viernes, 24 de julio de 2015

Ahora leyendo: "La tienda de antigüedades", por Charles Dickens.

 No sé que más contar de Dickens y sus novelas que no haya dicho antes. La verdad es que tienen puntos comunes tan evidentes que sabría que estoy leyendo a Dickens aunque me dieran una hoja suelta de algo suyo que no hubiera leído previamente.
  De La tienda de antigüedades diré que mantiene la misma estructura dickensiana que fue impuesta por la situación económica y social de mediados de siglo XIX en Inglaterra, es decir que lo publicó por entregas en publicaciones semanales. Esto no es un hecho baladí, pues la forma de estructurar cambia forzosamente: principalmente porque todo está dividido por capítulos de la misma duración y todos ellos, ¡oh glorioso misterio! acaban de forma interesante con un pequeño giro argumental. En realidad se puede decir que el bueno de "Carlitos" era un obrero de la novela, un artesano más bien; conocía las artimañas más complejas para engatusar a sus lectores que uno imagina como orondas señoras de la buena sociedad victoriana que quieren deleitarse con las terribles vidas que otros pobres llevan y que tanto contrasta con sus anodinas y rutinarias existencias.
 Porque, al margen de estructuras, La tienda de antigüedades también participa de los elementos comunes a sus novelas: protagonista paupérrimo pero de inmenso corazón que triunfa finalmente pasándolas canutas a lo largo y ancho de más de mil páginas de "prosa victoriana"; villanos canallescos que provocan repulsión en todos los sentidos, físico incluido; paisajes degradados de los vómitos industriales de las grandes ciudades que contrastan con los bucólicos campos ingleses anclados en épocas anteriores a la Revolución Industrial...
  En este caso, la "prota" buena, pero buena buena hasta ser medio boba es Nell Trent, una ingenua huérfana que vive con su abuelo en la tienda de antigüedades que regenta. El malo malísimo es Quilt, un usurero (personaje típico de Dickens) que por ser es hasta enano el pobre hombre, y que lleva a la ruina al sacrificado abuelete que acaba perdiendo el juicio. ¿Consecuencias? Una niña de catorce años más tonta que comer pan con pan y un abuelo enajenado que se lanzan a mendigar por esos pueblos y ciudades de nuestra querida Reina Victoria (reina, a la sazón, del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda y emperatriz de la India), ¡la tía Vicky, vaya! Obviamente las vicisitudes de la chica y su abuelito son de órdago, pero todo lo superan con unas sonrisas cariadas y un concierto a dúo de tripas hambrientas. Ese es, grosso modo, el argumento de la novela, otro apabullante ejercicio de capacidad creativa de Dickens, porque, al ser mendigos ambulantes, recorren decenas de localidades situadas en esa región que los ingleses llaman Midlands y que el autor describe minuciosamente, localidades que no están tan lejos de donde un servidor arrastró los pies hace ya varios lustros.

miércoles, 22 de julio de 2015

Ahora leyendo: "La rebelión", por Joseph Roth.

