domingo, 26 de febrero de 2023

"¡Zas!", novela de Terry Pratchett.

  Trigésimo cuarta novela del Mundodisco, ese mundo tan diferente del nuestro pero que, a la vez, es tan parecido. Ahora Pratchett toca el llamado "arco argumental" de la Guardia de Ankh-Morpork. Así que los conocidos personajes de la misma están presentes: Sam Vimes, su comandante, ahora ennoblecido por vía conyugal, pero anhelando su vida de policía a pie; el  insobornable y siempre recto capitán Zanahoria, un enano que mide metro noventa; la sargento Angua, una mujer-lobo con problemas de inseguridad femenina debido a la llegada de una competidora, la guardia interina Sally, una vampira; el cabo Nobbs, un tipo que tiene que demostrar documentalmente su pertenencia a la especie humana; amén de varios trolls y enanos que también forman parte de la abigarrada policía de la ciudad que trata de mantener a duras penas la paz en la misma. Lo de que haya enanos y trolls en la guardia no es tema irrelevante, pues ¡Zas! es una novela sobre el racismo, sobre la segregación racial, sobre la estupidez de seguir supuestos libros sagrados que buscan enfrentar a la gente, sobre los nefastos líderes que promueven la guerra y de la inacción de los "buenos" que las permiten.
 Porque, claro, las novelas de Terry Pratchett, especialmente las de la saga del Mundodisco se supone que son para lectores jóvenes, pero puedo asegurar que si los adultos maduros e inteligentes (¿he conocido alguna vez a alguno?) leyeran e interiorizaran los temas que trata el inglés, no existirían guerras, ni violencias, ni diferencias ni ninguna de las plagas que han asolado, asolan y asolarán a la sociedad creada por el insecto humano.
 Argumento de ¡Zas!: en la ciudad de Ankh-Morpork la situación está tensa; los enanos y los trolls, enemigos acérrimos desde la más remota antigüedad, parecen estar preparando otra guerra. Un líder enano, Chafajamones, predica la vuelta al belicoso pasado para liberarse de la supuesta opresión de los trolls; cuando el tal Chafajamones aparece asesinado, aparentemente aplastado por la enorme porra de un troll, parece que la guerra es inevitable. Es ahora cuando las dos comunidades recuerdan sus respectivos libros sagrados (una mera litografía, en el caso de los trolls) que rememoran la honorable Batalla del Valle del Koom, en la que supuestamente unos vencieron a los otros (la diferencia, según el libro sagrado es quién ganó y quién perdió). Ante la cercanía del conflicto, los miembros de la Guardia se han de encargar de apaciguar los ánimos. Así, los chicos comandados por Vimes han de buscar pistas que esclarezcan el asesinato del enano Chafajamones y cuatro de sus acólitos; pistas que, inicialmente no cabe duda de que apuntan a los trolls, pero que parece que han podido ser falseadas. Para ello se apoyarán en los líderes más moderados de ambas comunidades, los que quieren vivir en paz y respetarse aunque se sea tan diferente como son los enanos y los trolls.
 Así que, como antes decía, es una novela sobre la estupidez humana (aunque Pratchett nos cambie de especie, los comportamientos son típicamente humanos). Esa tendencia peligrosísima a encuadrarnos en grupos sociales (nacionales, políticos, étnicos, religiosos, culturales...) para ver la más mínima diferencia que justifique una guerra, obviando así la enorme cantidad de cosas que nos asemejan y que permitirían una convivencia pacífica.
 Finalmente, en ¡Zas!, se acaba descubriendo que la gloriosa y heroica Batalla del Valle de Koom (referencia bélica de ambos pueblos) no tuvo lugar, sino que fue un accidente natural en el que, al contrario de cómo se narra, los enanos y los trolls se ayudaron mutuamente, aunque todos perecieron al fin. La inteligencia del comandante Vimes, con sus firmezas y sus lasitudes necesarias, conseguirá calmar las aguas.
 La novela fue publicada por primera vez en 2005, terrible época en  la que se sucedían en todo el Mundo temibles ataques terroristas de base islámica (Nueva York, 2001; Madrid, 2004; Londres, 2005...), así que la superación del odio y la búsqueda de una paz social duradera parecía un objetivo deseable pero inalcanzable. Así, la reflexión de Pratchett en esta novela no es baladí: todo está en nuestras cabezas, la realidad no es única, sino interpretable y diversa en función de quién la analice; por supuesto que hay motivos para matarnos los unos a los otros como venimos haciendo desde el principio de los tiempos, pero hay muchos más motivos para poder convivir en paz y armonía. Todo acaba siendo cuestión de respeto, empatía y autocrítica, virtudes que, desgraciadamente, escasean en las cabezas humanas.

jueves, 16 de febrero de 2023

"El prisionero de Zenda", de Anthony Hope.

