domingo, 7 de diciembre de 2014

Ahora leyendo: "Oliver Twist", de Charles Dickens

 Creo que ya lo escribí: la llamada literatura victoriana es, para mí, la vuelta al hogar. Sus largas y adjetivadas oraciones; sus personajes dibujados con mil y un epítetos; sus paisajes industriales o rurales con una brutal diferencia social, son la referencia literaria más noble que alguien que escribe puede tener... otra cosa es que nadie, hoy, pueda escribir como Dickens, Eliot, las hermanas Brontë o Stevenson, y no solo por su calidad, sino porque habríamos de ser hombres y mujeres de finales del XIX para poder llevar el ritmo de vida y creación que se plasmaría en sus obras. Sin embargo, envueltos como estamos en "literatura basura" con la que las editoriales dominantes, meras máquinas de hacer dinero y repartirlo injustamente, nos bombardean sin piedad, la vuelta al ideal literario parece más necesario que nunca. En verdad uno acaba preguntándose qué sentido tiene leer a un autor contemporáneo teniendo a un Dickens.
  Algún sesudo crítico literario de las otrora llamadas "Islas Británicas" (hoy, Reino Unido) ha categorizado al inmortal autor como "literatura humanitaria y humorística", y, en realidad, no me parece en absoluto desafortunado. Pocas novelas he leído en las que la compasión verdadera, sin doblez y sin sensiblería (aquí quien quiera puede adjetivarlo como "compasión cristiana", la de verdad, no la farisaica de la secta de Roma) por los más desatendidos de nuestra animalesca sociedad. En el caso concreto de Oliver Twist, la denuncia social es fundamental, hecha carne en un pobre huérfano que es maltratado y utilizado como bestia de carga por todos los adultos que lo rodean. En otros casos, esa crítica viene a través del humor, irónico y sarcástico, como en Los papeles de Pickwick. Es por ello que esa definición, aparentemente demasiado simplona, no hace mella alguna en la inmortal obra de Dickens. 
 Es destacable que muchos de los escritores más notables, para mí, ejemplo de que la especie humana todavía merece seguir existiendo (aunque, desde luego, la mayoría se gana sobradamente la eliminación en masa), hicieron del humor y la compasión (por otro lado, virtudes hoy en desuso) el armazón principal de sus novelas: búsquese humor y compasión humana en El Quijote y en otras obras cervantinas.
  Al final los grandes son grandes no por lo enrevesado de su prosa sino por todo lo contrario, ya podrían aprender la pléyade de pretenciosos escritorzuelos que defienden su obra desde la soberbia de su sillón de académico.