 Es prácticamente imposible que Joseph Roth conociera la obra de Kafka, en primer lugar porque fueron coetáneos y Kafka publicó muy poco en vida; en segundo lugar porque un universo entero separaba las vidas del checo y el austriaco. Y, sin embargo, La rebelión es una novela típicamente kafkiana. Es kafkiana porque el personaje, Andreas Pum, es un pobre diablo que, sacrificando todo por su patria, por la ley y el orden acaba, por un absurdo incidente callejero, en la cárcel, donde todo se desmorona, donde se demuestra bien a las claras la injusticia de la sociedad humana, la más perversa de todas las sociedades animales.
  La farsa del juicio por el que es condenado Andreas Pum, es Kafka puro; las alucinaciones que sufre en prisión parecen sacadas de El proceso; las absurdas y babosas ambiciones por ser un ciudadano ejemplar cuando la sociedad biempensante lo relega son las mismas que las de Gregorio Samsa tenía metamorfoseado en escarabajo. 
 Joseph Roth pinta en este relato todas y cada una de las angustias existenciales del hombre moderno: incomprensión de la sociedad, alienación, brutalidad de un poder autista y totalitario, falsedad del amor y la amistad... todo ello aderezado por un estúpido sentido del deber en Andreas Pum. La rebelión condensa todas las desilusiones que un ser humano puede alcanzar a los cuarenta y cinco años de vida (cuando muere Andreas y también Roth); es, en verdad, una auténtica guía de comportamiento para entender toda la mierda que cualquier espíritu sensible e inteligente sentirá con el  devenir vital: desilusión tras desilusión. Todo falla; los padres se muestran como unos seres mezquinos y traumados, los amigos son falsos, el amor interesado, la patria una madrastra... así hasta acabar con Dios, que no soluciona nada, en su terrible autismo, Andreas le acaba espetando: "¡qué impotente es tu omnipotencia!"
   No acabo de sorprenderme de cuán desconocido es Joseph Roth para la gran mayoría de los lectores. Es, sin duda, uno de los grandes escritores del siglo XX, alguien con una capacidad de síntesis y comprensión de la miseria humana que deja al nivel del betún a viejas glorias que no son más que meros beneficiarios de estrategias de marketing editorial. ¿Cuánto tiempo ha de pasar para que todos lo reconozcan? ¿O es que Roth es demasiado claro para que la mezquina sociedad humana lo destaque?

domingo, 19 de julio de 2015

Ahora leyendo: "La tía Tula", de Unamuno.

 Obra "menor" de Unamuno, por su extensión, ayer un relato, hoy una novela breve; por su temática, muy "doméstica", menos "seria" que otras... tiene, sin embargo, todas las características que han hecho universal al escritor vasco.
  Me cuesta mucho leer a esta gente. Quiero decir a Unamuno, a Baroja, a Azorín... son... los míos. Son los que cuentan historias que he tragado de mi familia desde mi más tierna infancia. En este caso, la tía Tula podría ser perfectamente mi madre, con su estúpido sentido del deber, con la concepción religiosa de la vida ("Dios nos da lo que merecemos") y con ese afán de sacrificio en vida que lleva a cualquiera que no sea un fanático religioso como ella y toda su familia a desear que llegue cuanto antes el fin... Será por eso por lo que necesito leer a gente como Lovecraft... no me cabe duda de que Cthulhu o cualquier deidad antigua tiene un equilibrio psicológico más sano y natural que cualquiera de la familia Maruri.
 Bromas aparte (o no), La tía Tula tiene como característica principal el desarrollo psicológico que alcanzan los personajes, una constante en Unamuno. Pero lo hace siempre de forma suave, coloreando con el comportamiento con la vida cotidiana del personaje, como el hilo entreteje la tela...
   ¡Qué genio fue Miguel de Unamuno! Creo haber leído toda su narrativa y algo de su ensayística: Niebla, San Manuel, bueno, mártir, Abel Sánchez, Amor y pedagogía, Vida de Don Quijote y Sancho, Del sentimiento trágico de la vida, La agonía del cristianismo... ¡Qué ganas tengo de dejar de leerlo... y de dejar de vivirlo!

sábado, 18 de julio de 2015

De la importancia de un buen prólogo.