  Además de las de Julio Verne, Robert Louis Stevenson, Emilio Salgari, Joseph Conrad o Rudyard Kipling, cuando se piensa en narrativa juvenil de alta calidad literaria siempre viene a la mente El prisionero de Zenda, de Anthony Hope. Una novela leída por generaciones de jóvenes lectores que tuvo, además, varias adaptaciones cinematográficas que aumentaron su popularidad.
 Y es que la novela de Hope, escrita en 1894, aúna todas las virtudes que se espera (o se esperaba hasta hace no tantos decenios) para lectores jóvenes: argumento sencillo, sin doblez, un tanto predecible, pero con sus pequeños giros; personajes estereotipados, divididos en dos grandes grupos, los héroes, siempre honorables y bienintencionados, y su contraparte, los canallas, siempre ruines y malvados; final (aquí está lo previsible) en el que triunfa el bien sobre el mal, adoctrinando así a los lectores en su amor por las supuestas virtudes de los héroes. Vamos, que en realidad son novelas que pretenden formar en las "buenas costumbres" a las almas cándidas que las leen y que, es de suponer, todavía no han alcanzado su madurez. Bien, esto hoy parece un tanto excesivo (aunque el adoctrinamiento continúe, como continuará siempre, aunque por otros derroteros), pero hay que decir que la novela de Hope (como las de los citados al principio) tiene una enorme calidad literaria, si se consigue pasar por alto esa candidez juvenil se puede pasar momentos verdaderamente entrañables.
 Argumento de El prisionero de Zenda: Escribe en primera persona un tal Rudolf Rassendyll, un londinense de la baja nobleza, vago, vividor y haragán, que tiene un extraordinario parecido físico (sobre todo, su pelo rojo y su gran nariz) con el príncipe heredero del ficticio reino centroeuropeo de Ruritania. Él lo sabe y decide presentarse en la capital de ese reino, Strelsau, el día de la coronación de su sosias. Allí se encontrará con su propia imagen y, en una noche de abundante consumo de alcohol, el príncipe heredero es drogado por su hermanastro, el malvado Michael "el Negro", aspirante al trono que pretende dejar fuera de lugar al legítimo. Los servidores del rey, aprovechando el notable parecido físico del inglés, le proponen que suplante al rey en la coronación, evitando así que Michael pueda ser coronado. Accederá a tal locura, no despertando apenas sospechas salvo en la prometida del rey, la princesa Flavia, que lo encuentra mucho más educado y comedido de lo que antes era. Para complicar un poco más las cosas, los secuaces de Michael secuestran al drogado rey y lo encarcelan en un castillo de la localidad de Zenda, de aquí toma el título la novela. Así, el inglés, además de seguir ejerciendo de rey suplente tendrá que liberar a su doble. Finalmente, todo vuelve al orden: el rey es excarcelado, su hermanastro muere en combate y el inglés vuelve a su país.
 Todo esto narrado con brillantez, no en vano Anthony Hope entra perfectamente en esa categoría que los anglosajones llaman "literatura victoriana", con lo que el texto está muy cuidado.
 Como novela juvenil es ideal, puesto que promueve esas virtudes antes citadas (honorabilidad, capacidad de sacrificio y entrega, resignación...) y es una narración de aventuras que hace que cualquier joven inglés de la época sueñe con poder ser rey por unos días, enamorar bellas princesas y librar cruentas batallas a espada.
 Hombre, para el lector adulto, de vuelta de tantas cosas (buenas y malas) puede quedar todo un tanto ingenuo, naíf e incluso infantiloide, pero si se consigue centrarse en el placer de la lectura, sin buscar segundas interpretaciones y adoctrinamientos, se puede pasar un rato muy agradable, especialmente si se recuerda con cierta nostalgia la propia juventud.

miércoles, 15 de febrero de 2023

"Evangelios apócrifos", compilados y prologados por Pierre Crépon para la editorial EDAF.

