Durísima novela estructurada como un diario en la que un joven cura, recién salido del seminario, recibe su primera parroquia en Ambricourt, en el septentrional departamento francés de Paso de Calais. El cura en cuestión es un ser atormentado, con una pésima salud física (cáncer de estómago, que lo acabará matando) y una aún peor salud mental (trastorno depresivo mayor que lo acerca peligrosamente al suicidio); él, sin embargo, lo atribuye todo a una "salud moral" débil, falible. El resultado es una vida desesperanzada, en la que la fe católica no es una fuerza liberadora sino una suerte de faro, del cual se sabe que ilumina en algún sitio, pero que el pobre cura no acaba de poder avistarlo. Es verdaderamente angustioso el relato que hace Bernanos, en buena medida por la extraordinaria redondez del personaje, que es delineado milimétricamente con una maestría asombrosa. Cabría decir que uno acaba conociendo plenamente al cura en cuestión.
Los de Ediciones Encuentro, editorial especializada en narrativa y ensayo religioso, dicen que "es una novela sobre la Iglesia, cuyo rostro resplandece a la luz de la Gracia". Y no estoy de acuerdo. Es verdad que otro de los protagonistas de la novela, el cura de Torcy, dialoga con su homólogo de Ambricourt y lo anima a no desesperar, a entender que la Iglesia tiene una estructura determinada desde hace dos mil años precisamente para facilitar el consuelo que la fe ha de proporcionar, pero no veo que la Iglesia sea garante de nada. De hecho, aunque Georges Bernanos fuera un ferviente católico, la visión de la fe que aquí transmite no es en absoluto liberadora o iluminadora. El cura de Ambricourt es un hombre atenazado por las miserias de la vida, lucha denodadamente para encontrar consuelo en la fe, pero no lo consigue. En mi opinión, Bernanos actúa aquí como un notario que da fe de una visión trágica de la vida, sin llegar a condenarla o aprobarla, dejando este extremo al lector.
Desde el punto de vista formal, la novela roza la excelencia, con un formato, el del diario, que agiliza la lectura, mucho más que si fuera un ensayo. El contraste que supone los diálogos sobre la dureza de la vida y el papel de la fe y de Dios en las miserias humanas que el joven cura tiene con el cura de Torcy o con los parroquianos (entre ellos son especialmente interesantes los condes, no tanto por su sobresaliente posición social sino por las circunstancias vitales que atraviesan), ese contraste de diálogos, digo, aporta una inmensa lección de vida y espiritualidad que pocos volúmenes de teología alcanzan.
Es, ya dije al principio, una durísima novela, francamente difícil de leer por la crueldad de la vida descrita, pero es una pequeña obra de arte, muy recomendable si se consigue no caer en el remolino depresivo en el que está inmerso el protagonista principal.
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