viernes, 24 de abril de 2020

"Misericordia", de Benito Pérez Galdós.

 De mi juventud tardía recuerdo haber leído con verdadera delectación Fortunata y Jacinta, que me embelesó, no sólo por su trama perfectamente urdida, por los personajes redondos y arquetípicos o por la extraordinaria descripción de la ciudad en que nací y crecí, sino también porque los modismos y giros populares de los personajes que tanto me recordaban a los de mis difuntos abuelos. El habla popular madrileña está reflejada con una verosimilitud cuasi notarial por el canario, con el doble nivel de Fortunata (clase trabajadora) y Jacinta (clase acomodada) como bandera más evidente de la trama. Ya comenté que el propio Valle-Inclán (amigo íntimo de Galdós) le llamaba "Benito el garbancero" por la fidelidad con la que retrataba las clases más humildes de la capital. Años después, rendido a la genialidad de Galdós, traté de disfrutar de los Episodios nacionales, pero no sé si fue mi situación personal del momento o la narración de grandes actos políticos o bélicos, lo cierto es que no conseguí conectar como lo había hecho con la primera novela citada. Así que, retomando el madrileñismo, me he lanzado a:
  Porque en Galdós encuentro el punto intermedio perfecto entre descripción y narración. Otros muchos grandes escritores se orientan hacia una u otra técnica, pero el canario es capaz de narrar una trama con una perfección extraordinaria y, a la vez, describir lugares y personajes con verdadera maestría. Qué duda cabe de que es uno de los más grandes, no ya de la literatura en castellano, sino de la literatura universal de todos los tiempos.
 Misericordia narra las miserias, valga la redundancia, de un Madrid paupérrimo, con personajes vestidos en harapos que malviven de la caridad de la sociedad biempensante que da limosna con la nariz tapada. De nuevo, los personajes están tan bien detallados que uno los puede casi palpar; entre ellos, la "señá" Benina, criada de esa buena sociedad y mendiga o Almudena, ciego judío de origen marroquí, también mendicante que a falta de todo lo material tiene un corazón a prueba de bombas. El medio físico de la novela es el Madrid más castizo: el Hospital de la Misericordia, que estaba junto a las Descalzas Reales; la Iglesia de San Sebastián, en plena calle Atocha; o la Cava Baja y el Puente de Segovia.
 Es un cuadro perfecto que quizá no sea fácil de digerir, habida cuenta de la dureza de vida en la que se mueven los personajes y que, con nuestras comodidades actuales nos parece inaceptable. En todo caso, Galdós no sólo levanta acta como un fiel notario, también se decanta por esta parte "desafortunada" de la sociedad, hay un juicio a una España periclitada que sólo recibe limosnas cargadas de paternalismo de otros que, en muchos casos, tienen la conciencia más sucia que aquéllos de los que se compadecen.
 Los sesudos críticos literarios incluyen Misericordia en el llamado "Espiritualismo literario"; en esta supuesta corriente estética, el escritor rechaza las consecuciones de la sociedad burguesa materialista en favor de una vuelta a los valores espirituales cristianos que debían ser, creían ellos, la guía principal y última de toda vida humana. Esta corriente, claro está, surge en Rusia, con autores tan moralistas como Tolstoy o Dostoievski; si en el caso de los rusos los caracteres son eminentemente eslavos en su comportamiento y pensamiento, en Galdós son puramente españoles, para bien o para mal, con nuestros supuestos vicios y nuestras presuntas virtudes.
 Una novela, en definitiva, para leer con tranquilidad y sosiego, para disfrutar de las maravillosas descripciones de Galdós con sus frases perfectas como pocos son capaces de crear.