  Compilación de los Evangelios apócrifos más conocidos. No están todos, ni todos están completos, pero los más importantes, bien completos o extractados, están.
 Esa manía que tienen las Iglesias de todo el mundo (la católica, todas las ortodoxas y todas las reformadas) de hacer las cosas de tapadillo, mientras organizan todo a su gusto y su manera lleva a hacer desconfiar a todos los fieles del más mínimo edicto, norma o consejo. De hecho, siempre he pensado que estas estructuras sociales exclusivamente humanas (las Iglesias, que no tienen ni una pizca divina y son tan relevantes para la Salvación como pertenecer a un club filatélico) promueven ese oscurantismo para parecer más importantes. ¡Que juegan a darse importancia jugando a ser inalcanzables, vamos! Así, desde hace veinte siglos, estos clubes privados que, mientras incumplen todos y cada uno de los principios morales, reparten bendiciones y bulas a todos los que les bailan el agua, no buscan sino fines terrenales. Dicho con los términos del Sermón de la montaña, que buscan el camino ancho en lugar del estrecho, buscan las glorias terrenales en lugar de la Salvación, adoran al dios Mammón en lugar de al Dios verdadero.
 Pues bien, siguiendo ese juego infantiloide de querer parecer importante, todas las Iglesias del mundo seleccionaron sus respectivos cánones bíblicos, pero luego no explicaron por qué lo habían hecho, en función de qué principios y valores. Así, los Evangelios ocultos (apócrifos) quedaron como malditos o, peor aún, como si pudieran aportar alguna información relevante que pudiera poner en peligro los pingües beneficios económicos que llevan acumulando en los últimos veinte siglos. Claro, los amigos de las conspiraciones creyeron que estos Evangelios apócrifos tenían esta información, si no era así, ¿por qué iban a ocultarlos con tanto celo la Iglesia? Respuesta cabal tras haber leído los Evangelios apócrifos: realmente no son importantes, no tienen por qué estar en el canon bíblico. Vamos a verlo uno a uno.
 Hay que reconocer que con el oscurantismo eclesial es fácil caer en esa idea de que "algo estarán ocultando estos curas para mantener su status quo", y algo hay de eso, de eso y de la pereza terrible que aplasta al noventa y nueve por ciento de los hombres y mujeres que deciden cerrar sus corazones y seguir fielmente las órdenes de sus superiores (esto es, hacer vida consagrada).
 El exégeta divide a los Evangelios apócrifos en sinópticos, siguen la misma estructura que los canónicos; sectarios, es decir, heréticos, pues rompen con una doctrina establecida; y Evangelios ficción, porque relatan  pasajes de los padres de Jesús, de Su infancia o de Su Pasión a partir de una pura ficción.
 Protoevangelio de Santiago: es un Evangelio ficción, concretamente de la infancia y los padres de Jesús. Fue escrito en el siglo II, se supone que por el apóstol Santiago, lo cual es inconsistente con la época de creación. Es un texto con valor literario, tradicional, folclórico y artístico innegable, pues aporta datos que forman parte de esa tradición que para algunas Iglesias como la Católica forma parte del cuerpo doctrinal; además tiene gran importancia por servir de base a muchas representaciones artísticas, sobre todo desde el Renacimiento. Así, presenta a Joaquín y a Ana, padres de la Virgen y les dota de personalidad y verosimilitud, eso sí, totalmente inventadas. Incluye el relato sobre el nacimiento de Jesús en una gruta y la famosa estrella que guía a los Magos y a los pastores, ¿cuántas representaciones pictóricas y escultóricas tenemos con estos motivos? Miles.
 Evangelio del Pseudo-Mateo: otro Evangelio ficción que incluye los pasajes en los que están el buey y la mula, además de la gruta y la estrella, todos ellos referentes de la tradición popular cristiana. Eso sí, inventados y sin verdadera importancia salvífica.
 Evangelio del Pseudo-Tomás: Evangelio de la infancia de Cristo (de los cinco a los doce años). Narra los milagros de Jesús en su infancia; salvo en el de los gorriones de barro a los que insufla vida, el resto de los milagros muestra a un niño cruel, envanecido y déspota, capaz incluso de quitar la vida a un chico que, corriendo, ha chocado con Él accidentalmente, diciéndole antes de matarlo: "no continuarás tu camino".
 Transitus Mariae: Evangelios apócrifos que narran la muerte y ascensión de María. Enorme importancia, dando imágenes que luego han sido plasmadas por artistas desde la más remota antigüedad. Son dos:
 Libro del Tránsito de la Santísima Virgen Madre de Dios: Escrito hacia el siglo II, tiene gran calidad literaria, con brillantes conversaciones de María, primero con el ángel que le anuncia su próxima muerte dándole una hoja de palmera, luego con los apóstoles, después con san Pedro y por último con Cristo en majestad.
 Libro árabe del Tránsito de la Bienaventurada Virgen María: Pequeño texto centrado en los milagros de la Virgen y su capacidad intercesora para con Dios. Es, por tanto, importantísimo para el culto mariano que tan relevante es en el catolicismo.
 Evangelio de José el carpintero: Vida y obra de José, narrado por Jesús. Propio de la tradición copta. Presenta a José como un honrado carpintero, casado, con cuatro hijos y dos hijas. Enviudó y fue casado con María (a los doce años de ésta). Cuando María tenía catorce años nace Jesús. José morirá a los ciento once años.
 Evangelios de la Pasión: como su nombre indica son Evangelios que, de forma totalmente inventada, recrean la Pasión de Cristo.
 Evangelio de Nicodemo: Escrito en los siglos IV o V. Narra dos hechos: la Pasión y el descenso a los Infiernos de Cristo. Mucho detalle, gran calidad literaria, se cree que el propio Dante se inspiró en este Evangelio para su Divina Comedia. En la primera parte se escenifica el juicio de Cristo por Pilatos. También se desvela aquí el nombre del buen ladrón, Dimas, que no había sido dado en los Evangelios canónicos. La segunda parte, la del descenso a los Infiernos es narrada por dos hombres resucitados, Carin y Leucio, que narran la alegría de los allí presentes, desde Adán a los patriarcas.
 Evangelio de Pedro: Escrito en el siglo II, supuestamente por el propio Pedro (imposible, obviamente). Escrito en versículos, con referencias a los milagros cristológicos durante la Pasión. Incurre en la herejía del docetismo, según la cual el cuerpo de Cristo no era real, sino una apariencia, una ilusión.
 Evangelios gnósticos: Evangelios "para iniciados", para aquellos que tienen un conocimiento especial. Son, en realidad, elucubraciones intelectualizadas que pretenden diferenciar a los fieles en dos grupos: los intelectualmente superiores y el resto. Esto, por supuesto, es totalmente anticristiano, pues todos somos hijos de Dios, el más importante don que tenemos es el de la fe, lo demás son pamplinas de unos tipos inseguros que tienen que darse importancia creando subgrupos para diferenciarse. El propio esoterismo, el ocultismo, lo gnóstico en definitiva es contrario al espíritu evangélico, según el cual la Verdad se ha revelado a todos los hombres, independientemente de su situación social, económica, intelectual, racial, política...
 Evangelio según Tomás: Del siglo II. Dividido en ciento catorce "logion" (palabras) de Cristo. Casi todos empiezan con "Jesús ha dicho". Son reflexiones de los Evangelios canónicos más o menos ortodoxas. Agradable de leer, pero no sirve para buscar la Vida, para buscar la Salvación como sí sirven los Evangelios canónicos.
 Evangelio de Verdad: Del siglo II, también gnóstico. No es más que una intelectualización forzada de los Evangelios canónicos, una verdadera entelequia sin sentido.
 Evangelio según Felipe: Del siglo II. Más "bonito" que el anterior. Son reflexiones de alguien que lee el Evangelio, pero no es un Evangelio.
 Conclusiones sobre los Evangelios apócrifos: No son obras relevantes. Si han tenido importancia es porque fueron ocultados (apócrifos) por la Iglesia y eso provocó un cierto morbo.
 Los "Evangelio ficción" tienen una importancia en el folclore y la tradición popular, lo cual se ha reflejado artísticamente. Esto es importante, sin duda, pero desde un puto de vista salvífico es irrelevante.
 Los Evangelios gnósticos son pura verborrea intelectualizada, alejan de la pura simplicidad del Evangelio. Compárese, por ejemplo, el Sermón de la montaña, sencillo y puro, verdadero camino de Salvación, con esta morralla seudo-intelectual. Los Evangelios gnósticos son la reacción de una supuesta élite intelectual cristiana que, en su inmensa soberbia, vanidad y engreimiento, creen "construir" otro Evangelio para diferenciarse de las "masas de borregos". En realidad los Evangelios gnósticos alejan de Dios.
 Creyendo que los Evangelios canónicos son Palabra de Dios, los Evangelios apócrifos son textos irrelevantes creados por hombres, quizá con buena voluntad, pero hombres al fin y al cabo. Es absolutamente correcto alejar estos textos del canon bíblico.

