viernes, 25 de diciembre de 2015

Ahora leyendo: "Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural", por Robert E. Howard.

 De Howard leí con antelación los relatos sobre ese famoso héroe sombrío siempre vestido de negro, Solomon Kane, mitad puritano inglés (puritano no en el sentido que le damos hoy, de timorato, sino adherido al puritanismo cristiano, interpretación religiosa hoy extinta que se caracterizaba por su extremismo en la búsqueda del ascetismo y la pobreza voluntaria), mitad aventurero. No me gustó, la verdad. Me pareció una prosa muy sencilla, demasiado, casi para chicos de doce años; las aventuras, por otro lado, eran previsibles y poco elaboradas... me decepcionó bastante. Tal vez por eso he vuelto a este tejano que se voló la tapa de los sesos a sus treinta años, por ver si no había cometido un error de juicio apresurado. Estoy leyendo Los gusanos de la tierra y otros relatos de horror sobrenatural, compendiados, como no, por Valdemar.
  Lo que hasta ahora he leído no difiere mucho de la opinión que me formé, es un tanto superficial. Pero, o estos relatos son más elaborados o yo menos exigente, pero lo cierto es que no me está costando mucho avanzar con estas historias que tienen mucho más de fantástico que de "horror sobrenatural" como titulan los de Valdemar.
 El volumen va precedido por un prólogo escrito por el mismísimo Howard P. Lovecraft, que demuestra, en apenas unas líneas el excelente conocimiento que tenía el de Nueva Inglaterra del de Texas. Parece ser que tal conocimiento no era sino epistolar, pero no podría ajustarse más a la verdad. Lovecraft hace una descripción física de Howard de una manera que (al menos para los años treinta) parece un tanto homoerótica (descripción de "virilidad hercúlea" que parece un tanto sospechosa en nuestros días), aunque tal vez sea eso, un prejuicio mío al juzgar a la luz de la actualidad lo escrito hace ocho decenios. Pero, al margen de esta consideración, Lovecraft define los gustos de Howard de una manera que solo se puede hacer desde una crítica literaria de profundo conocimiento. Es por ello un excelente prefacio sobre aquello en lo que el lector va a adentrarse.
  Son relatos de "capa y espada" como alguien los llamó o, en su lengua natal, "sword and sorcery tales" y es que, efectivamente, la mayor parte de los personajes son aventureros que, a "espadazo" limpio, consiguen sus nobles objetivos, ayudados por druidas y brujos que recuerdan mucho a Merlín. Los paisajes son los idílicos del septentrión europeo que nos trae la mitología nórdica (aquí, los de Valdemar han acertado de nuevo al poner en la portada una imagen sacado de un óleo del pintor romántico alemán Füssli titulado Thor luchando contra la serpiente del Midgard.
 Algo que sí ha llamado poderosamente mi atención son las abundantes referencias raciales de todos los relatos. Obviamente son textos de ficción pura, pero parece que el bueno de Howard estuviera obsesionado con la blancura de piel, los ojos azules y el pelo rubio pajizo. En Los hijos de la noche llega a describir la superioridad racial en función de esos rasgos antes descritos; el personaje principal que narra la acción, un tal O'donnel, claro alter ego del escritor, se describe a sí mismo de esta manera: "Las oleadas de sangre extranjera han teñido mi pelo de negro y han oscurecido mi piel, pero todavía tengo la estatura señorial y los ojos azules de un ario real" (y así era Robert E. Howard, un tipo de más de metro ochenta, ojos azules, pelo negro y tez oscura para ser anglosajón). Tal vez sea coincidencia pero hay que recordar que allá por los años treinta del pasado siglo la frenología (aquella pseudociencia que estudiaba los caracteres físicos principalmente del cráneo para poder prever el comportamiento del individuo, especialmente la tendencia criminal) estaba muy en boga. Lovecraft, amigo y mentor de Howard, parece que también cayó en ese error del racismo o al menos de la valoración de un ser humano en función del color de su piel o sus ojos. Bien puede ser, en cualquier caso, que Howard esté aportando más material para sus relatos y que no tenga nada que ver con sus más íntimas consideraciones... prefiero pensar esto último.