viernes, 17 de mayo de 2013

Fragmento del cuarto capítulo de mi novela:"Dulce et decorum est pro patria mori"

IV WILLIAM

- ¡Vamos inútiles, moved el culo! ¡Terminad de una vez!
¡Cómo me duele la espalda! Ya no tengo edad para acarrear sacos durante más de diez horas. No puedo más.
- ¡Tú! ¿Qué pasa, no quieres seguir trabajando?
- Un momento, capataz, me duele mucho la espalda...
- ¡Pobrecito! ¿Habéis oído? A este pobre le duele la espalda... ¿Llamamos a tu mamá? ¡Ponte en pie inmediatamente y sigue descargando o te muelo a palos!
- No... no puedo más...
- ¡Sigue trabajando o lárgate! ¿Quién te crees que eres?
- Está bien, me voy... págueme lo que me debe.
- ¡Esta sí que es buena! ¿Que te pague, encima? ¡Fuera de mi vista, no vuelvas nunca por aquí, eres la escoria de todo Londres, desaparece!
- He trabajado toda la semana, hoy casi seis horas... merezco mi salario.
- ¡Fuera de aquí, perro andrajoso! La gentuza como tú tenía que desaparecer de la faz de la tierra... No verás ni un penique, vete antes de que suelte a los perros.
- ¡Explotador, hijo de puta!
- ¡Fuera, chusma, no vales para nada!
- ¡Eso, vete llorando, “mediohombre”, no eres capaz ni de ganar un jornal! 

¡Mierda de vida, qué asco de gente! Me voy, no quiero saber nada de ellos... ¡Dios, tan difícil es que uno pueda ganar algún dinero para poder sobrevivir! No quiero nada más, solo que me respeten como yo respeto a los otros...
No, no era fácil para William ganarse la vida. Su baja capacitación profesional le llevaba a trabajos subalternos, mal pagados y mal considerados, pero su sensibilidad no estaba hecha para eso... con alma de poeta tenía que ganarse la vida como estibador de muelle.
No lograba encontrar acomodo en Londres, como tampoco lo había conseguido en su ciudad natal, Cardiff. Todo lo sentía, todo le dolía, lo que le hacían a él y lo que veía que hacían a los otros. Era un hombre sin maldad en un mundo de malvados, de amargados, de tipos duros; un mundo en el que los hombres no lloran, y él, siendo un hombre, no tenía miedo a llorar. Tenía que poner cara de duro, de insensible, como si a él no le afectara nada; sus “amigos” eran simples truhanes, embrutecidos prostibularios que se alienaban con el alcohol barato, gente sin alma, meros animales con forma humana. Él, sin embargo, necesitaba del contacto humano, buscaba ese guiño de entendimiento, de complicidad, pero solo encontraba muecas de borracho.
No consigo mantener un trabajo, pero ¿qué culpa tengo yo? No estoy hecho para estas labores, si no puedo, no puedo... Voy a tomar una pinta.
William tenía una clara tendencia a huir de los problemas con el alcohol, aunque a la vez lo temía, había visto demasiadas veces borracho a su padre como para anularse completamente con la cerveza.
Entró en un pub cercano a los muelles. Los parroquianos eran obreros en traje de faena, quizá la única que tenían, que bebían para embrutecerse y perder el miedo a la miserable existencia que arrastraban; todos eran hombres jóvenes, menores de cuarenta años, pero por sus ajados aspectos y cansados ademanes parecían más de sesenta.
- ¡Una pinta Joe!
- Marchando... ¿qué tal el trabajo? Has salido pronto hoy...
- Me han echado... ese fascista de Moore... así se muera...