viernes, 3 de enero de 2025

"Leyendas", de Gustavo Adolfo Bécquer.

  Me siento afortunado de ser voraz lector a pesar de haber tenido los pésimos profesores de Lengua y Literatura española que tuve. Estoy seguro de que muchos que hoy no leen ni las fechas de caducidad de la comida son adultos traumatizados en su niñez y adolescencia por profesores zotes, nefastos profesionales, sin la más mínima empatía ni afán de mejora propia. Yo también tuve a muchos mentecatos por "docentes". No quiero ser injusto, entre ellos también había excelentes maestros, gentes, por el contrario, con verdadera vocación, que buscaban cómo mejorar su labor diaria. Esos, sin embargo, eran exigua minoría. Digo que "me siento afortunado", pero en realidad no creo que sea cuestión de fortuna, sino de inteligencia, perdón por la inmodestia, al darme cuenta del tesoro extraordinario que se encuentra codificado (pero al alcance de quien quiera) en los libros, ya sean de texto o literarios. Quizá ese sentimiento de extrañeza, de no pertenencia a la sociedad, de singularidad un tanto menesterosa que siempre me ha acompañado me hizo buscar algo que no encontraba en el trato con las personas de mi entorno, y tuve la buena puntería de asomarme a la palabra escrita. Gracias a la lectura hoy soy un tipo de cincuenta y tantos años que se soporta a sí mismo lo suficiente para seguir alentando y que ha sabido encontrar la belleza donde otros no ven absolutamente nada.
  Bueno, toda esa parrafada anterior viene a cuento de haber releído las Leyendas de Bécquer, que tuve que leer obligatoriamente en lo que en la época se llamaba "B.U.P.", acrónimo de Bachillerato Unificado Polivalente. No recuerdo ya al tipejo que ejercía como profesor de Lengua y Literatura española en aquel curso y que más hubiera valido que se hubiera dedicado a otra profesión, porque sólo nos inoculó un odio (para mí, felizmente temporal) contra la lectura. Como decía antes, los avatares de la vida y mi propia personalidad me convirtieron en insaciable lector, con lo cual pude superar esas perjudiciales clases de los años ochenta del pasado siglo. De las Leyendas de Bécquer creo que leímos El monte de las ánimas, muy probablemente no la entendimos, e hicimos el correspondiente comentario de texto para cumplir el expediente. Bien, cuarenta años después releo las Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer.
 Gustavo Adolfo Bécquer pasó a la Historia de la literatura española como un talentoso poeta del posromanticismo, autor de arrebatados y pasionales poemas, muchos de los cuales seríamos capaces de continuar si alguien nos da pie: Volverán las oscuras golondrinas... o Tu pupila es azul, y cuando ríes... o Del salón en el ángulo oscuro, de su dueña tal vez olvidada... o Por una mirada, un mundo; por una sonrisa, un cielo... o ¿Qué es poesía? -dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul... En fin, todos hemos tenido quince años, todos nos hemos enamoriscado de esa niña  que no nos hacía ni caso y, la verdad, las rimas de Bécquer eran todo un filón, una fuente inagotable de sentimientos que encajaban milimétricamente con los de nuestros jóvenes pero ya magullados corazones. (¡caray, que becqueriana me ha quedado esa última frase!). Pero, claro, Bécquer también es prosa, y bien que nos lo recordaban aquellos infames docentes. Así que en los temarios de aquella época se incluían unas cuantas Rimas y alguna que otra de las Leyendas. Las Leyendas de Bécquer son breves relatos que combinan temas costumbristas, frecuentemente ambientados en zonas rurales de Castilla o de Andalucía, con toques fantásticos y desenlaces sorprendentes. El gusto por lo sobrenatural, aunque en las Leyendas tiene un componente rústico y tradicional, es muy típico de los posrománticos. En España esta narrativa no tuvo tanto éxito como en los países anglosajones, donde la llamada "Literatura victoriana" (por coincidir con el reinado de la más poderosa monarca de la "pérfida Albión") tuvo un éxito apabullante que dura hasta nuestros días. Por dar una referencia, el escritor victoriano más leído y admirado, Charles Dickens falleció el mismo año que Gustavo Adolfo, aunque el español con tan solo treinta y cuatro años, y el inglés con cincuenta y ocho. Este dato, la prontísima muerte del autor sevillano, es fundamental para entender la escasa obra (aunque de altísima calidad), junto con la omnipotencia del realismo literario en nuestro país quizá explique la universalidad de Dickens y la reducción al ámbito hispanohablante de Bécquer. En todo caso, las Leyendas son breves relatos imaginativos de gran calidad, escritos con una prosa muy adjetivada y preñada de oraciones subordinadas, lo que genera una narrativa un tanto anacrónica, como muy chapada a la antigua cuando se lee en el siglo XXI.
 En ese sentido, en cuanto al aspecto formal, los relatos son muy parecidos a los de Lovecraft, por esa prosa tan arcaica, aunque los relatos del "solitario de Providence" se diferencian de todo y de todos por la genial excentricidad del llamado "horror cósmico", mientras que el andaluz es mucho más del terruño. En fin, las Leyendas son cuentos de muy agradable lectura, con ese punto fantástico que les otorga un aliciente extra que el del relato realista, mucho más previsible.

