sábado, 27 de mayo de 2023

Inciso musical: concierto de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León, con Javier Perianes. Dirigidos por Antony Hermus.

  Esta vez el hilo conductor de las obras representadas es que fueron obras dilectas de la gran pianista catalana Alicia de Larrocha, de la cual se cumple este año el centenario de su nacimiento. De Larrocha fue, sin duda, una de las más espléndidas embajadoras de la música culta española, en parte gracias a ella, la obra de Albéniz, Granados o Falla se escucharon allende los confines de nuestro país, pudiendo así ser admiradas con el arrobo que merecen.
 Precisamente con Albéniz y su obra magna, la Suite Iberia, comenzó el concierto del viernes 26 de mayo. Pero, puesto que de conciertos sinfónicos se trata, se tocó no la archiconocida versión pianística sino la versión orquestada adaptada por Carlos Suriñach. El director hispano-estadounidense modificó la Suite Iberia lo justo para darle el empaque propio de una orquesta sinfónica, pero manteniendo la esencia , quintaesencia en verdad, de la música española (de hecho, Albéniz introdujo muchas tonadas populares en su suite, algunas peteneras, seguiriyas y otros palos flamencos). Eso sí, el tempo se reduce notablemente, dando mayor capacidad de evocación si cabe. El resultado es excelente, aunque pierde un poco de la arrolladora fuerza del piano solista, consigue el enorme volumen sonoro de la orquesta.
 La primera parte del concierto continúa con el Concierto para piano en La menor, opus 54 de Robert Schumann, obra paradigmática del Romanticismo musical, con todo el lirismo que aporta los solos de piano (ejecutados con maestría por el "intérprete residente" de la OSCYL, Javier Perianes), sin dejar de lado los "diálogos" entre el piano y la orquesta, especialmente con la sección de viento-madera. La relación de ambos viene gobernado por el director, el neerlandés Antony Hermus, con sus peculiares movimientos robóticos y la ausencia absoluta de batuta o similar. Es una pieza estructurada en tres movimientos, como dicen los musicólogos, altamente "contrastante", especialmente en el tempo, pasando del allegro affettuoso, a un intermezzo dominado por un andantino y acabando con un allegro vivace. Es una obra típica para representar la extraordinaria relación que pueden tener el piano solista y la orquesta.
 Por último, tras el descanso, las Danzas sinfónicas, opus 45 de Serguéi Rajmáninov. Rajmáninov es uno de los "fugados del comunismo soviético", en parte por sus orígenes familiares (pertenecía a una familia aristocrática), en parte por huir del opresivo corsé que impuso el comunismo a los creadores artísticos. Es seguro que los obtusos estalinistas habrían purgado al compositor ruso de haber permanecido en su país, no hubieran comprendido la necesidad imperiosa de libertad que tiene un creador de su talento. Como todos los compositores románticos (aunque en su caso ya es la parte final, un tanto heterogénea, que ha sido denominada "posrromanticismo") incluye muchos temas populares de su país, alternado con un motivo melódico tan antiguo como que aparece con frecuencia en el Canto gregoriano, el Dies Irae, pero reducido a las ocho notas que supone la primera estrofa del himno: "Di-es-i-rae-Di-es-i-lla" (Dies irae, dies illa, "día de la ira, aquel día"), una frase musical potente que sirve como contrapunto genial y que fue introducida por muchos compositores de toda época para dar un toque dramático. También tiene tres movimientos y es una obra que tiene mucho que ver con otros compositores rusos contemporáneos que dieron tal giro a la música culta reciente que ésta no podría ser explicada plenamente sin ellos; me refiero, claro, a Stravinsky, a Prokofiev o a Rimsky-Korsakov.
 En fin, con el hilo conductor de Alicia de Larrocha, lo cierto es que, a pesar de sus diferencias, los estilos de Albéniz y Rajmáninov tienen mucho en común, mientras que la grandeza romántica de Schumann supone el plato fuerte del concierto. De nuevo, si de un símil gastronómico se tratara, los tres platos (primer plato, segundo plato y postre) tienen, cada uno en sí mismo, calidad suficiente para alimentar a un hambriento... En este caso, hambriento de espíritu...

jueves, 18 de mayo de 2023

"Diario de un cura rural", de Georges Bernanos.

