De nuevo la época victoriana, de nuevo Dickens; todo lo mil veces dicho, diez mil veces escrito vuelve a resonar: prosa lenta, cuidada, muy adjetivada, describiendo cada simple detalle hasta la extenuación... y en la temática, la lucha de clases, la extrema desigualdad de aquella sociedad, los paupérrimos héroes capaces de insólitas gestas... Todo igual que siempre, como reza la publicidad moderna: "probablemente" la mejor literatura que nunca se hizo.
La edición que tengo, como se puede ver en el escaneado anterior, es una muy económica de Austral, del año 2003, una de esas colecciones que la gente compra con afán de enriquecer su pobretona librería pero que nunca acaban por leer. Yo la compré en una librería de lance al irrisorio precio de dos euros, así que, barata edición pero aprovechada al fin y al cabo. La traducción es de Manuel Ortega y Gasset, hermano del filósofo, y, parece ser, prestigioso traductor de obras de Dickens y Thackeray entre otros, sin embargo me ha matado cuando, en el cuarto párrafo traduce un imperativo por un "Dejarme* contar el caso tal como ocurrió" en lugar del preceptivo "dejadme". En cualquier caso fue un reputado traductor y, prueba de ello, la nota necrológica que el diario ABC publicó en su óbito: "Confortado con los santos sacramentos ha fallecido en Madrid don Manuel Ortega y Gasset, ingeniero de Minas. El señor Ortega y Gasset era un competente profesional, un ejemplar caballero español y un hombre de amplia cultura..." y, si el ABC dice que era un "competente profesional" pues amén y después gloria... no tiene desperdicio lo de ser un "ejemplar caballero español". En fin, que todo el mundo es bueno.
Al margen de la traducción, la temática de esta breve novela está en la inmortal línea de Dickens: el protagonista principal, Caleb, es un honrado y paupérrimo trabajador, presa de toda desdicha (extrema pobreza, padre de una hija ciega, destinatario de todo tipo de desventuras...) que, animoso y alegre, miente a su hija sobre la belleza que los rodea y la magnanimidad de su empleador, Tackleton, quien, en verdad, es un avaro a imagen del señor Scrooge de "Cuento de Navidad".
Como antes dije, el estilo literario es profuso en adjetivos y lento como pocos, tanto que su lectura requiere un estado anímico calmo y de concentración que difícilmente encontramos en nuestros días. ¡Que Dickens no es para leerlo en el autobús, vaya! Como ejemplo, el primer capítulo no es sino una detalladísima competición entre el silbo de un puchero al fuego y el canto de un grillo en su jaula (capítulo que da nombre a la obra), ese capítulo, un buen puñado de hojas, es tan minucioso en la descripción que, sin duda, echa atrás la determinación de leer de muchos no acostumbrados a la "densidad" de Dickens.
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