 Todos hemos leído prólogos buenos, interesantes, que nos atraen a continuar leyendo, esta vez la novela; plogos que nos ponen en antecedentes sobre el tema a tocar, sobre el autor, pero todo, por supuesto, sin "destripar" el argumento. Otros, por el contrario, son meros ejercicios de vanidad del prologuista, que trata, tan solo, de dejar bien claro ante todo el mundo su erudición y su hondo saber, nunca mejor llamados, esos sabihondos solo consiguien aburrir cuando no desentrañar la novela, que había de permanecer virgen hasta su lectura. Aun hay otro tipo de prologuista: el perezoso o el empleado editorial (poco más que un chupatintas) que solo va a copiar, en algunos casos literalmente, el primer párrafo del texto y cree haber cumplido así.
Imagen tomada del sitio rtve.es
  Del primer tipo de prólogo, el deseable, está el de Manuel Hidalgo en la edición que de La tía Tula de Unamuno hace el Grupo Planeta en su colección "Las mejores novelas del siglo XX". Es un prefacio sentido, profundo y excitante en su mejor sentido, pues tras leerlo apetece más que nunca meterse en la obra unamuniana. Profundiza en el autor vasco lo justo para esta novela breve, no trata de ser un texto erudito sino divulgador, da una interpretación moderna y a la vez atemporal de una narración llena de lecturas psicológicas como suele ser habitual en Unamuno. Un prólogo que prepara (en todos los sentidos, en el de los conocimientos y en el de orientación interpretativa) para la lectura. Sin duda alcanza un equilibrio entre la preparación para comprender la lectura sin deconstruir (como se diría hoy) el relato; no es tan perverso como esas sesudas críticas literarias que diseccionan la rosa para comprenderla en su totalidad sin llegar a entender la belleza que se consigue con su mera contemplación. Un gran prólogo este de Manuel Hidalgo, se echa de menos a menudo esta calidad. 

viernes, 17 de julio de 2015

Ahora leyendo: "Grimscribe", por Thomas Ligotti.

 ¿Qun es Grimscribe? ¿Quién es el escriba de lo macabro? ¿El propio Ligotti? Eso no queda respondido en el texto, pero se puede aventurar que sí. El bueno de Thomas Ligotti es un tipo de sesenta tacos a medio camino entre Lovecraft y Stephen King (eso sí, dicho con respeto, con menos talento que los dos), aunque también tiene, por supuesto, características propias, que son un cierto apego por todo lo depresivo, lo oscuro, sea o no sobrenatural. Es el segundo tomo de este autor que leo (el otro fue Noctuario, también editado por Valdemar) y sigo pensando que es un escritor sombrío más que de terror. Entraría perfectamente en ese cajón de sastre que se han inventado en Estados Unidos y que llaman "literatura gótica".
  Son relatos narrados en primera persona en la que el protagonista investiga fenómenos sobrenaturales, extraños y oscuros. El propio investigador es extraño y oscuro... pero mucho, mucho. 
 Partiendo de la suposición de que el escriba de lo macabro es Ligotti, organiza sus relatos en cinco voces: la del maldito, la del demonio, la del soñador, la del niño y la de nuestro nombre; todas esas voces son, obviamente, nuestras, en el prólogo se avisa: "pero incluso aunque no pueda saber su nombre, siempre he conocido su voz. Eso es algo que él no puede disfrazar, a pesar de que suene a muchas voces distintas. Reconozco su voz cuando lo escucho hablar, porque siempre habla de terribles secretos. Habla de los misterios y encuentros más grotescos, a veces con desesperación, a veces con deleite y, a veces, con una voz imposible de describir." Es muy esclarecedor.
   La referencia a Lovecraft y King que hacía antes se justifica por el tipo de personaje que investiga y narra sus descubrimientos (una constante en la obra de Stephen King) y, en cuanto al "solitario de Providence" más habría que referirse al Círculo de Lovecraft, pues el primer relato de este tomo, La última fiesta de Arlequín, está clarísimamente ambientado en ese mundo llamado De Vermis Mysterii, que es en realidad un conjunto de narraciones en las que participa Lovecraft, pero está firmado por Robert Bloch. De Vermis Mysterii se convertirá en un grimorio que los propios Bloch y Lovecraft citarán en otros relatos, al igual que ha pasado, pasa y pasará con otro grimorio ficticio: el Necronomicón.

jueves, 16 de julio de 2015

"Café Budapest", por Alfonso Zapico.