  Durísima novela estructurada como un diario en la que un joven cura, recién salido del seminario, recibe su primera parroquia en Ambricourt, en el septentrional departamento francés de Paso de Calais. El cura en cuestión es un ser atormentado, con una pésima salud física (cáncer de estómago, que lo acabará matando) y una aún peor salud mental (trastorno depresivo mayor que lo acerca peligrosamente al suicidio); él, sin embargo, lo atribuye todo a una "salud moral" débil, falible. El resultado es una vida desesperanzada, en la que la fe católica no es una fuerza liberadora sino una suerte de faro, del cual se sabe que ilumina en algún sitio, pero que el pobre cura no acaba de poder avistarlo. Es verdaderamente angustioso el relato que hace Bernanos, en buena medida por la extraordinaria redondez del personaje, que es delineado milimétricamente con una maestría asombrosa. Cabría decir que uno acaba conociendo plenamente al cura en cuestión. 
 Los de Ediciones Encuentro, editorial especializada en narrativa y ensayo religioso, dicen que "es una novela sobre la Iglesia, cuyo rostro resplandece a la luz de la Gracia". Y no estoy de acuerdo. Es verdad que otro de los protagonistas de la novela, el cura de Torcy, dialoga con su homólogo de Ambricourt y lo anima a no desesperar, a entender que la Iglesia tiene una estructura determinada desde hace dos mil años precisamente para facilitar el consuelo que la fe ha de proporcionar, pero no veo que la Iglesia sea garante de nada. De hecho, aunque Georges Bernanos fuera un ferviente católico, la visión de la fe que aquí transmite no es en absoluto liberadora o iluminadora. El cura de Ambricourt es un hombre atenazado por las miserias de la vida, lucha denodadamente para encontrar consuelo en la fe, pero no lo consigue. En mi opinión, Bernanos actúa aquí como un notario que da fe de una visión trágica de la vida, sin llegar a condenarla o aprobarla, dejando este extremo al lector.
 Desde el punto de vista formal, la novela roza la excelencia, con un formato, el del diario, que agiliza la lectura, mucho más que si fuera un ensayo. El contraste que supone los diálogos sobre la dureza de la vida y el papel de la fe y de Dios en las miserias humanas que el joven cura tiene con el cura de Torcy o con los parroquianos (entre ellos son especialmente interesantes los condes, no tanto por su sobresaliente posición social sino por las circunstancias vitales que atraviesan), ese contraste de diálogos, digo, aporta una inmensa lección de vida y espiritualidad que pocos volúmenes de teología alcanzan.
 Es, ya dije al principio, una durísima novela, francamente difícil de leer por la crueldad de la vida descrita, pero es una pequeña obra de arte, muy recomendable si se consigue no caer en el remolino depresivo en el que está inmerso el protagonista principal.

viernes, 12 de mayo de 2023

"Destinos truncados", de Arkadi y Boris Strugatski.

  Los hermanos Strugatski son unos de los escritores más afamados de ciencia ficción, probablemente los mejores que dio la Unión Soviética. Ya escribí en anteriores entradas que el hecho de que fueran soviéticos no es baladí, pues añade a su escritura un componente de realidad opresiva y totalitaria que, sin duda, proviene de sus experiencias vitales en aquel desaparecido Estado. Sin embargo, Destinos truncados no es ciencia ficción, sí tiene algún rasgo argumental que así entraría en esa clasificación, pero en realidad es una novela que abunda en esa llamada "metaliteratura". 
 He leído varias críticas y recensiones en distintas páginas web especializadas en ciencia ficción, y, claro, ha dejado a sus lectores desconcertados. Algunos, incluso, renegaban del buen hacer no ya de los hermanos Strugatski, sino de la propia editorial Gigamesh por haberlo publicado. Hombre, ciertamente se lleva uno a engaño cuando espera encontrar ciencia ficción en esta novela, pero vamos, por aquello de la libertad creadora, no creo que se pueda echar en cara a dos escritores que traten de salirse del subgénero narrativo en el que son famosos...
 La novela, dividida en diez capítulos, está estructurada en dos narraciones: la de la vida de Félix Sorokin, escritor de mediana edad y éxito descendente que ha de presentar un texto a una suerte de agencia gubernamental para que no lo saquen del gremio y pueda seguir viviendo de las magras condiciones salariales y laborales que le otorga el gobierno; y otra la de Víktor Bánev, personaje del escritor anterior, también escritor éste, que trata de sobrevivir en una sociedad en clara decadencia, con una vaga amenaza de implosión social. Las dos historias se alternan los capítulos, cinco para cada una, pues. En la historia de ficción, la de Bánev, se da el único rasgo reconocible de ciencia ficción, con la amenaza de los "gafudos" o "mohosos", una suerte de enfermos que pretenden subvertir el poder en su favor.
 Pero lo que más destaca es lo metaliterario. El mismo hecho de ser una novela dentro de otra novela ya lo indica, pero, además, en todo momento se hace referencias a autores reales como Hemingway, H. G. Wells, Bulgákov, Pushkin, Tolstoi o Ray Bradbury.
 En todo caso, la "constante soviética" de los Strugatski permanece. La sensación opresiva, kafkiana de que alguien lo está controlando a uno y de que en cualquier momento se va a producir la detención es omnipresente. Siempre se atribuyó al totalitarismo soviético que hizo de sus ciudadanos seres atribulados, pendientes de que cualquier delación, aunque fuera sin fundamentos, los llevara a sufrir el ostracismo social si no directamente al gulag. Todos los personajes de todas las novelas de los Strugatski son seres sobre los que pesa una espada de Damocles en todo momento; se respira una falta de libertad asfixiante... 
 En fin, al margen de que no es la novela que uno espera de los maestros rusos de la ciencia ficción, en sí no es mala. Como todas las novelas metaliterarias peca de exceso de reflexión que acaba por perder el hilo de la acción, pero sí tiene observaciones interesantes tanto en el ámbito literario como en el real.

