiante política alemana de la época pudiera traer. Entre los familiares alemanes del inglés se encuentran tipos diversos: Otto, el tío y patriarca, militar de la vieja escuela y partidario de la secesión de Baviera; Franz, sobrino del anterior, que cae bajo el influjo de una Alemania nueva y brillante que vendía el nacionalsocialismo; o Mitzi, hermana de Franz, una joven que queda súbitamente ciega (desprendimiento de retina), de la cual se enamora perdidamente el inglés, aunque ésta apenas sabe de su existencia. Por último, en el tercer libro (El zorro en el ático) se narra el desenlace del Putsch, la estoica aceptación de la ceguera por parte de Mitzi y su acercamiento progresivo a la religión, así como algunos argumentos secundarios (en mi opinión, un poco a desmano) de la familia inglesa del protagonista.
 ¿Y qué me ha parecido? Bueno, desde el punto de vista formal no hay queja alguna. Está bien narrado, con una prosa moderna, es decir, de lectura rápida, con pocas frases subordinadas y escasa adjetivación, pero que no cae en el simplismo, capaz de simultanear la narración de dos o más ámbitos distintos sin que el lector pierda el hilo en ningún momento. Con todo, al principio de cada uno de los libros hay un párrafo de mayor o menor longitud que trata de presentar lo que va a contar a continuación de una forma un tanto pretenciosa, como si el autor hubiera rebuscado en exceso las palabras, dejando una sensación de texto afectado, impostado. ¿Y en el plano argumental? Con respecto a los argumentos, creo que son interesantes, están bien pergeñados los ficticios y bien engranados con éstos los históricos, pero no dejo de tener un sabor agridulce al terminar de leerlo. Hay muchos altibajos de calidad en la novela. Ya decía antes, esos párrafos iniciales, demasiado pretenciosos, se alternan con capítulos que parecen claramente de relleno, sin mordiente ni verdadera justificación de su existencia. En conjunto, parece una obra muy pensada... demasiado pensada, tal vez. El autor ha trabajado en exceso el texto, pero no con resultado positivo, ha quedado algo demasiado artificial. Se ve calidad evidente, pero no acaba de convencer, una pena.

miércoles, 11 de noviembre de 2020

Inciso cinematográfico: "Dark Passage", dirigida en 1947 por Delmer Daves.

  Hay parejas cinematográficas que exceden los platós para convertirse en parejas en la vida real, ya se sabe. Humphrey Bogart y Lauren Bacall es una de las más reconocidas parejas fuera y dentro del celuloide; su química personal daba a las películas un extra, especialmente cuando había tensión sexual entre ambos. Aparentemente, no importaba que el bueno de Humphrey doblara en edad a Lauren (se casaron con 46 y 21 respectivamente) o la evidente diferencia de estilo personal (de tipo duro, él; de "mujer-pantera", ella). Pues eso, cuando rodaron Dark Passage llevaban dos años de feliz matrimonio que fructificaría con dos retoños y varias películas, algunas de ellas memorable. Memorable es ésta, hasta cierto punto. Es una de esas cintas que, redescubiertas en los repositorios de internet, despiertan inmediatamente la atención de uno: por los actores, dos genios; por el tema, relativamente frecuente pero interesante; y, sobre todo, por el planteamiento inicial. El argumento principal: Bogart, preso en San Quintín, se enfrenta a la pena de muerte por el asesinato de su mujer; él, inocente, huye a San Francisco y es recogido cual cachorro perdido por una joven intrigante, hermosa y con un punto de arrogancia (la Bacall) con la finalidad de demostrar su inocencia; ante la caza al hombre instaurada en toda California, el fugitivo se opera la cara para ser irreconocible. Bueno, el argumento no es nada del otro mundo, pero sí la técnica cinematográfica, al menos para 1947. Para evitar tener que andar con maquillajes raros, la primera parte de la película, hasta la cirugía estética, está rodada desde el punto de vista subjetivo de Bogart, sólo se ve lo que él ve además de sus propias manos; ya después de la operación aparece el rostro con rictus de madera del bueno de Humphrey.
Imagen tomada del sitio www.filmaffinity.com
 Ya digo, muy innovadora técnica para 1947; de las primeras veces que se rompe de forma imaginativa la llamada "cuarta pared", el plano que ocupa la cámara. Así, la propia Bacall y otros actores miran a cámara cuando hablan con el Bogart "pre-operación", con una frescura que se agradece. Por supuesto, después de la cirugía estética y, por tanto, de la aparición del protagonista, todo vuelve a la normalidad y respetan la cuarta pared.
 Ese planteamiento, tan nuevo para la época, da caché a la película por sí solo. Luego hay que sumar a los actores, la fotografía y demás. Con todo, en mi opinión no es una gran película. Le falta mordiente, a medida que va avanzando la trama (sobre todo a partir de la operación) se hace previsible, le faltan giros argumentales o, al menos, algo de suspense. Si el guión estuviese más trabajado y consiguiera mantener en vilo al espectador tal vez estuviéramos hablando de una de las mejores películas de la era dorada del cine americano.
 Con respecto a los actores, están muy en su salsa, quiero decir, los papeles que los encasillaron y antes apuntaba, el tipo duro y la mujer-pantera, con lo cual son verosímiles, en realidad no había muchos más actores que lo pudieran hacer como ellos.

