martes, 20 de enero de 2015

Philip Larkin, de nuevo

 Demoledor. Así es Larkin. Su poesía descarnada, de la vida más rutinaria, gris y mezquina (en realidad la de todos nosotros) es como un directo a la mandíbula para nuestra biempensante sociedad. Para muestra un botón:



Poesía de la partida

A veces oyes, de quinta mano,
como epitafio:
Lo mandó todo a la porra
y se largó,
y siempre la voz está segura
de que darás tu aprobación
a ese gesto audaz,
purificador, elemental.

Y tienen razón, creo.
Todos odiamos nuestro hogar
y tener que estar en él:
yo detesto mi habitación,
su basura tan bien escogida,
buenos libros, una buena cama,
y mi vida, en perfecto orden:
así que cuando oigo decir

Los dejó a todos plantados
me entra un cosquilleo, un entusiasmo,
igual que con Entonces ella se desabrochó el vestido,
o Chúpate esa, cabrón;
si él lo hizo, seguro que yo también puedo.
Y eso me ayuda a estar
sereno y laborioso.
Pero hoy mismo me largaría,

sí, me pavonearía por caminos llenos de nueces,
me inclinaría en el castillo de proa
con una incipiente barba de bondad,
si eso no fuera tan artificial,
un paso tan deliberado hacia atrás
para crear un objetivo:
libros; porcelana; una vida
reprensiblemente perfecta.


           
 Traducción de Poetry of departures por Damián Alou.