viernes, 7 de agosto de 2015

Ahora leyendo: "Novela de ajedrez", por Stefan Zweig.

 La última obra de Zweig. Después, probablemente desesperado ante el hasta entonces imparable avance nazi en Europa y norte de África, se quitó la vida junto con su mujer en Petrópolis -Brasil- donde se habían refugiado de la barbarie nacionalsocialista.
  El ajedrez -y el ajedrecista que es inicialmente presentado- es una mera excusa para presentar a otro personaje que no llega a ser nombrado y que relata el trato degradante que sufre por los nazis, en buena medida podría ser un alter ego de Zweig. 
 En realidad, las barrabasadas que cuenta ese personaje son menores comparadas con el exterminio en masa previa tortura de millones de individuos en los campos de concentración, se limitaban a tortura psicológica en la habitación de un hotel de lujo, peccata minuta verdaderamente. Sin embargo, Zweig acerca "el ascua a su sardina" sacando a la luz otra maldad de los nazis: el odio al antiguo régimen del Imperio Austrohúngaro, al cual, probablemente, considerarían un régimen degenerado (ellos, que demostraron ser los más degenerados de la Historia).
    Tanto Zweig como Joseph Roth fueron unos burgueses amantes de la tradición social en tanto en cuanto dicha tradición les aseguraban vidas cómodas y seguras, eran, por tanto, conservadores típicos. En Novela de ajedrez Zweig apunta como motivo del odio de los nazis algo que no siempre se ha tenido en cuenta: el resentimiento. Los nazis se sentían víctimas de casi todos: de los judíos que les robaban el dinero, de los burgueses blandos que no luchaban lo suficiente, de franceses y británicos que empobrecían su país, de los comunistas internacionalistas que no eran suficientemente patriotas... Es muy improbable que hubiese surgido el movimiento nacionalsocialista sin la derrota en la Gran Guerra, las humillantes condiciones impuestas por los vencedores y la demoledora crisis económica que sufrió Alemania en los años 20 con una hiperinflación que empobrecía a los ciudadanos a ojos vista. Sí, con todo ese resentimiento reaccionaron de forma virulenta y brutal engendrando ese monstruo ominoso que conocemos como el Tercer Reich. Zweig lo narra de forma sencilla y clara en una novela breve (o relato realmente, su forma favorita) que tiene un punto más moderno que las anteriores, más centradas en la pérdida que supuso para él la desaparición del viejo Imperio.

Dickens.

 ¿Y cómo acaba La tienda de antigüedades? Pues como es natural en Charles Dickens: con emociones a raudales (y un pelín de sensiblería). En verdad, una vez que se ha leído varias novelas suyas, es un poco previsible, lo cual, obviamente, no resta un ápice de calidad literaria a la novela. Yo creo que leer a Dickens es más un ejercicio de memoria estilística que de lectura de historias que nos emocionen, al menos eso me ocurre a mí. Su prosa es redonda, muy adjetivada, muy lenta, pero no resulta cansada de leer, es, creo que ya lo dije anteriormente, como volver a leer una suerte de "catecismo literario" conocido de memoria desde la primera juventud.
  En los temas, ¡Ay, mi querido Carlos! Es mucho más sencillo... comercialmente sencillo. Dickens fue un escritor profesional, ¡vaya tonterías que escribo! ¡Pues no tanto, había, en su época, muchos que escribían por puro adorno intelectual! La "petarda" de George Eliot, por ejemplo, no ganó una simple libra esterlina con sus soporíferas novelas de alta sociedad. Nuestro amigo Carlos, por el contrario, se propuso vivir de lo que escribía. Esto conllevaba someterse (entonces y ahora, claro) a la dictadura de lo comercial, que en su época implicaba publicar en semanarios que la clase media alta británica leía más por pose social que por verdadero afán de conocimientos (en tiempo de mis abuelos se hacía burla de las indolentes señoronas y sus insulsas vidas hueras parodiando sus ajetreados días: "que liada estoy, tengo que peinar al gato, leer el Blanco y negro..."). Pues en el homólogo inglés de ese suplemento otrora del diario ABC, el Blanco y negro (vamos a llamarle el Black and White), publicaba Dickens. No se me ocurre peor servidumbre para la creatividad que trocear en capítulos de concreta longitud cualquier obra literaria que, como todos saben, exige su propia estructura; pero además, "para más INRI" como hubiera dicho un castizo de hace un par de generaciones, se veía obligado a realzar los últimos párrafos de ese capítulo, aumentar el suspense, vaya. Si el bueno de don Carlos cobraba no por obra completa sino por capítulo publicado, cabe suponer que (¡Ah, enorme afrenta de la naturaleza!) el autor quisiera comer y pagar un alquiler todas las semanas, con lo cual tenía que alargar indefinidamente (y en algunos casos, artificialmente) la novela con fines meramente pecuniarios, ¿disminuía algo en eso la calidad de la misma? En mi opinión, rotundamente, sí.
 En La tienda de antigüedades no es tan palpable, pero en la obra más reconocida de Dickens, Oliver Twist, sí que es patente que sobran muchos capítulos, ¡que hay mucha morralla, vamos! Sé que afirmar esto parece pretencioso por mi parte, toda vez que Dickens está en lo más alto del parnaso literario, pero sigo opinando que muchos de aquellos que defienden a capa y espada a un autor son los que no han leído una sola página suya, y que, por contra, la única forma de admirar a un literato es leer de forma crítica su obra.