viernes, 21 de junio de 2019

"Sin llegar nunca a la cumbre", por Paolo Cognetti.

 Cuarta novela que leo de Cognetti, y mucho me temo... que con ella llega la desilusión. Creo que es un defecto que tengo como lector: me entusiasmo fanáticamente con un autor cuando me deslumbran un par de novelas, de modo que consigo todo o casi todo lo que ha publicado hasta que indefectiblemente encuentro la novela que me decepciona. Las ocho montañas y El muchacho silvestre son grandes novelas, ya lo escribí; el paisaje alpino, la soledad, incluso la amistad son secundarios al crecimiento personal que se aprecia en ellas; son lo que algún crítico ha llamado "novelas de aprendizaje", es decir, relatos en los que el personaje madura y crece como individuo debido a las experiencias que sufre. Nueva York es una ventana sin cortinas también podría considerarse una novela de aprendizaje, en este caso de un joven que abandona su hogar y su país (hoy en día se utilizaría más la expresión "salir de su zona de confort") para vivir en esa Babilonia moderna que es Nueva York, y también tiene un cierto contenido filosófico sobre la existencia.
  Sin llegar nunca a la cumbre se queda, mucho me temo, en un simple libro de viajes. Concretamente en una corta expedición de senderismo que Cognetti realizó en el Himalaya con dos amigos, italianos como él. Por supuesto que no todo es una descripción monda y lironda de los paisajes del techo del mundo, también se discursea sobre la vida, lo importante de ella, las diferencias entre Oriente y Occidente, la amistad, la soledad, la superación de dificultades, etcétera; pero todo de un modo mucho más superficial, más vago y liviano que en las anteriores novelas de Cognetti. De nuevo, no quiero ser injusto, esta novela breve tiene interés: la prosa del italiano es cuidada y de calidad sin caer en la cursilería; sus temas son amenos, ni vulgares ni rebuscados; y, sobre todo, enlaza la observación de la belleza de la naturaleza con la contemplación ensimismada del pasar de la vida, algo en lo que coincide un servidor.
  Tal vez (prejuiciando de nuevo), lo que ocurra aquí sea algo muy frecuente en el mundo editorial, y es que cuando se descubre un filón como Paolo Cognetti (y este tipo lo es, sobre todo en su país) el mundo editorial trata de explotarlo de forma inmisericorde, publicando absolutamente todo lo que el autor haya escrito con tal de aprovechar el tirón, aunque haya bailes de calidad evidentes.