lunes, 1 de mayo de 2023

"Otra vida", de Per Olov Enquist.

  No me gustan las biografías, siempre lo digo, y menos aún las autobiografías. Pienso que son un ejercicio de ego desproporcionado o bien la exigencia de una editorial ávida de exprimir a un escritor en las últimas. En todo caso, las autobiografías suelen ser pronas a la exageración en muchos casos y a la elipsis (intencionada o no) de periodos vitales determinados. Sin embargo, uno, erre que erre, acaba cayendo de nuevo en sus más habituales errores, debe ser la condición humana... Pero, por otro lado, todo escritor escribe sobre sí mismo, eso es un principio inexorable; puede que lo disimule atribuyéndolo a un personaje (que, si se mira con atención, suele acabar siendo un álter ego del narrador) o metiéndolo de rondón en otra relación, pero conociendo personalmente al autor se pueden reconocer esas vivencias. Enquist, en fin, no ocultaba que buena parte de los argumentos de sus novelas estaban inspirados, si no directamente extraídos, de vivencias propias o de su familia. Así, por ejemplo, en La biblioteca del Capitán Nemo, se reconoce a la familia de origen suecofinés que sufre enfermedades mentales de forma recurrente a lo largo de las generaciones. ¡Vamos, que habiendo leído antes novelas de Enquist ya se ha leído parte de su biografía!
 Y, en efecto, la narración de Otra vida recoge esas vivencias atribuladas de una familia campesina del norte sueco. Enquist no llega a nombrarse a sí mismo nunca y, de hecho, se trata en tercera persona. Abarca el relato desde los años anteriores a su nacimiento hasta el año 90 (el autor fallecería en 2020) en un momento bajo, pero muy bajo tanto en lo físico como en lo anímico. Ésa es otra, aparte de las omisiones, las autobiografías siempre quedan cojas porque, salvo que el autor esté muy lúcido hasta el final, siempre faltan los últimos años, claro. En fin, ha de reconocerse que la vida que llevó el tal Enquist sí es, si no extraordinaria, al menos muy diferente de la que llevamos la mayor parte de los mortales: de niño pobre en el remoto norte de Suecia a atleta de élite (en salto de altura, aprovechando sus casi dos metros de estatura), a periodista y escritor de éxito, especialmente de ámbito deportivo y político. Se insinúa, aunque no llega a aclararse totalmente, que los años que pasó en la República Democrática Alemana pasó información sensible de un lado a otro, vamos que se desempeñó como espía; también muestras notables veleidades políticas, en el ámbito de la socialdemocracia nórdica, a la sombra de su famoso compatriota Olof Palme. Luego años de estancia en Estados Unidos, en París... La brillantez de su vida o, cuando menos, su infrecuencia no evita que las dificultades lo acaben agotando anímicamente hasta acabar empapado en alcohol, tanto que, en 1989, ingresa en una clínica de desintoxicación en Islandia. Es ahí donde acaba la narración.
 En fin, no puedo dejar de ver un tono soberbio en el texto, algo inherente a toda autobiografía, vanidoso incluso cuando narra fracasos o graves problemas y adicciones, como quien cree ser una criatura única, diferente a todo hijo de vecina. Es lo bueno que tiene la narrativa que no pretende ser biográfica en absoluta, que poniendo simplemente nombres inventados se puede contar lo que uno quiera sin que parezca que se está aleccionando a los demás sobre cuán importante se es.