Imagen tomada del sitio www.oviedo.es
  La fotografía también juega su papel, con un deambular por las calles de San Francisco que convierte a la ciudad californiana en otro actor más, con esa combinación de calles imposiblemente empinadas, tranvías arcaicos y atractivos edificios art decó que no son tan frecuentes en el cine de Hollywood, más acostumbrado a mostrar la anodina Los Ángeles o la opresiva Nueva York.

sábado, 7 de noviembre de 2020

"Mascarada", por Terry Pratchett.

  Decimoctava entrega de la saga del Mundodisco, genial sátira ideada por Terry Pratchett para burlarse de la estupidez humana, tan universalmente distribuida entre el mono con pantalones. Esta vez es una de las pocas novelas de la saga que no comienza con aquella hermosa letanía que ya se hacía entrañable: el Mundodisco, plano como el encafalograma de un político, descansa sobre cuatro gigantescos elefantes que reposan en estación sobre la concha de la inmensa tortuga cósmica, la Gran A'Tuin, que navega por el Multiverso, (lo del encefalograma de los políticos es de mi cosecha pero, a juzgar por sus acciones actuales y pasadas, es indiscutible). 
 Ahora, Pratchett parodia un tema popular conocido por todos: el fantasma de la ópera, esa historia sobre un tipo desfigurado que, desde la admiración pero también desde el rencor, idolatra a la prima donna del espectáculo, espiándola desde un palco que exige quede vacío, y amenazando a todos con represalias si no cumplen sus deseos. Este argumento lo puso "negro sobre blanco" Gastón Leroux allá por 1910 a partir de un original de George du Maurier que lo había tomado a su vez de una leyenda popular; en cualquier caso, la popularidad masiva, sobre todo en el ámbito anglosajón, llega de la mano de Andrew Lloyd Weber en un musical tremendamente exitoso que fue representado durante décadas (en el West End londinense se estaría representando todavía si no fuera por la dichosa pandemia), incluido nuestro país.
 Claro, para un tipo de la burlesca imaginación de Terry Pratchett, la versión musical de Lloyd Weber es perfecta para parodiar la vanidad humana representada en los fatuos tenores y las divas que, en mayor o menor medida, alcanzan al común del ser humano. Pero la sátira de Pratchett, a pesar de ser inglés, no es sangrante ni nociva, es una burla sana y sin mala baba que saca una sonrisa al comprobar que todos caemos en esos vicios. 
 Por otra parte, los estudiosos de la obra de Pratchett clasifican las novelas por distintos ciclos o "arcos argumentales", en las que determinados personajes y, por ende, argumentos concretos son retomados para dar otra vuelta de tuerca a la parodia. En Mascarada el arco argumental es el de las brujas, con personajes recurrentes como Yaya Ceravieja o Tata Ogg, a las que se incorpora ahora Agnes Nitt. Las brujas son, en general, personajes habituales de los cuentos populares europeos, tanto que se pueden considerar arquetipos de una feminidad digamos "ligeramente diferente" de la habitual, una feminidad en la que caben hechizos que conviertan en sapos a aquellos que no entiendan plenamente su forma de entender la vida, o en la que no se necesita medio de transporte alguno teniendo una buena escoba a mano. Hay quien, por cierto, asegura que en toda mujer (al menos, a partir de cierta edad) hay una de ellas pugnando por salir a la superficie, especialmente si se ha alcanzado la notable categoría profesional de "suegra". Este concepto, en manos de un tipo tan agudo y guasón como Pratchett deviene en un texto hilarante, con dobles sentidos por todas partes y situaciones cómicas pero totalmente conocidas por cualquiera que haya estado tropezando por el planeta Tierra unas cuantas décadas.
 En fin, que es un placer leer a Pratchett, hacerlo sin prejuicios (prejuicios sobre la literatura fantástica o los temas populares), para poder superar tantas tonterías, siempre presentes, que han plagado desde Adán y Eva a esta curiosa especie que algunos llaman "insecto humano".