 España es, ciertamente, un país privilegiado en cuanto a historietistas, pasados y presentes; tenemos la vieja guardia del tebeo como Francisco Ibañez (Mortadelo y Filemón), Manolo Vázquez (Anacleto, las hermanas Gilda) o Josep Escobar (Zipi y Zape); los ya plenamente de cómic o novela gráfica, de temática adulta, como Carlos Giménez (Paracuellos, Barrio) o Víctor de la Fuente (Haxtur); para concluir con autores actualmente en producción de la categoría de Paco Roca (Arrugas, El invierno del dibujante) o Antonio Altarriba (El arte de volar, Yo, asesino)... Todos esos sin olvidar, claro, aquellos que se han dedicado al humor gráfico y que todos tenemos en mente: Mingote, Forges, El Roto... la creme de la creme del cómic mundial. Pues bien, el recambio está asegurado con gente tan talentosa como Alfonso Zapico, con poco más de treinta años pero ya plenamente consagrado.
  En Zapico se juntan el dibujante y el guionista, ambos de gran calidad. En cuanto al dibujante, a mí me recuerda a Joann Sfar, aunque abunda más en el detalle que el francés; en cuanto al guionista, los temas son los propios de la actual novela gráfica: tramas adultas bien engranado en historia reciente (del siglo XX, al menos). Según parece ha sido muy reconocido en Francia, meca junto con Bélgica del cómic europeo, aquí también recibió premios.
  Café Budapest pone en relación la vida de un joven violinista judío húngaro superviviente de Auschwitz con la inestable situación política y social del nacimiento de Israel y la siguiente Guerra árabe-israelí; un combinado a priori muy prometedor. Pero además lo hace con una gran dosis de humanidad, aquella que hoy nos parece imprescindible: la de la intrahistoria que diría Unamuno, es decir la historia con mayúsculas contada a través de las aparentemente insignificantes vidas de la gente normal y corriente, nada de los patrioterismos propagandísticos en que cayó el cómic de finales de los cuarenta y primeros cincuenta como Hazañas bélicas (por cierto, también español, creado por el historietista Boixcar); Café Budapest nos lleva a la única conclusión posible si queremos convivir en paz: que no importan las diferencias, que aquí cabemos todos.

viernes, 10 de julio de 2015

Ahora leyendo: "El grillo del hogar", por Charles Dickens.

 De nuevo la época victoriana, de nuevo Dickens; todo lo mil veces dicho, diez mil veces escrito vuelve a resonar: prosa lenta, cuidada, muy adjetivada, describiendo cada simple detalle hasta la extenuación... y en la temática, la lucha de clases, la extrema desigualdad de aquella sociedad, los paupérrimos héroes capaces de insólitas gestas... Todo igual que siempre, como reza la publicidad moderna: "probablemente" la mejor literatura que nunca se hizo.
  La edición que tengo, como se puede ver en el escaneado anterior, es una muy económica de Austral, del año 2003, una de esas colecciones que la gente compra con afán de enriquecer su pobretona librería pero que nunca acaban por leer. Yo la compré en una librería de lance al irrisorio precio de dos euros, así que, barata edición pero aprovechada al fin y al cabo. La traducción es de Manuel Ortega y Gasset, hermano del filósofo, y, parece ser, prestigioso traductor de obras de Dickens y Thackeray entre otros, sin embargo me ha matado cuando, en el cuarto párrafo traduce un imperativo por un "Dejarme* contar el caso tal como ocurrió" en lugar del preceptivo "dejadme". En cualquier caso fue un reputado traductor y, prueba de ello, la nota necrológica que el diario ABC publicó en su óbito: "Confortado con los santos sacramentos ha fallecido en Madrid don Manuel Ortega y Gasset, ingeniero de Minas. El señor Ortega y Gasset era un competente profesional, un ejemplar caballero español y un hombre de amplia cultura..." y, si el ABC dice que era un "competente profesional" pues amén y después gloria... no tiene desperdicio lo de ser un "ejemplar caballero español". En fin, que todo el mundo es bueno.
  Al margen de la traducción, la temática de esta breve novela está en la inmortal línea de Dickens: el protagonista principal, Caleb, es un honrado y paupérrimo trabajador, presa de toda desdicha (extrema pobreza, padre de una hija ciega, destinatario de todo tipo de desventuras...) que, animoso y alegre, miente a su hija sobre la belleza que los rodea y la magnanimidad de su empleador, Tackleton, quien, en verdad, es un avaro a imagen del señor Scrooge de "Cuento de Navidad".
 Como antes dije, el estilo literario es profuso en adjetivos y lento como pocos, tanto que su lectura requiere un estado anímico calmo y de concentración que difícilmente encontramos en nuestros días. ¡Que Dickens no es para leerlo en el autobús, vaya! Como ejemplo, el primer capítulo no es sino una detalladísima competición entre el silbo de un puchero al fuego y el canto de un grillo en su jaula (capítulo que da nombre a la obra), ese capítulo, un buen puñado de hojas, es tan minucioso en la descripción que, sin duda, echa atrás la determinación de leer de muchos no acostumbrados a la "densidad" de Dickens. 

