viernes, 26 de abril de 2024

"Cuento de invierno", de William Shakespeare.

  Un profundo error de nuestros días es tomar a los egregios autores del pasado, los "clásicos", como hombres de letras, eruditos, intelectuales que dedicaban su vida a dejar obras para la posteridad que serían estudiadas milimétricamente por otros eruditos. La verdadera Historia nos muestra a Miguel de Cervantes, por ejemplo,  como un tipo cuya vida no pudo ser más compleja y azarosa: soldado de fortuna, cobrador de impuestos, pasó años en la cárcel, hambre y miserias a más no poder, quedó tullido en batalla... Vamos, que el autor de El Quijote no fue precisamente un sabio recluido en su estudio, sino un tipo que vivió una existencia arrastrada hasta el mismo día de su muerte. Algo semejante le pasó a William Shakespeare (aprovecho a juntarlos ahora que desde las altas instituciones académicas y lingüísticas se los quiere meter en el mismo saco, sobre todo porque se cree que pudieron morir el mismo día). Procedente de una familia de clase media baja, el Bardo de Avon casó a los dieciocho años con una mujer de veintiséis como dice la labia popular, "de penalti" (que ya habían consumado antes del altar, vamos), después de mil problemas se afincaron en Londres, peleándose con todo y con todos para poder estrenar alguna obra de cuando en cuando; ya en 1611 se retiró a Stratford-upon-Avon, un villorrio por aquel entonces, para huir de amenazas y acreedores de la capital, muriendo a la edad de cincuenta y dos años. Por otro lado, ni Cervantes ni Shakespeare, máximas lumbreras de la lengua castellana e inglesa respectivamente pisaron universidad alguna, ambos eran simples bachilleres... Vamos, que quien busque ilustración, erudición y vida de sabio recluido en estos dos se equivoca de lado a lado.
 Y, en el caso de Shakespeare, la azarosa vida del dramaturgo tenía más que ver con buscar empresarios que aceptaran representar sus obras para así poder cobrar algo, que en escribir (el propio autor acabó comprando un teatro para poder representar). De hecho, la producción teatral de Shakespeare, hoy fundamental en la lengua inglesa, estaba supeditada a la representación, tanto era así que no tenía problema en quitar o añadir algo a la obra si el empresario teatral así lo exigía, como en adaptar obras ajenas.
 Y precisamente una obra ajena es Cuento de invierno, basada en un romance de temática pastoril de Robert Greene llamado Pandosto. Shakespeare modifica algunos personajes, algo el argumento y cambia el final, pero el argumento principal es el del romance. Es evidente, pues, que Shakespeare no estaba especialmente interesado en "quedar para la posteridad" o "crear alta literatura", sino salir del paso adaptando un poema para que fuera una obra teatral representable y exitosa.
 Bueno, en todo caso, Cuento de invierno es un drama (tragicomedia, podría ser; romance, sí; comedia, no) dividido en cinco actos, muy distintos entre sí de longitud y temática, ambientados entre Sicilia y Bohemia. Por cierto, el autor comete el supuesto error de hablar de "la costa de Bohemia", que es, ya se sabe, una región interior (se discute si fue un error geográfico o una licencia artística) que chirría un poco al leerlo hoy en día.
 El argumento es, muy abreviado, éste: Acto I: en Sicilia, el rey de la isla mediterránea, Leontes, y el de Bohemia, Políxenes, se intercambian lisonjas y parabienes. Leontes pretende que su invitado  se quede unos días más, para ello mete a su esposa en danza, Hermíone, quien requiebra también a Políxenes. En ese momento, Leontes entra en una locura celosa, creyendo que su mujer se excede y que, en realidad, mantiene relaciones adulterinas con el bohemio, incluso que la criatura que lleva en el vientre es del centroeuropeo. Tan terribles son los celos del siciliano, que ordena a Camilo, noble y copero del rey, que envenene a Políxenes. El copero real se niega a cumplir la orden, avisa al bohemio y juntos huyen de Sicilia. Acto II: Leontes, todavía ciego de celos, acusa públicamente a Hermíone de adúltera y la encarcela. La reina, con el sofoco, pare prematuramente a su hija. Paulina, noble y esposa de Antígono, presenta a la recién nacida a Leontes, con el fin de ablandarlo. Lejos de apiadarse, Leontes exige a Antígono que se lleve a la niña y la abandone en una lejana región. Simultáneamente, Leontes ha enviado mensajeros hasta Grecia para que consulten al Oráculo de Delfos sobre la culpabilidad de su mujer. Acto III: los mensajeros, ya de vuelta, abren los sellos del oráculo y revelan que el dios Apolo conoce la inocencia de Hermíone y la paternidad de Leontes. Con todo, la reina es juzgada por adúltera y traidora. En mitad del juicio, un sirviente anuncia la muerte del príncipe siciliano, Mamilio. Hermíone, con la aflicción se desmaya y (aparentemente) muere. Es entonces cuando el rey de Sicilia entra por fin en razón, olvida sus celos y se avergüenza de su locura que ha provocado tanta desgracia. Por otro lado, Antígono (noble siciliano, esposo de Paulina) llega en barco a las "costas de Bohemia" (error geográfico al que antes aludía) con la niña de Leontes y Hermíone a la que han bautizado apropiadamente Perdita, la abandonan en un paraje deshabitado y cuando van a regresar, Antígono es atacado y muerto por un oso, y el barco con toda su tripulación se hunde en el mar. La niña, con sus ricos ropajes y una joya muy específica es salvada por un humilde pastor. Acto IV: han pasado dieciséis años, en Bohemia, Camilo y Políxenes espían disfrazados de pastores a Florisel, el príncipe heredero, quien se ha enamorado de una joven pastora (ignoran que, en realidad, es Perdita, la princesa siciliana). Tras comprobar el arrobado enamoramiento de los dos jóvenes, Políxenes se descubre como rey y prohíbe a su hijo lleva a cabo un matrimonio tan disparejo. Camilo, que quiere volver a su isla de origen, convence a Florisel y Perdita para que vayan a Sicilia donde serán bien recibidos. Acto V: en Sicilia, Leontes sigue lamentando que su locura de celos llevara a la muerte a Hermíone y a Mamilio. Arriba a la isla el barco con Florisel y Perdita, seguido de otro con Políxenes y Camilo. Se aclara todo: cómo Perdita es, en realidad, la princesa siciliana, la terrible muerte de Antígono y su tripulación... En la escena final, Paulina  presenta a Leontes una realista estatua de Hermíone, tan realista que ha envejecido los dieciséis años que han pasado desde su muerte y acaba cobrando vida. Leontes, conmovido por este supuesto milagro, pide perdón a Hermíone y a Políxenes, además de facilitar el matrimonio entre Florisel y Perdita, y, ya de paso, el de Paulina y Camilo.
 El romance Pandosto de Robert Greene termina con el suicidio de Leontes, que es omitido para buscar el fin feliz que requiere la obra por Shakespeare. Pero es evidente que tiene los ingredientes de un romance de temática pastoril, con sus amores, desamores, celos y final feliz. Sin duda, un intento de Shakespeare por reconciliarse con el público dándole una obra con mordiente suficiente (celos, locura, muerte, amor y desamor) pero con el final edulcorado que todos querían.