domingo, 1 de noviembre de 2020

"The Hardest Part of Writing...", by Grant Snider (incidentalcomics.com).

 

Image taken from the web www.incidentalcomics.com

"Metro 2035", por Dmitry Glukhovsky.

  No es la primera vez que me pasa, ni mucho menos; pero esta novela me ha decepcionado mucho, la verdad es que no esperaba mucho, pero aun así no ha cumplido mis expectativas. Me gusta mucho la Ciencia ficción, se puede apreciar en este blog; me gusta porque es el subgénero narrativo que más fácilmente consigue en mi estado anímico algo que he buscado siempre en la lectura: evasión. Mi vida no es terrible en absoluto, diría incluso que es cómoda y aburguesada, y tengo la inteligencia suficiente como para entender que es un lujo estar vivo, sano, felizmente acompañado y razonablemente satisfecho a los cincuenta años; no obstante, toda vida humana tiende al descontento, a la añoranza de lo no conseguido o perdido y a la infravaloración de lo alcanzado; para esa evasión del "spleen" vital es fantástica la Ciencia ficción. Pero, además, la Ciencia ficción permite una libertad creativa que, a los autores talentosos e imaginativos, facilita la creación de mundos fantásticos verdaderamente interesantes. No nos olvidemos de que Ciencia ficción es Julio Verne, Mary Shelley, H. G. Wells, Asimov, Lovecraft, algunos más modernos como Ray Bradbury, Brian Aldiss. Philip K. Dick, Terry Pratchett o Neil Gaiman, todos ellos talentos inmensos. Pero lo malo, ya lo dije alguna vez es ir poco a poco descendiendo en la calidad literaria hasta llegar a autores que, francamente, no merecen la pena leer, ése es el caso, lamento decirlo, del tal Dmitry Glukhovsky.
 La verdad es que no recuerdo cómo ni dónde oí hablar de este autor, supongo que en algún blog literario como éste mismo. Lo cierto es que me llamó la atención el argumento general de la obra (varias novelas ya) y su conversión en un exitoso videojuego. La trama es sencilla pero con muchas posibilidades: tras una guerra nuclear entre las otrora grandes potencias, Estados Unidos y Unión Soviética, se ha producido la contaminación radiactiva generalizada en la superficie terrestre, la muerte masiva de varios miles de millones de seres humanos y la supervivencia de unos pocos miles que se refugian en los túneles del metro de Moscú. Allí sobreviven de mala manera cultivando setas y criando cerdos a los que alimentan con las propias setas y desperdicios humanos. Como no podía ser menos en una sociedad humana, por precaria que sea ésta, se establecen distintas facciones y grupúsculos que luchan por detentar el poder y aniquilar a la otra parte; en este caso, los grupos rivales ocupan sus respectivas estaciones de metro en las que colocan barreras y obstáculos varios. Como toda novela de Ciencia ficción, un héroe, Artyom, se encarga de mantener vivas las esperanzas de su comunidad tratando de subir a la superficie de la destruida capital rusa para, con ondas de radio, tratar de comunicar con hipotéticos supervivientes fuera del metro. Para complicar un poco más la situación, Artyom, al que se le unen unos personajes más, ha de ascender a la superficie por estaciones que están ocupadas por grupos rivales, lo cual los lleva a iniciar un periplo por los túneles de metro preñados de todo tipo de amenazas. Ése es el argumento principal, como se ve es sencillo pero prometedor y, bien pergeñado puede dar resultados brillantes. Lástima que no lo consiga.
  Por cierto, Metro 2035, cuyo título hace referencia a la localización y el año hipotético en que se dan los hechos, no es la primera novela, ésta fue Metro 2033, a la cual siguió Metro 2034 y la que estoy leyendo. La conversión de las novelas en videojuego es fácil de comprender, toda vez que el jugador virtual tome el papel de uno de los personajes de la novela y desarrolle su juego avanzando por la enorme red de túneles moscovita enfrentándose a todo tipo de peligros y consiguiendo metas más o menos grandes. En fin, ya digo, pudo ser una buena novela, pero temo que está escrita con poco talento, con muchos lugares comunes y es previsible e incluso a ratos aburrida, algo que, en Ciencia ficción, es un pecado mortal.

