domingo, 9 de mayo de 2021

"Génesis".

  Creo que verdaderamente la Biblia es "el libro de libros". No sólo, claro está, porque esté compuesto de una abigarrada mezcla de libros, algunos históricos, otros sapienciales, otros proféticos, incluso un poema erótico; sino porque el hecho de que miles de millones de humanos lo hayan leído de pe a pa ha marcado sin duda nuestra sociedad. Y es especialmente notable en aquéllos que luego han dejado obra escrita, marcada en muchos casos por la Biblia (estoy pensando, claro en Hermann Hesse, pero también en Tolstoi, Dostoyevski, Dickens o el propio Cervantes).
 Lo cierto es que los libros contenidos en la Biblia se pueden leer desde muchos puntos de vista. El más frecuente, no obstante, es el del creyente que busca un poco de luz entre tanta oscuridad; pero también podemos leerla desde un enfoque meramente literario (en cuyo caso, salvo los Salmos, el Cantar de los Cantares -el poema erótico al que antes me refería-, el Eclesiastés y alguno más, francamente dejan mucho que desear), o desde una visión más amplia que incluya todo lo humano, religioso y terrenal. Yo prefiero abordarlo desde este último plano, por ser más completo (aunque puede que más superficial). Así que empiezo por el principio, nunca mejor dicho, por el Génesis.
 Puede que este libro no sea el más antiguo de los escritos, pero sí el que trata de los orígenes más arcaicos. Es una obviedad ridícula, pero hay que tenerlo en cuenta. Desde un punto de vista literario, si al lejano autor de estas letras, muerto hace milenios, hubiera que pagarle en función de los millones de lectores que sus mal pergeñadas sentencias han tenido, no habría habido hombre más rico en la faz de la Tierra. Pero como el ser humano es como es, es un tipo desconocido para siempre. No cabe duda de que lo contenido en el Génesis forma parte de una cultura oral transmitida de padres a hijos desde los tiempos más antiguos, desde que surgieron las civilizaciones del llamado Creciente Fértil, especialmente de Mesopotamia. Así, el mito del Gran Diluvio ya está recogido en las crónicas de Gilgamesh, y tres cuartos de lo mismo se puede decir del mito de la creación, de Adán y Eva o del Paraíso terrenal. Bueno, pues, desde un punto de vista literario yo diferenciaría los cuatro primeros capítulos del resto, es decir, los tres mitos que he citado antes hasta justo el del Diluvio Universal. En esos cuatro capítulos hay fragmentos que es pura prosa poética, de una belleza y, a la vez, un simplismo verdaderamente maravillosos; frases que se aprenden de memoria y se repiten como sentencias justificadoras de la existencia... pura hermosura. Sin embargo, a partir de Noé, es todo más ramplón, da la impresión de que fuera otro escritor, uno más interesado en narrar los hechos desnudos sin darles mucho lustre. Salvo en momentos críticos (la historia de Abraham e Isaac, por ejemplo) todo tiende hacia una vulgaridad arrolladora. Esto desde un punto de vista meramente literario, pero la verdadera enjundia viene cuando se juzga desde un punto de vista humano y religioso.
 Desde un punto de vista humano y religioso de un tipo del siglo XXI que trata de dar un enfoque cristiano a su propia existencia y a todo lo demás, el Génesis es, perdón, la hostia. Desde esos enfoques, el Génesis es el libro más arcaico, anacrónico y desfasado que uno pueda leer. Paso a explicar esto: Tradicionalmente se ha tenido claro el abismo que existe entre el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. El Antiguo Testamento es, valga la redundancia, muy antiguo en el ámbito humano; es muestra de una sociedad tribal, primitiva y violenta que tiene a un dios exigente, cruel y vengativo; por el contrario, el Nuevo Testamento refleja una sociedad más moderna, que tiene un dios paternal, misericorde y generoso. Esto se lo enseñan a los chicos en catequesis para la Primera Comunión, y es tan indiscutible y evidente que no merece la pena ni argumentarlo. Pero ya, libro por libro, hay diferencias dentro del propio Antiguo Testamento, y, con mucho, el Génesis es de lo peorcito.