sábado, 4 de julio de 2015

Ahora leyendo: "Zothique, el último continente", por Clark Ashton Smith.

 Otra novela de la Colección Gótica de Valdemar, esta vez es una reedición (tengo que decir que el antiguo formato de dicha colección me gustaba más, era más cercano al libro de bolsillo que, aunque más humilde, facilita a los que, como yo, tratamos de leer allá donde vayamos): Zothique, por Clark Ashton Smith, un amigo y discípulo de Lovecraft aunque, en mi opinión, no tan aventajado como el maestro.
   Zothique es un continente perdido de un planeta Tierra irreconocible, en él tienen lugar peripecias fantásticas en un ámbito no tan terrorífico como en los relatos de Lovecraft; de hecho, los tres relatos que he leído de Zothique me han parecido un pelín blandos, más pensados para lectores jóvenes que para adultos. Nada que ver, obviamente, con las creaciones lovecraftianas.
 Ashton Smith formó, pues, parte de esa pléyade de escritores que, obnubilados por el vasto mundo que esbozaba Lovecraft en las famosas revistas "pulp", recrearon lo que tenían en mente. Participó en Los mitos de Cthulhu y fue considerado parte de una supuesta tríada genial con el de Providence y Robert E. Howard. Ya hablé de Howard, fue el tejano que se saltó la tapa de los sesos a los treinta años, un creador de personajes de ficción inolvidables, que han sido un verdadero filón para otros escritores y guionistas cinematográficos, entre ellos Conan el Bárbaro y Solomon Kane. Pero, al menos en mi opinión, tanto Howard como Ashton Smith tienen una prosa más pobretona que Lovecraft, sus relatos son más previsibles y no utilizan los recursos estilísticos de los que este era maestro.
  Zothique me parece un conjunto de relatos correcto, medianamente interesante, pero echo en falta algo más de mordiente. 

"yo, asesino", por Antonio Altarriba y Keko.

 Probablemente el mejor guionista de cómic español de nuestros días, Antonio Altarriba, presta su negra historia a Keko, un ilustrador experto en el blanco y negro y el oscurantismo... ¡vaya, que esto no es, precisamente, Tintín!
   Altarriba fantasea con un argumento tan antiguo como la humanidad: el asesinato cometido sin pasión, sin interés, solo por el "placer de matar". Porque parece que los homicidios pasionales o interesados son muy animalescos, igual que un león mata a otro para usurpar su puesto en la manada, por ejemplo, así el ser humano se mata desde tiempos inmemoriales, parece que no es, por tanto, nada que se salga de la norma evolutiva; sin embargo, el asesinato aparentemente sin sentido, en el que no hay relación entre víctima y verdugo (algo que, pocas veces, pero ha ocurrido) es exclusivamente humano.
  El cómic es doblemente desasosegante pues el personaje, Enrique Rodríguez, tiene, gracias a Keko, el físico de Altarriba y también, al menos en parte, oficio semejante a su autor como catedrático en la Universidad del País Vasco, con lo que, a partir de ahora no podré dejar de sentir cierto escalofrío cuando lo vea en alguna feria del libro o charla literaria...
 Esta novela gráfica fue honrada en Francia con el Gran Premio de la crítica ACDB de 2015. Sin duda su originalidad permite vislumbrar nuevos horizontes para el cómic de adultos; precisamente Altarriba es el autor de otro del que ya hablé aquí: El arte de volar, una historia gris (en el sentido de apegado a lo terrenal) que llega a ser  angustioso por la verosimilitud que tiene con la vida real.

miércoles, 1 de julio de 2015

Ahora leyendo: "El profeta mudo", por Joseph Roth.

