jueves, 13 de febrero de 2014

Inciso cinematográfico: "Nebraska", dirigida por Alexander Payne

 Nebraska es una rara avis dentro de las películas que nos llegan de nuestro Imperio, los Estados Unidos; es diametralmente opuesta a las superproducciones de Hollywood al uso, aquellas con derroche de medios, deslumbrantes efectos especiales y actores que parecen más modelos de pasarela que hombres y mujeres corrientes y molientes. Nebraska parece más una película europea asimilable al realismo social que otra cosa.
  Narra un periodo de la vida de un anciano (encarnado por el actor Bruce Dern) que es engañado, o se deja engañar, por un reclamo publicitario que le asegura ser ganador de un millón de dólares, para lo cual ha de desplazarse desde Montana hasta su natal Nebraska. Su familia, obviamente, se da cuenta del burdo engaño, pero, tras varias tentativas por hacerle comprender, su hijo menor decide llevarle hasta su "El Dorado particular"; el viaje se convertirá en realidad en una experiencia vital entre el padre y el hijo, la dureza, las amarguras de la vida, de una vida que se acaba.
  Es una bonita, aunque agridulce, metáfora de la vida, sin pegotes sentimentales ni edulcoración alguna. Quizá el hecho de haber escogido el Blanco y negro refuerce esta sensación descarnada. En cualquier caso, la sensación que se obtiene no es desesperante pero sí desasosegante, como lo es la certeza de la decadencia y la muerte.
 Una más que aceptable película, que nos recuerda que, por mucho que se empeñen los medios de comunicación masivos de decir lo contrario, al otro lado del océano hay vida inteligente.