lunes, 17 de agosto de 2015

"Días de destrucción, días de revuelta", por Chris Hedges y Joe Sacco.

 Los de Planeta han presentado este volumen como una novela gráfica, lo cual es, al menos, inexacto. Días de destrucción, días de revuelta es una colaboración entre el periodista Chris Hedges y el dibujante Joe Sacco. De Sacco ya escribí en una entrada anterior, y de Hedges hay mucho, aparentemente que decir. Chris Hedges es un rara avis en el panorama periodístico estadounidense: un tipo que se autodefine "socialista" (lo cual es como colgarse un sambenito perpetuo en aquel país), pastor presbiteriano, columnista para The New York Times (adalid del neoliberalismo mundial) y activista del movimiento "Occupy Wall Street".
 Esa extraña mezcla ha puesto a Hedges en el disparadero político más de una vez, y él, todo hay que decirlo, no se calla una. La consecuencia es que es uno de los tipos más admirados y también de los más odiados de su país, un líder de opinión, ¡vaya!
 En verdad, este libro es un estudio sociológico sobre la aparente necesidad que tiene el ser humano de oprimir y explotar a su hermano, sobre todo al más débil; la búsqueda de la desigualdad, del conflico, de la afrenta. En distintos relatos, se narra la humillación sistemática que sufren las minorías en Estados Unidos, desde los indios Lakota recluidos en las reservas, pasando por los guetos afroamericanos o los inmigrantes centroamericanos explotados en opulentos suburbios.
   De forma casi residual, aparecen las viñetas de Sacco, dando imágenes (en tinta, eso sí) a todas esas brutalidades cotidianas que, quizá por estar tan "normalizadas", no salen en los diarios.

Ahora leyendo: "Los ojos del hermano eterno" y "Miedo", relatos de Stefan Zweig.

 De primeras me sorprendió el tremendo cambio en la ambientación del relato, ya que Zweig ( y también Joseph Roth) se caracterizan por localizar en unas coordenadas espacio-temporales muy concretas sus narraciones: en Europa Central y en el período de entreguerras. El primer relato, Los ojos del hermano eterno, está ambientado en la India (no se explicita, pero se intuye por nombres y topónimos) en una época antigua. Sin embargo, el espíritu creativo de Zweig late con fuerta en este lugar tan exótico; los motivos que impulsan la mente de Virata, el personaje principal, son los mismos que lo hacían en otros relatos y que él mismo tuvo como motor existencial: la búsqueda de la libertad, de la vida sin ataduras emocionales, sin servidumbres.
  Virata es un gran guerrero, sus hazañas bélicas le granjean el favor de su rey y el temor de sus iguales. En una ocasión, en una batalla nocturna, descubre que ha matado sin saberlo a su propio hermano. Horrorizado, cambia su forma de vida de forma gradual: se va alejando del mundo, comprendiendo, en primer lugar que no puede juzgar a nadie, pues, en esa acción, ya está presente la injusticia; después intuye que no puede poseer nada (casa, tierras, riquezas...), pues así está violentando la naturaleza. Se va desligando de todo.
   No obstante, en su apartada santidad, Virata influye sobre otras vidas, aun cuando él no lo desee, haciendo que otros le emulen. Finalmente llega a la conclusión de que toda acción (incluida la inacción) tiene su consecuencia, y que no se puede ser puro de corazón totalmente en la vida. Vuelve a su rey y le pide la ocupación más humilde que tenga: terminará su vida cuidando a perros sarnosos.

Ahora leyendo: "El fantasma de la Ópera", por Gaston Leroux.

 Es difícil no enamorarse de protagonistas tan "villanescos" como el fantasma de la ópera. Aun siendo verdaderos canallas, es obvio que son, antes que nada, víctimas de la sociedad, en algunos casos de la primera sociedad humana: la famiia. En el caso de Erik, nuestro fantasma, fue la fealdad extrema la que lo llevó a ser repudiado por todos, incluidos sus propios padres; siendo, por otro lado, una criatura altamente necesitada de amor y cariño. ¿Consecuencia? La burla, el repudio, la mofa y el odio convierten a Erik en un monstruo; lo convierte su socieda y se convierte él mismo, refugiándose en una vida clandestina.
  Es fácil encontrar las semejanzas con Quasimodo, el jorobado protagonista de Nuestra Señora de París, de Víctor Hugo. Los finales de las novelas, en ambos casos, son trágicos, como corresponden a vidas tan extremas, muy alejadas de las edulcoradas (y adulteradas) adaptaciones cinematográficas perpetradas por el imperio Disney.
  La forma de narrar de Leroux es la del típico escritor romántico: descripciones muy cuidadas, gusto por lo exótico, tremendismo argumental, amores trágicos e imposibles... un dignísimo representante francçes de un estilo literario que fue ampliamente dominado por escritores anglosajones.