 De nuevo Roth, de nuevo una historia de perdedores del período de entreguerras en aquel país finiquitado llamado Austria-Hungría.
  Las novelas buenas tienen argumentos que enganchan y apasionan; personajes redondos con muchos matices; y situaciones verosímiles. Todo eso lo tienen la mayor parte de los relatos de Roth, pero, además, algunos son verdaderos frescos de la situación política y socioeconómica de períodos concretos de la historia de este continente.
 Hablando de la faceta literaria de ser testigo de las peripecias humanas, me viene a la memoria una trilogía de novelas que marcó mi juventud y que, en mi opinión, no ha recibido en nuestro país la justa atención que merece. Hablo de Los gozos y las sombras de Torrente Ballester, un detallado retrato de las circunstancias sociales, políticas y económicas que acabarían llevando a nuestra tierra a la Guerra Civil: una sociedad cuasi feudal que desaparecía (encarnada en el boticario, doña Mariana y en el personaje principal, Carlos Deza), otra con tintes fascistoides que acabaría por gobernar cuarenta años (representada por Cayetano Salgado), la contraria que se debatía entre el comunismo y el anarquismo (principalmente, Aldán y sus adláteres). La trilogía de Torrente Ballester es, por sí sola, una lección de historia.
  Análogamente, los personajes de El profeta mudo se debaten, en una convulsa época para Europa central, entre el comunismo más visceral, el nacionalismo descarnado y la arrolladora llegada de los fascismos. Es, como algún historiador denominó al siglo XX, la "era de las ideologías". En ese contexto siempre queda algún personaje más escéptico, descreído de cualquier pasión humana, que habitualmente puede ser identificado con el autor y con el que muchos lectores (al menos el que esto escribe) simpatizan fácilmente.

Sobre la presunta inferioridad literaria de la ciencia ficción.

 También en el ámbito cultural, la independencia de criterio diferencia al sabio que marca su propio camino del papanatas que solo quiere formar parte del rebaño, ser uno más y recibir la mísera escudilla con bazofia al final del día. En literatura, bien es sabido, también existe la famosa "casta" de la que tanto se habla estos días, es decir, gente biempensante que reparte carnés de creador literario serio. Tal canalla se suele esconder en mullidos sillones de reales academias, pero también bajo más humildes cátedras y "titulillos" varios (vanitas vanitatis et omnia vanitas), eso sí, su pomposidad y afectación es común. Así, uno de los subgéneros que desde siempre sufrió el sambenito de "literatura de segunda" fue la ciencia ficción. Bien, no soy un erudito en la materia, pero sí tengo conocimientos necesarios como para afirmar (como era de esperar, por otra parte) que en la ciencia ficción hay literatura tan excelente como aquella que puebla justamente el Parnaso de los grandes, pero también hay verdadera basura, tengo el honor y la desgracia, respectivamente, de haber catado ambos. Además en defensa de la ciencia ficción, diré que en muchas ocasiones, esta ha sido un recurso utilizado para decir cosas que de otra manera nunca se hubiera podido decir, especialmente en situaciones históricas de falta de libertad; el hecho, precisamente de que la ciencia ficción sea poco apreciada hace que el censor no se cebe en ella. Hace poco leí un prólogo escrito por Úrsula K. Le Guin, gran representante moderna de este subgénero pero que también cultiva la poesía y la narrativa infantil. Lo que la autora ponía en negro sobre blanco me parece lo suficientemente conciso y apropiado como para ponerlo a continuación:

 La ciencia ficción se presta a subvertir cualquier statu quo mediante la imaginación. Burócratas y políticos, que no pueden permitirse cultivar la imaginación, tienden a asumir que todo son pistolas de rayos y tonterías graciosas para los críos.

                                     Úrsula K. Le Guin