miércoles, 28 de octubre de 2020

"De profundis", salmo 130.

 De profundis clamavi ad te, Domine;

Domine exaudi vocem meam.

Fiant aures tuae intendentes

in vocem deprecationis meae.

Si iniquitates observaveris,Domine,

Domine, quis sustinebit?

Quia apud te propitiatio est,

et propter legem tuam, sustinui te, Domine.

Sustinuit anima mea in verbo eius;

speravit anima mea in Domino.

A custodia matutina usque ad noctem,

speret Israel in Domino.

Quia apud Dominum misericordia

et copiosa apud eum redemptio.

Et ipse redimet Israel

ex omnibus iniquitatibus eius.


martes, 27 de octubre de 2020

"La pistola de rayos", por Philip K. Dick.

  Philip Kindred Dick es mundialmente conocido por haber escrito la novela que dio lugar al éxito cinematográfico Blade Runner, aunque el título de aquélla no tenía mucho que ver con éste, concretamente era ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? Ridley Scott tomó el nombre que dio el escritor californiano a los policías que cazaban a los replicantes, desde luego, el título de la novela no es muy comercial, al menos para una película. Lo cierto es que Philip K. Dick tuvo un enorme éxito tras la película, éxito que no pudo disfrutar pues falleció de un infarto poco después del estreno; pero antes de eso había escrito treinta y seis novelas, y más de cien relatos, obra muy reconocida entre los lectores de ciencia ficción.
 Su narrativa está ambientada en mundos futuros, más o menos apocalípticos, con factores comunes como la superpoblación humana; la tecnología hiperdesarrollada, no siempre en un sentido positivo; la violencia presente a cada momento; y una sensación, en general, de futuro peligroso y decadente. Con respecto a la tecnología, coincide con el gigante de su época, Asimov, en el gusto por los robots y androides, pero frecuentemente amenazantes, superada ya la ciega obediencia a su creador. No son frescos bonitos los que pergeña Dick, quizá producto de la época que vivió, llena de amenazas militares y guerras por todo el mundo que insinuaban la posibilidad cierta de una Tercera Guerra Mundial.
 Precisamente hija de su tiempo es esta novela breve, La pistola de rayos, que fue publicada en 1967, en plena Guerra Fría. Así, la sociedad que delinea es la que Dick imaginaba para 2006, con el mundo todavía dividido en dos bloques: el Bloque Oeste, en el que se incluiría lo que en la Guerra Fría era el Mundo capitalista, con Estados Unidos a la cabeza; y el Bloque Este, con la URSS y China como líderes. El bueno de Dick pensaba que el status quo del momento duraría hasta la llegada del siglo XXI. En todo caso, el autor parodia el supuesto equilibrio armamentístico que permitía la frágil paz de aquel periodo con el desarrollo de armas absolutamente inoperantes que sólo tenían de eficaces los grandilocuentes nombres, algo que, sin duda era así, no hay más que pensar en los desfiles por la Plaza Roja de Moscú de los inmensos misiles intercontinentales del Ejército Rojo o las pruebas nucleares americanas en idílicos atolones tropicales, por no hablar de la multitud de pequeñas guerras (pequeñas para las superpotencias, terribles desgracias para los países en los que se desarrollaban) como la de Corea o la de Vietnam. Pues eso, en la novela la Guerra Fría continúa, agrandada, si cabe, por la tecnología que permitía el transporte personal a miles de kilómetros por hora o los androides que desempeñaban distintas funciones como la de periodista.
  El protagonista, Lars Powerdry, es un diseñador de armas del Bloque Oeste, que entra en trance para crear el armamento, armamento que es inmediatamente contrarrestado por otro semejante del Bloque Este diseñado por la médium Lilo Topchev. Todo sigue una rutina absurda pero aparentemente eficaz para mantener ese precario equilibrio que facilita la paz. Hasta que un día se produce una invasión, al menos a nivel atmosférico, de alienígenas procedentes de Sirio que vaporizan varias ciudades de ambos bloques. La cooperación de los diseñadores de armas se hace imperativo para poder frenar al enemigo común.
 El ambiente creado no es especialmente opresivo, al menos no en 2020, ya hay suficiente ambiente opresivo con la pandemia como para angustiarse por una novela de ciencia ficción de 1967, pero es fácil de entender que en aquella época todo parecía razonablemente factible que sucediera a principios del siglo XXI. 
 No puedo evitar compararlo con las novelas de ciencia ficción de los hermanos Strugatski, lo cual es bastante interesante si pensamos que estos eran los homólogos de Dick al otro lado del Telón de Acero. Es curioso pensar como estos escritores creaban novelas fantásticas del futuro conservando lo ominoso que tenía su tiempo, ya fuera la paranoia bélica en Estados Unidos o el exhaustivo control estatal de la Unión Soviética. Sinceramente, creo que las novelas de los soviéticos están mejor elaboradas que la del americano, pero ambas tienen un valor que excede lo meramente imaginario para entrar de lleno en la descripción social de sus respectivos países durante la Guerra Fría.