"Gorazde, zona segura", por Joe Sacco.

 Joe Sacco, un historietista americano de origen maltés (casi como Corto Maltés) es una referencia actual en el cómic para adultos. Parece que el tipo se haya especializado en conflictos bélicos y sociales (temas que son un verdadero filón para la novela gráfica). Este es Gorazde, zona segura.
  El propio título ya parece una ironía, pero es que fue la propia ONU la que dio el pomposo y ridículo nombre de "zona segura" a una pequeña ciudad bosnia que fue uno de los lugares más inseguros del planeta en los años noventa. Gorazde sufrió, junto con Sarajevo y Srebenica, uno de los asedios y bombardeos más brutales en la Guerra de Bosnia, desde abril de 1992 hasta diciembre de 1995. 
 Sacco tiene una técnica realista como dibujante, en algunas aspectos (sobre todo cuando se dibuja a sí mismo) recuerda a Robert Crumb, pero, en cualquier caso, los paisajes son bastante precisos mientras las figuras humanas están un tanto caricaturizaas.
   Joe Sacco narra sus experiencias como reportero en aquella atormentada ciudad, sus relaciones con los locales (sobre todo intérpretes) y sus alucinadas reaccionadas hacia las bombas y las matanzas. El autor trata de no involucrarse, al menos no da juicio de valor alguno, pero como solo da la versión bosnia, nunca la serbia, cualquiera diría que su versión es sesgada. No es este, en cualquier caso, un libro de historia, tan solo trata de narrar las vivencias del autor.

Ahora leyendo: "El señor de las moscas", por William Golding.

 Hay novelas que tienen casi tantas interpretaciones como lectores, esas son las buenas. Al menos son aquellas que no son demasiado explícitas, dejan que el lector colabore, interpreten analice en función de su carácter y del enfoque que quiera dar. Como siempre, sin embargo, muchos tratarán de imponer su versión como la "correcta" o la más apropiada. ¡Huyamos de tales totalitarios! Ahora recuerdo que en mi adolescencia, por imperativo escolar, leí Juan Salvador Gaviota, de Richard Bach. Siendo el centro escolar en el que me "formé" rabiosamente confesional, dieron una única posible interpretación sesgada: la búsqueda de Dios. Es posible tal interpretación, pero no la más apropiada y, desde luego, no la única posible.
  Con El señor de las moscas ocurre lo mismo: se puede dar una interpretación en la que la experiencia de esos chicos abandonados en una isla desierta es una reflexión sobre la totalidad de la especie humana; pero también como una aguda crítica social de la clasista y belicista educación que recibían los chicos a mitad del siglo XX. Yo prefiero hacer una mezcla de las dos. Es probable que haya un rasgo de coyunturalidad bien marcado (aunque en ningún momento se habla de años ni de localización geográfica exacta), pero yo prefiero ver la alegoría de esa sociedad humana (en sentido atemporal) que tantísimo tiene que ver con las sociedades de animales primitivos como los insectos. La necesidad aparente de liderazgo, sin la cual parece que todo hombre está perdido; el sectarismo que nos obliga a distinguir entre buenos y malos, los míos y los otros; y la violencia como única forma de "solucionar" son, en mi opinión, las ideas centrales de este excelente relato.
  Otro tema menor pero siempre de actualidad es el recurso del miedo en la sociedad para que los subordinados acepten todo lo que salga del líder. En El señor de las moscas es el miedo a "la bestia" lo que justifica cualquier barbaridad, hasta el asesinato. En nuestras sociedades adultas es el miedo a lo desconocido, al otro, al inmigrante... lo que han justificado y justificarán guerras, regímenes totalitarios y recorte de libertades. Parece que los atemorizados ciudadanos acabasen diciendo: "toma, toma todo el poder pero asegúrame la existencia"; y eso, precisamente el poder es lo que busca el líder.
 Las alegorías con niños son muy resultonas pues es fácil identificarse con ellos, observar como son como nosotros y su comportamiento belicoso y salvaje es, en realidad, el que estamos hartos de ver, en el caso de que tengamos suerte, como poco en los diarios.