viernes, 13 de julio de 2018

"Voluntad", por Jeroen Olyslaegers.

 En los últimos años no suelo ir a librerías a ver qué me encuentro, en realidad creo que nunca hice eso. Ahora prefiero buscar en las páginas web de las editoriales qué tienen de nuevo (o no nuevo), apunto aquello que me interesa y lo pido en la librería. Las editoriales que más frecuento, por los autores que publican o el subgénero  más frecuente, son (se puede comprobar fácilmente en este blog) Valdemar, Impedimenta o Acantilado, aunque no hago ascos a los dos gigantes, Planeta y Random House. Así que muchas veces mis visitas a la librería de turno acaban rápidamente en la caja, ya sea para pedir o para recoger lo pedido. Eso es lo habitual, pero el otro día rompí esa rutina y paseé mis ojos por los estantes estudiados milimétricamente por el marketing editorial y librero y me sorprendió este libro:
  Dejarse llevar por una búsqueda ociosa por la librería es lo que tiene: los ladinos editores saben cómo llamar nuestra atención y hacer vendible cualquier cosa. Con todo, hay veces que no es tanta la maldad de los libreros y editores, o, al menos, el producto que tratan de meterte por los ojos no está tan mal. Éste parece ser el caso de Voluntad.
 Jeroen Olyslaegers es, según dice la solapa de Seix Barral, un escritor joven (recién alcanzada la cincuentena, joven edad para un escritor) flamenco, que ha adquirido cierto renombre en su país y en el vecino país de misma lengua con novelas y obras teatrales. Voluntad, en concreto, ganó varios premios tanto comerciales como institucionales de Bélgica. La propia solapa del libro advierte de que ésta no es una novela más de la Segunda Guerra Mundial, ni la ocupación nazi de Amberes y su cruel represión son el tema principal. El tema principal es la búsqueda de la identidad propia en un mundo convulso que obliga a mantener una ambigüedad frente a lo perverso y una actitud acomodadiza frente a lo inmoral. El personaje principal (Wielfried Wil, aquí está el juego de palabras, pues Wil  en neerlandés se podría traducir por voluntad) es un joven amberino que  consigue un controvertido trabajo como auxiliar de policía en la Bélgica ocupada. Narrado en primera persona, el tal Wil, ya anciano, narra a su bisnieto cómo, en aquella época, se vio obligado a colaborar con el invasor alemán en la deportación de la numerosa comunidad judía de la ciudad, contra la que no tenía nada en absoluto, así como a ejercer de matón a sueldo de los nazis. Por supuesto, el sentimiento de culpa surge en el corazón del joven que asiste con estupor a comportamientos que, meses atrás, hubiera considerado inaceptables y habría tratado de detener.
  El conflicto interior y la búsqueda de la identidad es, por tanto, el tema principal de la novela. Uno piensa que no debe ser un tema fácil de digerir (a pesar de haber pasado ya casi setenta años) para una sociedad (la belga, pero en general, la europea) que no luchó, al menos en los primeros momentos, contra la imposición nacionalsocialista con la contundencia que cupiese esperar. Eso explica, por ejemplo, que el número de muertos en lucha contra los nazis es ridículo en un país como Holanda, si se excluyen, claro está, aquellos de origen judío; algún mal pensado diría que, aparentemente, algunos países europeos miraron hacia otro lado incluso cuando vieron a los alemanes desfilar al paso de la oca por las avenidas de sus principales ciudades.
 El resultado final de la novela es, en lo temático, francamente bueno, pues incide en una forma de tratar el comportamiento frente a una masacre que no es, obviamente, la oficial, que explicaba la falta de resistencia por el miedo a la represalia. Aquí, el protagonista siente que actúa de forma incorrecta, inmoral, pero a la vez continúa con su infame labor, viendo cómo ingresa un sueldo en su familia en un momento de escasez total. Lo que menos me está gustando de la novela es la estructura. Tal vez sea por estar narrando recuerdos, entrelazándolos con el presente, pero lo cierto es que el texto da la imagen de estar un tanto deslavazado, como si las ideas se agruparan de forma un tanto caótica. En todo caso, si esta forma de narrar un tanto desestructurada es intencionada o no, consigue ahondar más en la sensación de precariedad del momento, en la idea suprema de sobrevivir al horror sea como sea.