miércoles, 18 de noviembre de 2015

Ahora leyendo: "La gran caída", por Peter Handke.

 ¡Por qué diablos leo a Peter Handke! Estaba revisando en mi biblioteca después de acabar La gran caída y resulta que he leído cuatro novelas más de este tipo, a saber: La mujer zurda, Desgracia impeorable, El momento de la sensación verdadera y El miedo del portero ante el penalty, además de un poemario titulado Vivir sin poesía. No sé que me atrae de este escritor, pues cuando acabo sus novelas siempre me queda una sensación de vacío, de incomprensión.
  La gran caída es la narración de un día en la vida de un tipo; apenas se dice nada de él, que es actor, que tiene un hijo con el que casi no se trata, que mantiene una relación de pareja un tanto atípica... en realidad no pasa nada en las ciento ochenta páginas del libro. De hecho uno espera llegar a esa famosa "gran caída" que se preconiza varias veces para quedar insatisfecho una vez más... no, al final tampoco pasa nada... 
 Peter Handke pasa por ser uno de los escritores actuales más importantes en la lengua de Goethe. Austriaco de nacimiento, saltó a los titulares de la prensa internacional cuando condenó los bombardeos de la OTAN sobre Serbia, es decir, cuando se opuso a lo políticamente correcto en el continente. Algunos le acusaron entonces de defender a Slobodan Milosevic, y otros recordaban que por línea materna tenía orígenes eslovenos (algo no infrecuente en Carintia, la región austríaca fronteriza con ese país). Sea como fuere, la anécdota reforzó su posición de intelectual en la Europa de los mercaderes y grandes corporaciones en la que nos ha tocado vivir.
   Pero, en mi opinión, Handke es un escritor mediocre. Se ha querido ver en él la personificación de la posmodernidad, los males de la sociedad moderna: incomprensión, alienación o soledad, pero, desde luego, es todo tan sutil que pasa desapercibido. Opino que una literatura tan importante a nivel europeo y mundial como la de habla alemana necesita tener una gran figura en el candelero permanentemente y, tal vez, a falta de mejores nombres salta el de Peter Handke; desde luego nada que ver con los Heinrich Böll, Günter Grass, o, por supuesto, con Thomas Mann.

"El convoy", por Denis Lapière y Eduard Torrents.

 Sigo pensando que hay millones de historias tremendas e interesantes relacionadas con la Guerra Civil española y la posguerra, especialmente aquellas relacionadas con el exilio o el maquis, que fueron ninguneadas por el franquismo pero también por sus actuales herederos políticos. Dichas historias pueden ponerse en el formato que se quiera: novelas, poemas o cómics; este último es el caso de El convoy, dibujado por Eduard Torrents con un guión de Denis Lapière aunque basado en hechos reales de familiares de Torrents.
  Se trata de una joven familia barcelonesa que se ve abocada al exilio en las postrimerías de la Guerra Civil. Las autoridades francesas de aquel vergonzante Régimen de Vichy del mariscal Pétain (uno de los canallas más impresentables del colaboracionismo con los nazis) concentraron a los republicanos españoles en campos en la playa para luego, al menos a los varones, entregarlos a los alemanes que los deportaron a su vez al campo de exterminio de Mauthausen. Parece que fueron cerca del millar los españoles que fueron enviados y casi todos perecieron. Torrents y Lapiére meten a sus personajes en aquellas terribles vicisitudes y nos los presentan en 1975, con la muerte de Franco como paisaje temporal; esta vez es la hija de aquella pareja que hubo de salir de España, Lita, que, ya adulta, rememora aquellos nefastos años cuando se entera de que su padre no murió en Mauthausen sino que sobrevivió reside en Barcelona y se ve en furtivos encuentros con su madre.
  El guión es bastante bueno, por la verosimilitud histórica y, a la vez, la particularidad de esta familia concreta; con todo, en mi humilde opinión, le falta mordiente, aun narrando hechos tan tremendos no ha conseguido engancharme como debiera (y a mí este tema siempre me atrajo, como lector y como escritor). Los dibujos de Torrents, por otro lado, son excelentes, muy clásicos, esos llamados de "línea clara" pero con una calidad y una originalidad altísimas; destacaré aquí el realismo de edificios históricos, calles y vehículos. Un gran cómic, por tanto, que ayuda a que entendamos un poco mejor aquellos años oscuros de nuestra historia.