sábado, 11 de febrero de 2023

Inciso musical: concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, obras de Richard Strauss y de Ludwig van Beethoven.

 Suelo decir que en la confección de los conciertos se tiene en cuenta la calidad (mejor aún, la popularidad) de las obras a representar. Y es cierto, normalmente se hace un “bocadillo” con las obras más populares al principio y al final, y la menos conocida en el medio. Pero, claro, con el programa de hoy no se puede hablar de bocadillo, haciendo un símil con un menú, cabría decir que este concierto deja para el final un solomillo de dos kilos: la Séptima Sinfonía de Beethoven. Eso sí, las dos obras de Richard Strauss anteriores no son un vulgar aperitivo para abrir boca, son, en sí mismas, dos excelencias musicales, dos bellezas sin igual.

La primera, Muerte y transfiguración (Tod und Verklärung), es un poema sinfónico, aunque parece ser que compuesto al revés, en el sentido de que primero se compuso la música y después el poema. Supuestamente es la narración del proceso de muerte de un artista y su transfiguración en ideal artístico. Así, la verdad, suena un tanto ambiguo. Probablemente sería más fácilmente comprensible (al menos en el ámbito occidental) el tránsito de la muerte a la Vida Eterna, pero quizá los tiempos en los que fue compuesto y los posteriores no eran proclives a pensar en un plano religioso o espiritual. Yo quiero verlo así, me parece más lógico. Así pues, los acordes de Muerte y transfiguración conllevan un fuerte contraste que figuran, por un lado a la muerte reclamando el cuerpo ya caducado, y por otro las ganas de vivir, representadas sobre todo por recuerdos de la lozanía juvenil. La obra alcanza un clímax con la muerte física que es continuado por una dulce melodía que supone (supongo yo) la liberación del alma.

Después nos deleitamos con una suerte de divertimento en el que disfrutar de la excelencia de los solistas y el juego que generan sus instrumentos. Es el Dúo-concertino para clarinete y fagot TrV 293. El contraste entre la ligereza del clarinete y la profundidad del fagot crea un juego delicioso. Ambos instrumentos se entrelazan con una armonía bellísima, mientras la orquesta de cuerda y arpa, siguiendo el modelo del concerto grosso barroco, da una cobertura neoclásica impagable.

Y después del descanso, Beethoven. La Sinfonía nº 7 en La mayor, op. 92, hoy diríamos un bestseller desde su estreno. Sus cuatro movimientos son cuatro “joyas canónicas” de la música. El primero, Poco sostenuto – Vivace, es una alternancia en un patrón rítmico largo-breve-largo, que dan aspecto de danza popular, acabando con la explosión rotunda propia de Beethoven. El segundo movimiento, Allegretto,... ¡qué decir de ese movimiento! Es uno de los fragmentos musicales más rotundos, más intensos de toda la música clásica. Se quiere dar un sentido espiritual o intelectual al mismo, por contraste con las danzas del primer movimiento, tal vez... pero yo siempre lo he sentido (por su profundidad, por su intensidad) como un océano furibundo, como un profundo mar con inmensas olas que vapulean un barco a su merced. Los dos movimientos restantes vuelven al ambiente popular del primero, rematando con el último movimiento, Allegro con brio, con la rotundidad habitual del alemán.



Ha sido, pues, un concierto redondo, impactante. La calidad de Richard Strauss tiene calidad suficiente como para servir de prólogo a toda una Sinfonía de Beethoven. La Orquesta Sinfónica de Castilla y León, como siempre, supera las expectativas con facilidad; las dos solistas: Andrea Götsch (clarinete) y Sophie Dervaux (fagot) vierten su maestría en la obra de Strauss prona al virtuosismo. Otro concierto, uno más, que alcanza la excelencia musical en la capital del Pisuerga.

