lunes, 12 de septiembre de 2016

Inciso cinematográfico: "Mary and Max" (2009), dirigida por Adam Elliot.

 En cine de animación no son frecuentes las películas para adultos (dicho esto para las películas que tienen una temática o una forma de explicar los temas que se les escapan a los niños y son propios para personas más maduras, no porque incluyan sexo explícito o violencia) no son habituales. Mary and Max, una cinta hecha con la técnica del "Stop motion" y con figuras de "Claymation" (un tipo especial de plastilina), es una excepción, y una verdaderamente buena.
  Se cuenta, con grandes dosis de ironía y, sin embargo, verosimilitud, la amistad aparentemente imposible entre una niña australiana con muy baja autoestima y una familia disfuncional (padre ausente casi todo el tiempo y madre alcohólica y cleptómana) con un neoyorquino judío de mediana edad con fobia social y vida aparentemente vacía. La relación de amistad se establece de forma epistolar cuando Mary toma por azar la dirección de Max en una guía de teléfonos y comienza a contarle con pelos y señales su terrible vida familiar y su extraña concepción del mundo; Max contesta en un tono casi igual de infantil con su absurda interpretación vital. Aunque les separe medio mundo, más de una generación y grandes diferencias culturales, la amistad epistolar arraiga en este par de desarraigados sociales.
  La técnica de animación está muy depurada, al nivel de grandes cintas a las que estamos ya más que acostumbrados, pero lo mejor, en mi opinión, es lo inusual del guión. Sea porque toda producción cinematográfica se debe a la taquilla para sobrevivir o que, directamente, se busca el lado más comercial, casi todas las cintas de animación son un tanto ñoñas, "pastelotes" bienintencionados pero hechos con muy poco talento; Mary and Max no es así, es terriblemente sarcástico con la sociedad biempensante, así, los personajes son verdaderos inadaptados, pero son auténticos héroes. En verdad, la película es una celebración de la diferencia, de la gran virtud que supone que cada ser humano sea un mundo aparte, de aquellos que no se rigen por convencionalismos o por correcciones políticas sino que se aceptan a sí mismos con naturalidad. Es, en definitiva, una reivindicación de la "normalidad de la anormalidad".