martes, 17 de agosto de 2021

"La mano muerta", de Wilkie Collins.

  Cuatro relatos "góticos" de William Wilkie Collins editados por Montesinos. Esto de "gótico", aplicado a la narrativa, ya se sabe, hace referencia a un estilo en novela y relato que se caracterizaba por el gusto por los misterioso, algunas veces rayando en el terror, y lo oscuro. Quién y cuándo utilizó por primera vez ese término aplicado a lo literario es algo que me importa muy poco; en realidad, no es más que otra etiqueta más que facilita la clasificación y que los editores usan para orientar a sus lectores. Desde un punto de vista más riguroso, habrá que hacer referencia al Romanticismo literario para explicar ese gusto que anidó principalmente en las mentes de escritores anglosajones, a uno y otro lado del Atlántico, desde finales del XVIII, pero que tuvo su esplendor en el siglo XIX, en la llamada (otra etiqueta más) "Literatura victoriana". Pues bien, victoriano por los cuatro costados era el bueno de Wilkie Collins, según las biografías, amigo íntimo de uno de los genios que definen tal etiqueta, Charles Dickens.
 Y, en mayor medida que Dickens, Collins abundó en esa narrativa misteriosa y fantástica que no podría llamarse en puridad "de terror", ya que insinuaba más que mostraba lo sobrenatural, principalmente fantasmas, aparecidos y demás entes extraños. Los cuatro relatos recopilados por Montesinos hacen honor a tales características, y, al igual que su ínclito amigo, Collins escribe en una prosa preciosista, lenta, preñada de epítetos y frases subordinadas, que obliga a una lectura reposada y concienzuda para sacar hasta el más mínimo jugo de sus descripciones. De esos cuatro relatos, el más notable es el más largo, Monkton el loco, muestra palmaria de que esta "literatura gótica" no necesitaba de elementos terroríficos para crear terror, pues el ambiente creado por Collins con la locura de un joven en su gran mansión es suficientemente perturbadora por sí mismo.
 Siempre que pienso en literatura victoriana no puedo dejar de pensar en las grandes novelas de Dickens: David Copperfield, Oliver Twist, Grandes esperanzas, Historia de dos ciudades o La tienda de antigüedades (las cinco reseñadas en este humilde blog), pero hay que reconocer que el relato es un formato narrativo que se apresta muy bien a esta narrativa fantástica y misteriosa. Esto es así, porque es difícil (incluso para un Dickens o un Collins) mantener la intriga de una historia de fantasmas en una novela de más de mil páginas, por ejemplo, pero también porque se me antoja que una historia fantástica debe ser como un puñetazo al estómago: rápido y duro. Esto se puede comprobar desde Dickens y Poe hasta Lovecraft.

 Otro aspecto del que creo haber hablado largo y tendido en este blog es el de la sociedad que pergeña esta narrativa: la de una época de cambios (aunque, ¿cuándo no ha sido época de cambios?) de una sociedad rural y agrícola en otra urbana e industrial, con desigualdades e injusticias sociales insoportables (véase Oliver Twist, por ejemplo) de las cuales, uno de sus mayores detractores fue el propio Dickens; pero otra sociedad (otra parte de esa misma sociedad, en realidad) es la que un tanto despectivamente denomino como aquélla que consumía "literatura de té y pastas". Sí, es un abuso, lo admito, pero no puedo dejar de imaginar a orondas damas de mediana edad leyendo embelesadas las entregas que el bueno de Dickens y otros publicaban semanalmente en esas revistas que la biempensante sociedad británica consumía en sus pacíficos fines de semana. Incluso estos relatos misteriosos podrían encajar en esa "literatura de té y pastas" que los acomodados burgueses leían mientras la mayor parte de su sociedad se mataba por un mendrugo de pan. Sí, soy injusto y simplista, lo sé. En todo caso, ciento y pico años después nos ha dejado unas joyas exquisitas, como estos relatos de Wilkie Collins... para leer con o sin té y pastas...