"Wish List", by Grant Snider. (www.incidentalcomics.com).

Image taken from the site www.incidentalcomics.com

"Naturaleza muerta con brida", de Zbigniew Herbert.

  Segundo libro de ensayos que leo del poeta e historiador polaco Zbigniew Herbert, esta vez centrado en la Historia y el arte de los Países Bajos, especialmente del siglo XVII.
 Ya dije antes que Herbert destacó "oficialmente" como poeta, pero sin duda fue un tipo enamorado de la belleza (conditio sine qua non para ser poeta), lo cual lo llevó a la admiración del arte, especialmente pictórico, pero sin  desmerecer el escultórico y el arquitectónico. En el otro tomo de la editorial Acantilado que leí, Un bárbaro en el jardín, se recrea en la cultura prehistórica, clásica, gótica y renacentista de Europa, desde la Cueva de Lascaux y su arte parietal, pasando por el clasicismo grecolatino de la Magna Grecia, las catedrales góticas francesas, hasta Piero della Francesca o Fra Angelico. Es por tanto una celebración de la sensibilidad artística de casi toda Europa.
 En Naturaleza muerta con brida, el autor polaco se limita más en el espacio y en el tiempo, reduciéndose a los Países Bajos y una de sus épocas de mayor esplendor, el siglo XVII, coincidiendo con la explosión del Barroco.
 Pero esta vez las digresiones de Herbert (no tan sesudas y formales como para ser verdaderos estudios sociológicos y artísticos, pero suficientemente profundas como para superar el mero comentario) no se centran tanto en el ámbito artístico, sino que buscan su sustento en el plano social, político y económico. Por mejor decir, el autor explica los gustos artísticos del Barroco neerlandés en un carácter propio de la ciudadanía de aquel país que deviene en una forma de gobierno y organización social singular. Singularidad, por cierto, que se habría de expandir a lo largo y ancho de Occidente en siglos posteriores. 
 Hablando en plata, Herbert recuerda que, en el siglo XVII, Países Bajos era una república burguesa, muy diferente de las monarquías que regían en la mayor parte de Europa. De hecho, aquel país surgió de su independencia de la casa de los Habsburgo (equivocadamente identificada históricamente -también en este libro- con la nación española), y nace, por contraposición a las monarquías absolutistas, como una república en la que una acomodada clase media era quien realmente mandaba, no reyes, nobles o la Iglesia, como desgraciadamente era el caso de nuestro país.
 Así, teniendo en cuenta que estamos tan lejos en el tiempo como hace cuatrocientos años, una suerte de democracia se abría paso en esa pequeña parte de Europa. Por supuesto no era una democracia perfecta, esto no existe, pero la estabilidad y bonanza económica que disfrutaban los Países Bajos no se conocería en el resto de Europa hasta bien entrado el siglo XX. Tanto es así, que hoy podríamos decir que vivimos más a la neerlandesa que a la española, si es que juzgamos por la historia vivida por ambos países.
 Y toda esta organización política, económica y social tuvo un reflejo evidente en el arte neerlandés. Si en la Europa monárquica (prácticamente todo el continente) los pintores dependían de las casas reales, de las familias nobles que ejercían mecenazgo o de la Iglesia, en los Países Bajos aquéllos pintaban para el embellecimiento de las casas de los burgueses. Así, mientras en casi toda Europa se pintaban escenas mitológicas y religiosas, en los Países Bajos se desarrolló una fértil creación de bodegones y naturalezas muertas, temas mucho más fáciles de encajar en el salón de cualquier casa, por no hablar de un tamaño mucho más reducido, claro.
 El ensayo que da nombre a esta colección es el de Naturaleza muerta con brida, obra de Johan van der Beeck, conocido como Torrentius. Esta pequeña obra es un óleo sobre tabla, redonda ésta, de apenas cincuenta centímetros de diámetro. No es en absoluto una obra señera de este periodo, ni de la pintura neerlandesa, ni siquiera del Rijksmuseum, donde actualmente se expone. Sin embargo, dice el polaco que fue siempre un punto de atracción de dicho museo en sus visitas. Así, a partir de esta pequeña obra, Herbert urde la ajetreada vida de van der Beeck, que acabará ajusticiado por hereje (contradiciendo así la supuesta imagen moderna y pacífica de aquel país y aquella sociedad) y la propia sensibilidad artística de los Países Bajos.
 Es, por tanto, un conjunto de ensayos que muestran una evidente admiración por el susodicho país, su organización social y su gusto artístico predominante, narrado con el primor y exquisitez propia de Zbigniew Herbert.

lunes, 6 de febrero de 2023

"El paciente inglés", de Michael Ondaatje.

