sábado, 19 de octubre de 2024

Segundo concierto de abono de la temporada 24-25 de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras de Mozart y Bruckner.

  Ayer tocó interpretar a quizá los dos mayores genios de la música que dio al mundo Austria. De Mozart, al menos, no hay duda, pero tal vez además de Anton Bruckner habría que citar a Gustav Mahler o a Joseph Haydn y, claro, a toda la saga de los Strauss. En fin, para ser un país tan pequeño (en los ámbitos geográfico y demográfico) ha aportado gigantes de la música culta que han elevado a la humanidad de ser un simple mono con pantalones a una criatura capaz de lo más sublime. ¡Loas sean dadas a Austria por ello!
 Pues eso, nada menos que con Amadeus Wolfgang Mozart y su archiconocido y mil veces representado Concierto para piano y orquesta Nº 20 comenzó el concierto de la OSCyL de ayer. Por cierto, la Sinfónica de Castilla y León estuvo dirigida ayer por el director ruso Vasily Petrenko, director asociado esta temporada; mientras que en el papel solista estuvo el joven pianista sevillano Juan Floristán.
 El Concierto para piano y orquesta Nº 20 de Mozart es una de las obras más representadas a lo largo y ancho tanto del mundo como de la historia, no cabe duda. Combina una sensibilidad extrema con un tono dramático y hasta oscuro que lo elevan a las más altas cotas de la belleza. Está estructurado en tres movimientos: el primero, Allegro, comienza muy suave con las cuerdas, introduciendo poco a poco el piano, el viento-madera y, por último, los timbales, es una melodía intensa, desasosegante, dramática, reconocible desde sus primeros acordes; el segundo, Romance, comienza con el solo de piano más célebre de la obra, es la antítesis del anterior, ahora es todo dulzura y melosidad, un primor sin igual, al piano le sigue un tutti con la misma melodía; por último, el Allegro assai que vuelve a un modo furioso y oscuro, igualmente desasosegante como el primer movimiento, que devuelve el tono general dramático a la obra. Es, en todo caso, una genialidad como sólo el gigante de Salzburgo podía componer. 
 Juan Floristán fue el encargado de transmitir los sombríos sentimientos que, sin duda, atemorizaban a Mozart en aquel año de 1785, años de dificultades económicas y sociales. Se puede inferir, haciendo una crítica superficial, cuan injusta es una sociedad que impide vivir con soltura a un genio como Mozart y eleva a mediocridades que pasan sin pena ni gloria; pero también, haciendo un ejercicio de egoísmo sin par, que gracias a ese sufrimiento compuso maravillas como este concierto para piano.
 Y después de Mozart, tras el descanso, la Sinfonía  nº4 "Romántica" de Anton Bruckner. Si antes hablaba del contraste entre los movimientos del Concierto para piano y orquesta nº 20 de Mozart, con Bruckner es más notable si cabe. Bruckner, más wagneriano que Wagner, es el compositor del contraste. En toda obra de Bruckner hay lugar para la melodía más sensible y delicada, junto con la furia hecha música del viento metal y la percusión. En la Sinfonía Romántica las trompas tienen un papel fundamental, tanto que en la ovación final estos instrumentistas fueron aclamados como si fueran solistas; pero también la cuerda tiene su momento, especialmente las violas, mientras el resto de las cuerdas hacen un pizzicato. Este contraste, que trata de transmitir sentimientos, es propio de todo el Romanticismo musical, claro, pero Bruckner es un maestro, siendo tan aficionado al uso del viento-metal.
 Desde luego, la sala disfruta con esta música tan variada, suave y delicada a veces, enérgica y rotunda otras, por algo es la sinfonía más popular de Bruckner, la que tiene un menor contenido religioso. el propio compositor la presenta como una "celebración de la vida", en el que "después de toda una noche de sueño, el día es anunciado por la trompa". Desde luego, esa última frase no puede ser más wagneriana... Uno se imagina la salida del sol y el inicio del día con violines y cuerdas que van in crescendo, como lo creó Beethoven en su Sexta Sinfonía, pero, ¿con trompas? En fin, el resultado también es optimista y energizante, precisamente como el inicio del día tras una buena noche de sueño.