"La historia de tu vida", de Ted Chiang.

  La creatividad es un talento extraño, pero muy deseable. Por supuesto, es imprescindible el trabajo tedioso, rutinario y minucioso para llevar a buen puerto la nave; pero si no hay creatividad, no hay nada que hacer. Quizá se pueda aplicar esto a cualquier actividad humana, pero la creación literaria es, junto con la pictórica o la musical, una tarea que necesita esa chispa que da la imaginación, cualidad que no necesita de trabajo pesado, sino que surge como un impulso natural, algo que no se puede forzar, se tiene o no se tiene. Así que, guste o no, los buenos escritores, no me refiero a los que lanzan las editoriales, sino los buenos creadores que despuntan por talento propio, necesitan tener esa inspiración. Ted Chiang, estadounidense de origen chino, la tiene, estoy seguro. Para ser un hombre de casi sesenta años esta chispa a la que aludo no debe brotarle con mucha frecuencia, pues sólo ha publicado unas pocas decenas de relatos de ciencia ficción, pero, a juzgar por lo que he leído en este tomo, esa inspiración tiene una calidad extraordinaria.
 Ted Chiang es un escritor a medio camino entre la ciencia ficción y la fantasía. Algunos relatos podría haberlos firmado Asimov, otros están más relacionados con leyendas y mitos tradicionales. En todos, sin embargo, se aprecia una originalidad y una brillantez fuera de lo común. Su prosa es cuidada, lenta, muy adjetivada, tanto que no sé que tal se comportaría en una novela larga, que tal vez podría ser un tanto farragosa, pero en cuentos breves es un autor sobresaliente.
 En La historia de tu vida hay ocho relatos, incluyendo el homónimo. Son muy variados de temática aunque la estructura formal, claro, es semejante. La torre de Babilonia es un ingenioso relato que se inspira en la historia veterotestamentaria de la Torre de Babel, dándole un giro para demostrar la redondez de la Tierra. Es francamente brillante, deslumbrante, a medio camino entre la fantasía y la "historia ficción", sacándole punta a una de las historias más viejas de la humanidad: el afán de ser como Dios. Comprende es un cuento que relata otro afán, en este caso en el ámbito científico: conseguir un fármaco que ampliara la inteligencia hasta límites también divinos. Es uno de esos textos que enganchan hasta el punto de no poder dejar la lectura, esperando, imaginando incluso cuál será el siguiente avance en la inteligencia de un conejillo de indias humano. Dividido entre cero es un breve relato que trata de demostrar la inutilidad de las matemáticas, o, mejor dicho, lo relativo de éstas, cómo están planteadas para obtener un resultado previsible. No es poco desafío si sabemos que Chiang tiene formación académica como matemático e informático. La historia de tu vida, cuento que da título al volumen y que ha sido adaptado con éxito a la gran pantalla, explora la posibilidad de comunicación con seres alienígenas. Su mero planteamiento argumental ya despierta atracción: se ha producido un aterrizaje alienígena y los militares convocan a una lingüista para que se comunique con ellos. Las descripciones de los intentos para descubrir el tipo de lenguaje que utilizan los alienígenas y cómo encontrar palabras comunes es un desafío extraordinariamente bien pergeñado. Setenta y dos letras mezcla el Londres victoriano con la apasionante leyenda hebrea del golem, juntando así la producción de autómatas propia de la Revolución Industrial con la leyenda fantástica de ese ser de barro que cobraba vida. La evolución de la ciencia humana es un imaginativo estudio llevado a cabo por unos "metahumanos" que analizan los primitivos avances que han tenido los humanos corrientes.
 Todos los relatos están muy cuidados tanto en el plano formal como en el argumental. En este último sentido no se aprecian incongruencias que suelen ser tan frecuentes en otros escritores de ciencia ficción. Es lo que alguien llamó "hard science-fiction" ("ciencia ficción dura o realista"), es decir,  ciencia ficción escrita por autores con conocimientos muy amplios de las distintas disciplinas científicas, algo así como Asimov hacía con la robótica y la informática. Pero, como antes decía, lo mejor es la originalidad y la capacidad de ingeniar giros argumentales insospechados, que dejan un sabor excelente al leerlo.