  De nuevo la prolífica relación entre la literatura y el cine, pero en este caso, a diferencia de lo habitual, temo que la película es considerablemente mejor que la novela. Normalmente, si la novela está bien escrita, suele encontrarse muchos argumentos secundarios que no llegan a estar plasmados en el celuloide; los personajes están mejor delineados, siendo más redondos, más verosímiles en el papel; y el texto tiene más empaque, más profundidad que la cinta. Claro, por otro lado, la fuerza visual de muchas escenas cinematográficas superan en expresividad a la letra escrita, aquello de "vale más una imagen que mil palabras" (aunque, a decir verdad, nunca he estado muy seguro de esta frase popular, siempre pensé que no lo había dicho un buen lector con suficiente imaginación). Lo cierto es que en el caso de la novela de Ondaatje (escritor de origen neerlandés, nacido en Sri Lanka, criado en Inglaterra y residente en Canadá) la estructura está demasiado deslavazada, con tantas analepsis y saltos en el tiempo, que uno acaba por perder el hilo conductor. La adaptación cinematográfica de 1996, dirigida por Anthony Minghella y que obtuvo la friolera de nueve Oscars en 1997, también tiene muchos flashbacks, pero se entiende mejor. Por otro lado, el escritor se detiene con tanta minuciosidad en digresiones filosóficas de cada pequeño giro argumental que llega a ser hastioso.
 Y sí, también es importante la fuerza visual de las imágenes del film: los vuelos en biplano sobre el desierto, el detalle en las descripciones del arte renacentista toscano, amén de las excelentes actuaciones del elenco actoral (Oscar para Juliette Binoche como actriz secundaria y nominaciones para otros), la maravillosa banda sonora que acompaña todas las escenas memorables... Sí, aquí la magia del cine hace mucho, pero he de decir que si la novela no fuera tan anárquica en su planteamiento estructural luciría mucho más.
 La novela (y la película) alterna dos periodos espacio-temporales: el desierto del Sáhara durante el periodo de entreguerras y la Toscana en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. En África se sitúa la acción de unos arqueólogos y el triángulo amoroso que acabará en desastre (la muerte de los tres); en Italia uno de esos arqueólogos y amantes, abrasado y moribundo debido a que su avión fue derribado, queda al cuidado de una enfermera, recibiendo la atención en un bombardeado convento cerca de Florencia. Entre esos dos presentes salta alternativamente la trama. Ondaatje usa una argucia literaria muy habitual: la de describir inicialmente a unos personajes, dejando a otro en el desconocimiento del lector, siendo los personajes conocidos los que habrán de darlo a conocer, obviamente, el personaje ignoto es el propio paciente inglés. Los personajes conocidos son Hana, la joven enfermera canadiense que abandona su unidad militar para cuidar al arqueólogo quemado; Caravaggio, un canadiense de origen italiano que, habiendo sido ladrón en su juventud, es reclutado por los aliados como espía; y Kip, un zapador de origen sij encargado de desminar esa parte de la Toscana. A esos tres personajes se unirá el paciente inglés (Ladislao de Almásy, conde húngaro) y Katharine Clifton (amante del húngaro). La relación entre esos personajes principales está mejor pergeñada, al menos es más clara, en la película que en el libro, en éste todo queda demasiado enmarañado con los circunloquios filosóficos y artísticos.
 En todo caso, leyéndose con calma, la novela tiene un pase. Es, en realidad, una historia de amor en unas condiciones políticas y sociales terribles (la guerra). Da un poco de pena porque creo que la película de Minghella es una de las mejores de todos los tiempos, aunando todas las características que han convertido al cine en el séptimo arte, mientras que la novela, si se pudiera reescribir también sería una gran obra.