 A riesgo de que algún malintencionado me llame antisemita, diré que aquellos judíos que tienen la Torah, esto es, el Pentateuco cristiano (Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio) como norma fundamental de comportamiento cotidiano se convierten en auténticos nazis. Sé, por supuesto, que estos son una exigua minoría, los ultraortodoxos ("haredim" se llaman ellos mismos), porque la inmensa mayoría de los judíos, liman la aspereza de esos cinco libros con los libros contenidos en su Talmud, una recopilación inmensa de libros que convierte a más del noventa por ciento de los judíos en ciudadanos del mundo que respetan a los gentiles y ni se les pasa por la cabeza creerse superiores a nadie. Con todo, las minorías muchas veces marcan a la totalidad, sobre todo cuando se piensa apresurada y prejuiciosamente (como pensamos casi siempre, lamentablemente).
 Paso a paso, el Génesis contiene lo peor de la humanidad: la envida y el parricidio de Caín a Abel; el filicidio fanático, no consumado, de Abraham a Isaac; la manipulación terrible de una madre, Rebeca, para malmeter entre sí a sus dos hijos (Esaú y Jacob); el incesto de Jacob, encamado con Raquel y con Lía; otro incesto, el de Rubén; por supuesto la poligamia de todos ellos; la masturbación compulsiva de Onán; José, "guapo y esbelto", que es poco menos que violado por la mujer de su dueño, y que, al ser rechazada, miente y acusa a José de ser el violador; la traición, cuando José es recompensado por el Faraón y se olvida de su pueblo, que sigue esclavizado; las traiciones, engaños y abusos de autoridad de los hermanos de José, que lo venden como esclavo; el insulto descarado cuando Jacob "bendice a sus hijos", las doce tribus de Israel, en la que llama incestuoso a Rubén, "armas de violencia" a Simeón y Levi, "asno robusto" a Isacar, "lobo rapaz" a Benjamín... ¡Vamos, lo peor de lo peor! 
 Se dice del Génesis que es un libro histórico, pero, en realidad, es un libro repulsivo, que desprecia el género humano de una manera brutal, además de mostrar un dios, como antes dije, cruel, vengativo, tribal e inmisericorde.
 Recuerdo que hace veinte años, viviendo yo en Inglaterra, conocí un tipo que, tomándose cierta libertad, decía: "como los católicos no tenéis que leer la Biblia". Nada más cierto, en cualquier caso, que esa pulla un tanto simplona. La inmensa mayoría de los que se hacen llamar católicos y cristianos a voz en grito (precisamente por eso, por hacerlo a voz en grito, prueba de inmensa soberbia, no lo son) no han leído en sus puñeteras vidas la Biblia; no saben de que va, simplemente mantienen una tradición (mera liturgia) que vieron practicar a sus padres y abuelos... nada más. Es triste pero cierto. En mi familia, algunos ya fallecidos y otros todavía vivos se encuentran en esta situación. Lo cierto es que la generalizada incultura católica ha sido promovida por las jerarquías eclesiásticas para poder domeñar más fácilmente a su ignorante grey que, en realidad, sólo quería repetir lo que habían hecho sus ancestros para medrar socialmente. Si hubieran dedicado un poco de tiempo diario a leer los distintos libros de la Biblia se habían encontrado con unas incongruencias descomunales, pero también con algunos libros hermosísimos en el plano literario y, al menos en mi opinión, una espléndida guía de comportamiento en los Evangelios. Pero claro, leer (y, sobre todo, leer con espíritu crítico) es más trabajoso que escuchar adormilado el sermón de un orondo, borrachín y lujurioso cura que no entiende una mierda de nada y que, al igual que sus feligreses, sólo quiere abusar del poder del que le inviste una tradición milenaria que pervirtió el Evangelio para medrar socialmente.
 Es difícil justificar la existencia de muchos libros del Antiguo Testamento junto a los Evangelios. Únicamente por pura inercia de una tradición que busca enlazar algo rabiosamente moderno (aunque tenga dos mil años) y algo tan anacrónico como el Génesis. Francamente, prefiero leer el mito de Gilgamesh a muchos fragmentos de aquél; por lo menos con lo de los mesopotámicos no trato de buscar una norma de comportamiento aplicable en cualquier lugar y momento.