lunes, 26 de octubre de 2020

Inciso cinematográfico: "El testamento", dirigida en 2017 por Amichai Greenberg.

  Esta coproducción austriaco-israelí presentada en la Bienal de Venecia de 2017, es, en realidad una historia doble: por un lado la investigación minuciosa para la recuperación de la memoria sobre el Holocausto (Shoah) y por otro, la búsqueda de la identidad personal en adultos, ambos temas, francamente interesantes. Con respecto a la investigación histórica sobre el Holocausto, se trata de un hecho real, la Matanza de Lendorf (Austria), en la que, ya próximo el fin de la Segunda Guerra Mundial, los nazis asesinaron a más de doscientos judíos y los enterraron en las fosas que los propios asesinados habían tenido que excavar previamente. Como siempre, hechos tan vergonzantes y luctuosos llevan a sus testigos, no ya sus perpetradores, claro, sino a los mismos testigos inocentes a tratar de huir de la responsabilidad de dar testimonio, quizá para olvidar la terrible iniquidad que pesa sobre todo ser humano de bien. Para los creyentes judíos, los cementerios son mucho más que meros depósitos temporales de restos humanos, son tierra sagrada que ha de ser respetada hasta la eternidad (signifique esto lo que signifique). Lo cierto es que los actuales países europeos son sensibles y receptivos (aunque algunos dirigentes políticos y sociales israelíes lo nieguen) a esta percepción de los supervivientes y descendientes de los mismos, pero claro, necesitan pruebas. En esta labor ingente, la de conseguir pruebas de los asesinatos mediante el testimonio de testigos visuales, está el protagonista de la película, el historiador Yoel Halberstam, que siente, por su condición de judío ortodoxo pero también por ser historiador, la necesidad de buscar la verdad absoluta por encima de sus conveniencias prácticas, tratando de convencer a octogenarios, tanto austriacos como judíos, para que testifiquen y poder así respetar el lugar de la masacre.
Imagen tomada del sitio www.filmaffinity.com
Imagen tomada del sitio www.filmaffinity.com
 Pero el segundo tema de la novela, para mí aún más interesante, es la búsqueda de la identidad en la edad adulta, cuando todo parece cimentado de hace décadas, pero, de repente, se desploma como un edificio en ruinas. En este caso, el "desplome" ocurre cuando el historiador, al investigar sobre la Matanza de Lendorf, descubre el testimonio que su propia madre había concedido décadas antes al ser superviviente ella misma. Con total normalidad, la madre del judío ortodoxo admite que no es judía sino gentil, que era sirvienta en una adinerada familia judía, que su propia madre lo había sido anteriormente, que la familia judía la había criado como si ella misma lo fuera, enseñándole hebreo, sus oraciones y ritos, de modo que, cuando llegaron los nazis, ella se presentó como judía y como tal fue tratada. Es decir, que al investigador, judío ortodoxo, respetuoso practicante de todos los preceptos de su religión, inmerso a su vez en la preparación para el Bar mitzvah de su hijo, se le caía todo el tenderete: ni siquiera era judío. Recordemos que para los judíos, la "judeidad" se transmite de forma matrilineal, esto es: uno es judío si su madre lo es. Pero la madre de Yoel Halberstam admitía ser de origen gentil y haber fingido ser judía ante los nazis por pura costumbre de su infancia y primera juventud. Todo esto lleva a una comprensible zozobra identitaria al personaje principal: si ya no es judío, ¿quién es? ¿Qué propósito tiene su investigación destinada a descubrir la verdad de aquellos tiempos tan luctuosos? ¿Tiene sentido que siga con la investigación? Más aún, ¿tiene sentido que siga con su vida tal cual la está viviendo?
Imagen tomada del sitio www.jewishstandard.timesofisrael.com
 La combinación en una misma persona de estos dos enormes argumentos hacen que la vida del protagonista haga aguas. La muerte, en el ínterin, de la madre impide que haya una aclaración del pasado con la superviviente, lo cual deja en total soledad a Yoel; su propia hermana no entiende el afán de conocimiento del historiador. Esto es quizá lo que une las dos tramas: la necesidad de verdad que siente Halberstam, dispuesto, como antes dije, a llegar a conclusiones que disgusten o sean contraproducentes para sus intereses prácticos con tal de llegar a conocer y practicar la verdad y la honestidad. 
 En mi opinión, es una película muy interesante, llevada con honradez, sin melodramatismos ni victimismos. La búsqueda de la verdad, así como la de la identidad, tanto personal como colectiva, está en el corazón de todo ser humano, su consecución nos hace mejores, menos falsos, más auténticos; es, por tanto, una forma de mejorar el taimado mundo que conocemos. Existen miles de millones de personas que buscan resultados sociales o económicos, son la práctica totalidad de la humanidad, pero pocos son los que se atreven a nadar contracorriente con tal de encontrar la verdad, el protagonista de esta película es uno de ellos.

