viernes, 7 de agosto de 2015

Dickens.

 ¿Y cómo acaba La tienda de antigüedades? Pues como es natural en Charles Dickens: con emociones a raudales (y un pelín de sensiblería). En verdad, una vez que se ha leído varias novelas suyas, es un poco previsible, lo cual, obviamente, no resta un ápice de calidad literaria a la novela. Yo creo que leer a Dickens es más un ejercicio de memoria estilística que de lectura de historias que nos emocionen, al menos eso me ocurre a mí. Su prosa es redonda, muy adjetivada, muy lenta, pero no resulta cansada de leer, es, creo que ya lo dije anteriormente, como volver a leer una suerte de "catecismo literario" conocido de memoria desde la primera juventud.
  En los temas, ¡Ay, mi querido Carlos! Es mucho más sencillo... comercialmente sencillo. Dickens fue un escritor profesional, ¡vaya tonterías que escribo! ¡Pues no tanto, había, en su época, muchos que escribían por puro adorno intelectual! La "petarda" de George Eliot, por ejemplo, no ganó una simple libra esterlina con sus soporíferas novelas de alta sociedad. Nuestro amigo Carlos, por el contrario, se propuso vivir de lo que escribía. Esto conllevaba someterse (entonces y ahora, claro) a la dictadura de lo comercial, que en su época implicaba publicar en semanarios que la clase media alta británica leía más por pose social que por verdadero afán de conocimientos (en tiempo de mis abuelos se hacía burla de las indolentes señoronas y sus insulsas vidas hueras parodiando sus ajetreados días: "que liada estoy, tengo que peinar al gato, leer el Blanco y negro..."). Pues en el homólogo inglés de ese suplemento otrora del diario ABC, el Blanco y negro (vamos a llamarle el Black and White), publicaba Dickens. No se me ocurre peor servidumbre para la creatividad que trocear en capítulos de concreta longitud cualquier obra literaria que, como todos saben, exige su propia estructura; pero además, "para más INRI" como hubiera dicho un castizo de hace un par de generaciones, se veía obligado a realzar los últimos párrafos de ese capítulo, aumentar el suspense, vaya. Si el bueno de don Carlos cobraba no por obra completa sino por capítulo publicado, cabe suponer que (¡Ah, enorme afrenta de la naturaleza!) el autor quisiera comer y pagar un alquiler todas las semanas, con lo cual tenía que alargar indefinidamente (y en algunos casos, artificialmente) la novela con fines meramente pecuniarios, ¿disminuía algo en eso la calidad de la misma? En mi opinión, rotundamente, sí.
 En La tienda de antigüedades no es tan palpable, pero en la obra más reconocida de Dickens, Oliver Twist, sí que es patente que sobran muchos capítulos, ¡que hay mucha morralla, vamos! Sé que afirmar esto parece pretencioso por mi parte, toda vez que Dickens está en lo más alto del parnaso literario, pero sigo opinando que muchos de aquellos que defienden a capa y espada a un autor son los que no han leído una sola página suya, y que, por contra, la única forma de admirar a un literato es leer de forma crítica su obra.

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