viernes, 24 de enero de 2020

"Ser amigo mío es funesto. Correspondencia (1927-1938)". Joseph Roth & Stefan Zweig.

 No suelo leer compilaciones epistolares, me parece que es una intromisión en la vida privada del escritor que no es moralmente aceptable. Además de no ser moralmente aceptable, suele ser decepcionante, se acaba por aprender lo obvio: que el idolatrado escritor es un tipo vulgar y corriente que se ocupa principalmente de todas las pequeñeces que embargan la vida de cualquier humano, ni más ni menos. Sin embargo, este tomito de Acantilado era demasiado tentador para mí. La correspondencia entre dos de los autores que más he leído y admirado en las dos últimas décadas: Joseph Roth y Stefan Zweig. ¿Qué se podrán contar, preguntar, requerir estos dos gigantes de la literatura en alemán? Pues lo que antes decía, los temas vulgares predominan sobre los grandes temas: la economía doméstica sobre las cuestiones filosóficas, la salud sobre el plano político internacional... Lo dicho: decepcionante.
 Tanto intuía que iba a ser decepcionante que decidí sacarlo de la biblioteca en lugar de pagar los veinticinco euros que piden los de Acantilado, toda vez que sabía que no lo iba a releer. 
 Como decía Jack el destripador, "vayamos por partes": lo primero es la diferencia de autores. Para mí Roth, en algunas de sus novelas, se muestra como uno de los mejores escritores, de siempre, sin lugar a dudas. Novelas como Job, La cripta de los capuchinos, Tarabas u Hotel Savoy son auténticos hitos literarios difícilmente superables. No obstante, Roth también escribió cosas perfectamente olvidables, entre ellas un librito que aparece siempre que hablan o escriben de Roth y que, al menos para mí, es vulgar y no alcanza calidad meritoria de su autor, La leyenda del santo bebedor. Quiero decir con esto que Joseph Roth fue un escritor muy irregular, alcanzando un nivel extraordinario a veces y otras siendo uno más. Tal vez esto se deba a su estado anímico y, al final de su vida, al alcoholismo, como veremos más adelante.
 Stefan Zweig es otra cosa. El vienés fue un autor de gran éxito, admirado en Austria y Alemania y traducido a otras lenguas europeas donde cosechó igual éxito desde una edad muy temprana. Su nivel es siempre bueno y estable, en mi opinión no llega al de Roth en las obras que he citado antes, pero siempre mantiene un nivel alto.
 Pero es que, en las propias vidas que llevaron, no puede haber más diferencias: Roth criado en la pobreza, consiguiendo el éxito a través del trabajo desequilibrante, aunque siempre viviendo en precario; Zweig de la alta burguesía, viajando a lugares lejanos desde niño, alcanzando el éxito sin casi (aparentemente) trabajárselo...
 Lo anterior se deduce de haber leído la mayor parte de las obras de los autores (en el caso de Roth diría que la práctica totalidad). Pero ahora, al leer esta recopilación de cartas entre ambos se pueden sacar varias conclusiones: la primera es la diferencia de trato entre ambos, posiblemente porque Zweig sacaba trece años a Roth y había conocido el gran éxito de crítica y público desde su juventud, lo cierto es que el de Brody trata al vienés casi como a un mentor al que admira e idolatra; la segunda, ya lo dije antes, es que incluso para los grandes intelectuales, aquello en lo que ocupan más tiempo son los asuntos más primarios, Roth está obsesionado con el dinero, su éxito personal se podía medir en marcos alemanes, suena duro pero es cierto; tercero, Joseph Roth era un auténtico neurótico, las cartas, siempre honestas, lo muestran como un tipo desequilibrado, al borde siempre del colapso mental, incapaz de mantener una estabilidad anímica. Además de la relación epistolar, el tomo de Acantilado incluye un lúcido y esclarecedor epílogo de Heinz Lunzer, y un apéndice de cartas de Stefan Zweig hacia terceras personas hablando de Roth (podremos saber más de nosotros por lo que hablan en nuestra ausencia que por lo que nos dicen a la cara). 
 Por eso decía que al final la sensación que queda es la de la decepción, porque se descubren los terribles problemas mentales, económicos y, en general, personales que acuciaron hasta su muerte con tan sólo cuarenta y cinco años a uno de los mejores escritores de la primera mitad del siglo XX.