jueves, 16 de febrero de 2023

"El prisionero de Zenda", de Anthony Hope.

  Además de las de Julio Verne, Robert Louis Stevenson, Emilio Salgari, Joseph Conrad o Rudyard Kipling, cuando se piensa en narrativa juvenil de alta calidad literaria siempre viene a la mente El prisionero de Zenda, de Anthony Hope. Una novela leída por generaciones de jóvenes lectores que tuvo, además, varias adaptaciones cinematográficas que aumentaron su popularidad.
 Y es que la novela de Hope, escrita en 1894, aúna todas las virtudes que se espera (o se esperaba hasta hace no tantos decenios) para lectores jóvenes: argumento sencillo, sin doblez, un tanto predecible, pero con sus pequeños giros; personajes estereotipados, divididos en dos grandes grupos, los héroes, siempre honorables y bienintencionados, y su contraparte, los canallas, siempre ruines y malvados; final (aquí está lo previsible) en el que triunfa el bien sobre el mal, adoctrinando así a los lectores en su amor por las supuestas virtudes de los héroes. Vamos, que en realidad son novelas que pretenden formar en las "buenas costumbres" a las almas cándidas que las leen y que, es de suponer, todavía no han alcanzado su madurez. Bien, esto hoy parece un tanto excesivo (aunque el adoctrinamiento continúe, como continuará siempre, aunque por otros derroteros), pero hay que decir que la novela de Hope (como las de los citados al principio) tiene una enorme calidad literaria, si se consigue pasar por alto esa candidez juvenil se puede pasar momentos verdaderamente entrañables.
 Argumento de El prisionero de Zenda: Escribe en primera persona un tal Rudolf Rassendyll, un londinense de la baja nobleza, vago, vividor y haragán, que tiene un extraordinario parecido físico (sobre todo, su pelo rojo y su gran nariz) con el príncipe heredero del ficticio reino centroeuropeo de Ruritania. Él lo sabe y decide presentarse en la capital de ese reino, Strelsau, el día de la coronación de su sosias. Allí se encontrará con su propia imagen y, en una noche de abundante consumo de alcohol, el príncipe heredero es drogado por su hermanastro, el malvado Michael "el Negro", aspirante al trono que pretende dejar fuera de lugar al legítimo. Los servidores del rey, aprovechando el notable parecido físico del inglés, le proponen que suplante al rey en la coronación, evitando así que Michael pueda ser coronado. Accederá a tal locura, no despertando apenas sospechas salvo en la prometida del rey, la princesa Flavia, que lo encuentra mucho más educado y comedido de lo que antes era. Para complicar un poco más las cosas, los secuaces de Michael secuestran al drogado rey y lo encarcelan en un castillo de la localidad de Zenda, de aquí toma el título la novela. Así, el inglés, además de seguir ejerciendo de rey suplente tendrá que liberar a su doble. Finalmente, todo vuelve al orden: el rey es excarcelado, su hermanastro muere en combate y el inglés vuelve a su país.
 Todo esto narrado con brillantez, no en vano Anthony Hope entra perfectamente en esa categoría que los anglosajones llaman "literatura victoriana", con lo que el texto está muy cuidado.
 Como novela juvenil es ideal, puesto que promueve esas virtudes antes citadas (honorabilidad, capacidad de sacrificio y entrega, resignación...) y es una narración de aventuras que hace que cualquier joven inglés de la época sueñe con poder ser rey por unos días, enamorar bellas princesas y librar cruentas batallas a espada.
 Hombre, para el lector adulto, de vuelta de tantas cosas (buenas y malas) puede quedar todo un tanto ingenuo, naíf e incluso infantiloide, pero si se consigue centrarse en el placer de la lectura, sin buscar segundas interpretaciones y adoctrinamientos, se puede pasar un rato muy agradable, especialmente si se recuerda con cierta nostalgia la propia juventud.