lunes, 18 de julio de 2022

Inciso musical: Jan Sibelius.

  Ahora que la canícula aprieta, un servidor vuelve sus cansados ojos al norte de Europa, a Finlandia concretamente, con la estúpida intención de que la evocadora música me transporte de la meseta castellana a los bosques y lagos fineses. En fin, gracias a mi imaginación y, sobre todo, a la genialidad de Sibelius consigo, al menos durante hora y media, quitarme del calor aplastante. Aquí mi pequeño homenaje a este tipo:
Jan Sibelius. Imagen tomada de Wikimedia Commons.
 La música de Sibelius se engloba en el final del Romanticismo musical, pero muy influenciado por las vanguardias, especialmente por compositores como Franz Listz o Erik Satie, éste último un monstruo que nos ha seducido a millones con sus gymnopedies (tengo que hacer otro pequeño homenaje al músico francés, por cierto).
 Sibelius tuvo gran éxito con óperas como Karelia, Pelléas y Melisandre o La tempestad, pero también de poemas sinfónicos (tipiquísimo del Romanticismo). También típico del Romanticismo es la incorporación de melodías de música popular propias de su tierra, de ahí que también se llamara "Nacionalismo musical" (el único nacionalismo potable, en verdad).
 Cumpliendo características de todo lo anterior, lo más impactante de Sibelius es Finlandia, un poema sinfónico compuesto en 1899 que se convirtió en el himno oficioso de su país.
Imagen tomada de Wikimedia Commons.
 Digo que Finlandia fue un himno oficioso del país porque el público entendía que era un alegato contra la opresión rusa que pretendía sustituir el suomi por el idioma ruso (¡tremendo, han pasado ciento veinte años y sus vecinos del Este siguen achuchándolos!). En fin, desde el punto de vista formal, el poema sinfónico está dividido en dos partes claramente diferenciadas (Andante sostenuto  y Allegro moderato). Se inicia con dominio de los instrumentos de viento-metal para dar paso a la cuerda que llevará la melodía principal, y acabar con el viento-madera como si fuera una suerte de himno.
 En conclusión, Finlandia es uno de esos poemas sinfónicos rotundos que se escucha en pocos minutos (poco más de veinte) y que condensa toda una idea, que concita a toda la orquesta sinfónica apelando a los sentimientos del espectador. Son tremendos los poemas sinfónicos, mientras estoy escribiendo esto no puedo dejar de recordar mis primeras experiencias musicales (no tendría más de doce años) con el Preludio a la siesta de un fauno de Debussy... Creo que esas piezas me convirtieron en melómano de por vida...