jueves, 26 de noviembre de 2020

Mateo 7: 13-14

  13 Entrad por la puerta estrecha. Porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. 14 ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos. 

"Abel Sánchez", de Miguel de Unamuno.

  Después de leer a Walser, Unamuno parece un remanso de paz, incluso con la carga psicológica que siempre tienen los personajes del vasco; al menos no hay reflexiones enfermizas y sin salida. Porque Unamuno, bien es sabido, daba a todas sus obras una orientación reflexiva muy marcada, de los individuos, pero también de la sociedad y sus pecados. Abel Sánchez no es una excepción: la reinterpretación del mito bíblico y del concepto de envidia ya es en sí misma una meditación sobre la naturaleza humana; pero, además, Unamuno le da un enfoque muy español y, aunque no hay referencias temporales exactas, también es evidente la referencia a aquellas primeras décadas del siglo XX que tan dañinas serían para España y para el resto de Europa.
 En efecto, Abel Sánchez, es, claro está, una reinterpretación del mito bíblico de Caín y Abel. Como en el Génesis, Abel agrada a todos (el Dios social) con su obra pictórica, mientras que Joaquín (el Caín moderno) no concita las simpatías de sus allegados; esta situación provoca la envidia de Joaquín Monegro hacia su, por otra parte, amigo del alma, Abel Sánchez, deseando (y provocando, casi accidentalmente, su muerte). El detonante de las envidias no son como en la Biblia la ofrenda a Dios, sino una mujer, Helena; por tanto también es un triángulo amoroso, al menos en un principio, luego, las reflexiones de Joaquín lo llevan a pensar en la envidia como concepto, como motor de vida incluso... y motor de muerte, claro... La trama se complica con más personajes: si Helena es la mujer aparente (la "pava real", la llaman Abel y Joaquín), la belleza superficial y con un punto de maldad; Antonia (que será la mujer de Joaquín) es la mujer madre y esposa arquetípica, toda resignación y comprensión. Con todo, ese personaje maternal (muy habitual, por otro lado en la narrativa unamuniana) no consigue aplacar la envidia que Joaquín siente por el éxito social de Abel. La llegada de dos hijos, uno de cada pareja, Abelín de parte de Abel y Helena, y Joaquinita por Joaquín y Antonia no calma las aguas, pues, por interés de Joaquín, acaban casados (mezclándose así las sangres de los Monegro y los Sánchez), eternizándose el conflicto entre los ya abuelos. Desde una interpretación más superficial y moderna se podría inferir una auténtica enfermedad mental en Joaquín Monegro, incapaz de superar una envidia infantil que nadie entiende y todos ridiculizan, enfermedad mental que lo convertirá en un ser atormentado y desgraciado cuando, en realidad, la vida le sonríe en todos los ámbitos.
 El relato también tiene algo de metaliterario, al menos por las continuas referencias que se hacen al Caín de Lord Byron, que Joaquín lee y relee. Esta obra, recordemos, es otra reinterpretación del mito desde el punto de vista de Caín, es decir, en el relato de Unamuno, de Joaquín. Decía antes que, aunque Unamuno no da muchos puntos de referencia temporales y espaciales, se puede considerar que la obra es hija de su tiempo. Lo es porque en un momento de las disquisiciones sobre la envidia como fuente de dolor y de destrucción para todos pero especialmente para el que la sufre, se hace una explícita referencia a España y su atraso sempiterno en el ámbito de la lectura y la cultura en general cuando se espeta:
 - Sí, hijo, sí, todo sería ponerse a ello, pero cuantas veces lo he pensado y no he llegado a decidirme. ¡Ponerme a escribir un libro... y en España... y sobre Medicina...! No vale la pena. Caería en el vacío...
 Eso, unido a un claro pesimismo social, a la sensación de que las envidias y los rencores malsanos llegarán a provocar un gran desastre son hoy evidente presagio de lo que acontecería poco después; recordemos que la novela fue publicada en 1928, a ocho años del estallido de la Guerra Civil. Esos argumentos, la preocupación por la situación política y social de España y la imposibilidad aparente de reconciliación alguna, están muy presentes en todos los autores de la Generación del 98 y en la obra de Unamuno en concreto. Por todo ello se puede afirmar que Abel Sánchez es, a la vez, una obra coyuntural, pero también atemporal.