sábado, 24 de octubre de 2020

Delibes

 A los cien años de su nacimiento ( y diez años y pocos meses de su muerte), la ciudad que lo vio nacer le dedica esta estatua en bronce en la puerta del Campo Grande que da a la plaza Zorrilla. No soy especialmente afecto a las estatuas en general, muestra, en mi opinión, de una doble vanidad, la del homenajeado y la del escultor, pero he de admitir que ésta tiene un par de virtudes: en primer lugar la ubicación, en un rincón querido de todos los pucelanos, sin peana, fuste o columna alguna -a Dios gracias-; y en segundo lugar el realismo sin presunción del físico del escritor y su actitud normal y cotidiana. Vamos, que no es la típica estatua aparatosa que se ve desde todos lados, algo que conecta bien con el carácter campechano y sin afectación de Delibes. En todo caso, me alegro de que la ciudad rinda un sencillo pero permanente homenaje a alguien que concita el cariño y la admiración de todos sus ciudadanos, ahora (y siempre) que hay esa pelea sobre qué estatuas son buenas o malas.

miércoles, 21 de octubre de 2020

"Sueños olvidados y otros relatos", de Stefan Zweig.

  Roth y Zweig se han convertido para mí, como para media Europa, en grandes referentes literarios, tanto con coordenadas espacio-temporales concretas (Europa germánica, primera mitad del XX) como sin ellas (naturaleza humana global y atemporal). Rechazada ya la simplista tentación de asemejarlos, aunque fueran coetáneos, paisanos e incluso amigos, no soy capaz de inclinarme por uno de ellos; es como cuando aquel familiar perverso preguntaba a los niños: "¿a quién quieres más, bonito, a mamá o a papá?", pues así me pasa a mí, no sé si inclinarme por papá Joseph o mamá Stefan. Porque, en primer lugar, la narrativa de Roth es más masculina y la de Zweig más femenina (¡uy madre, como lean esto las arquitectas de las nuevas formas de masculinidad y feminidad! ¡Menos mal que no leen!), quiero decir que Joseph Roth escribe más para lectores estereotípicamente masculinos, sus personajes, preñados de sensibilidad, son siempre varones que afrontan la vida como un varón "debía hacerlo" a principios de siglo pasado; Stefan Zweig, por el contrario, escribe para ambos sexos, con muchas protagonistas que se debatían entre la "debida obediencia" a su marido y a las normas sociales y el despertar de su propia conciencia e individualidad (especialmente visible esto en el relato Angustia del que luego hablaré). Esto explica que Zweig sea probablemente más moderno, más amplio de miras y, seguramente, guste más a la sociedad actual. Por otro lado, Roth no parece tan empático con las "individuas" como con ellos, ellas son siempre personajes secundarios, aunque importantes y no necesariamente supeditadas a los varones, que son los que cortan el bacalao. Vamos, algo irrelevante, que uno escriba haciendo personajes masculinos o femeninos, jóvenes o viejos, blancos o negros, pobres o ricos, españoles o alemanes... pero que en la hipersensibilidad de "género" que nos idiotiza últimamente para decir quién es bueno y quién es malo parece fundamental.
