jueves, 3 de septiembre de 2015

John Kenn (http://johnkenn.blogspot.com.es/)


Ahora leyendo: "La leyenda de Sleepy Hollow y otros cuentos de fantasmas", por Washington Irving.

 Otra recopilación, en este caso de la editorial Valdemar, en mi opinión, la mejor forma de acercarse a cualquier autor para poder romper tópicos sin introducirse de lleno en el corpus de su obra.
  Esta antología, en concreto, repasa la producción narrativa de Irving centrándose en aquellos relatos con gusto por lo sobrenatural, lo anómalo, lo oscuro... algo, bien es sabido, del gusto de los escritores románticos, aquel movimiento literario que se dió entre los siglos XVIII y XIX, del cual, para mí al menos, el gran maestro fue Edgar Allan Poe.
 Irving es un escritor a la antigua usanza, de esos que requieren tranquilidad y tiempo para ser leídos; esos que tienen una prosa lenta, ricamente adjetivada, con muchas frases subordinadas; un escritor, en definitiva, de "reposo y sillón orejero" (y si fuera posible, lumbre). Tal vez sea por ello por lo que ha caído en el olvido. En nuestro país se le conoce más por ser un enamorado del mismo, sobre todo de su tipismo y folclor. Fue diplomático aquí y escribió ese puñado de relatos que forman los Cuentos de la Alhambra, algunos de los cuales (los más fantasmagóricos) están recogidos en este pequeño volumen.
  El Romanticismo, obviamente, fue la reacción frente a ese racionalismo excesivo que conocemos como el Neoclasicismo, que dejaba de lado el lado más animalesco del ser humano (esta vez en el sentido positivo, como la reafirmación de los instintos, entre ellos el de supervivencia y su herramienta más útil, el miedo); ese Neoclasicismo que lo reducía todo a puro racionalismo hacía que, en literatura, predominase el ensayo sobre la narrativa (claramente se prefería explicar a contar). El Romanticismo rescata del pasado ese gusto por el lado oscuro que perdura hasta nuestros días, aunque parece que se haya escindido como una rama en lo que llaman "literatura de terror", pero nadie duda, creo yo, de los miles de hijos (literariamente hablando) que dejó gente como Poe, Víctor Hugo o el propio Irving.