 Ya centrándome en los relatos recogidos en esta edición de Alba Editorial, es muy interesante para poder percibir la evolución del autor. El primer relato, Sueños olvidados, fue escrito en 1900, contando Zweig con diecinueve añitos; no es que esté mal, pero es evidente que es una obra de juventud, cuando todavía no está pulido su estilo creativo y resulta una prosa demasiado adjetivada y rebuscada, que acaba por hacer un texto petulante y ampuloso. El siguiente relato, Historia en la penumbra, es de 1911, y, a sus treinta años, la narración es bastante más natural, aunque persista ese afán de describir con adjetivos poco usuales y rebuscados. Ya en el tercero, Angustia, de 1920, la claridad prosística de Zweig llega a su culmen, con abundancia de frases subordinadas pero sin caer en lo impostado. Este último relato es ejemplo de lo que antes decía: la feminidad absoluta en su planteamiento, desde el protagonismo hasta el enfoque, siendo los varones meros comparsas de la "prota", Irene; con todo, el planteamiento puede ser hoy un pelín anacrónico, toda vez que uno de los temas centrales es la libertad de la mujer para marcar su vida y su independencia del marido, algo que hoy, a mi entender, lleva superado décadas, no así en 1920, claro. El cuarto relato, Confusión de los sentimientos, recrea un tema fundamental de toda época, eso sí, con las dificultades de los años 20 del pasado siglo: la homosexualidad, especialmente entre profesor y alumno, cuando la admiración del joven estudiante por el maduro catedrático pasa la línea de lo meramente intelectual, un tema magistralmente tratado por Thomas Mann en su Muerte en Venecia. El último relato es una obra genial que había leído en otra compilación anterior (creo que de Acantilado) que es Mendel, el de los libros, entre cuyos argumentos principales se encuentran algunos que eran muy queridos a su compatriota Roth: los judíos de Europa central, especialmente aquellos que, como ellos mismos, tenían de judío poco más que el origen, aunque  el señor del bigotito recortado y sus secuaces metían en el mismo saco que los haredim y que, como consecuencia, decidieron exterminarlos en masa. 
 Ignoro si esta compilación trata deliberadamente de mostrar la evolución estilística y temática del propio Zweig, pero si ha sido así, ha de dejarse claro que se logra plenamente. A poco que se tenga un poco de sensibilidad y se conozca ligeramente a este enorme autor, e puede apreciar una evolución que es más bien un perfeccionamiento, perfeccionamiento que llevará a Stefan Zweig a ser uno de los mejores autores en lengua alemana de todos los tiempos. Desgraciadamente, como ya es sabido por todos, Zweig se quitó la vida junto con su segunda mujer en Brasil, donde residían, en 1942; muchos críticos recuerdan que en ese año, las tropas hitlerianas avanzaban sin obstáculo por Europa, hecho que, para un adalid de la libertad individual y la tolerancia como el propio Zweig, supuso una circunstancia inaceptable que mermaba hasta tal punto su vida que prefirió ponerle fin. ¿Quién sabe hasta que punto esto es cierto? Lo único seguro es que su muerte, con tan solo sesenta y un años, edad de plenitud creativa para un escritor, nos hurtó a uno de los grandes, no sólo a nivel literario sino a nivel social, hubiera sido espléndido que Zweig hubiese vuelto a su querida Viena tras la caída del Tercer Reich para promover la reconstrucción social y moral de Austria y del resto de Europa.