domingo, 6 de enero de 2019

"Teutoburgo", de Valerio Massimo Manfredi.

 Siempre me pasa lo mismo: cuando salgo de vacaciones lo hago con varias novelas bajo el brazo y, aún así, siempre me quedo corto. Esta vez traje El Jugador y Brujerías, de Dostoievsky y Pratchett, para diez días, y a cuatro días del retorno tuve que buscar "desesperadamente" algo más. Vacacionando en una pequeña ciudad turística no hay verdaderas librerías sino papelerías y tiendas de regalo que venden unos pocos libros. Es de figurar la literatura que se puede encontrar en estas tiendas: no más de veinte novelas comerciales en edición bolsillo; así que me tuve que decidir entre lo que había y elegí esto:
 La portada no deja ya lugar a dudas: se trata de una novela histórica ambientada en época romana, a poco que suenen ciertos nombres se sabe que en Teutoburgo tuvo lugar una de las más temibles derrotas de las legiones romanas a manos de las tribus germánicas.
 En fin, creo que este subgénero narrativo de la novela histórica es el menos interesante para mí aunque sea superventas a nivel general (otra muestra más de mi singular rareza). No acabo de entrar a la novela histórica porque me parece (no se vea esto como gesto de vanidad por mi parte) una literatura facilona. Creo que lo es porque escribir una novela (un servidor se ha roto los cuernos con dos finalizadas y unas pocas abandonadas) tiene como grave dificultad, obviamente, pergeñar un argumento sólido y razonablemente verosímil, y en la novela histórica esto es hurtado a los libros de texto. Concedo que hay novela histórica de altísimo nivel (estoy pensando en Pérez-Galdós) pero es de autores tan sublimes que todo lo que escribieron quedó para la posteridad.
 Bueno, en esta novela en concreto me parece que el argumento principal que da nombre al texto está robado de la realidad lejana y que, pido perdón al señor Manfredi, es todo un tanto predecible. Debo estar siendo profundamente injusto pues Valerio Massimo Manfredi pasa por ser uno de los grandes escritores del país trasalpino, además de ser un reputado profesor universitario de Arqueología. No sé, tal vez sea que tengo prejuicios contra este tipo de narrativa que creo apologética de la detestable historia de la humanidad y tiendo a ver el vaso medio vacío. En todo caso, compré esta novela para que el viaje en avión se me hiciera más ameno (para poderme perder en las páginas de un libro en lugar de estar desesperado mirando al reloj cada cinco minutos) y en este sentido, Teutoburgo ha cumplido su función. Una vez más, la literatura (aunque sea de un subgénero que no aprecio) viene en mi auxilio y me libra de una jornada tediosa y molesta. 

"Brujerías. Una aventura del Mundodisco", por Terry Pratchett.

 Octava (o sexta, según se mire) entrega de la fantasiosa y a la vez extraordinariamente verosímil sociedad del Mundodisco. Ahora toca, como se sobreentiende por el título, al hilo argumental centrado en las brujas, con algún personaje conocido como Yaya Ceravieja y otros nuevos. En todo caso, persiste la mirada sarcástica e irónica de Pratchett que no deja títere con cabeza. Se burla de la soberbia humana, de nuestras ridículas vanidades; aquí no hay buenos o malos, todos son ridículos, cómicos, risibles y esperpénticos.
  Las tres brujas protagonistas principales (Yaya Ceravieja, Tata Ogg y Magrat) van a intervenir en la sucesión monárquica del Reino de Lancre. Como siempre, el más digno se mostrará como el más indigno, el más estirado como el más rastrero, el más noble como el más infame... tanto que no habrá finalmente mejor rey que un bufón ni mejor reina consorte que una bruja. En fin, alguno dirá que la sociedad del Mundodisco es demasiado irreal, a mí se me antoja que es exactamente nuestra sociedad sin la mentira, la hipocresía y el cinismo que se enseñorean de ella cada día.
 Y mientras tanto, la gigantesca tortuga cósmica Gran A'Tuin sigue volando por el Multiverso, con sus cuatro elefantes sobre su caparazón, quienes sostienen a su vez el Mundodisco.

Conclusiones tras haber leído "El jugador", de Dostoyevski.

 Al margen de la maestría en la descripción psicológica de los personajes, El jugador es un increíble fresco de la miseria de las ambiciones humanas. Para ser sincero, cuando leía esta novela breve pensaba en la semejanza entre el estereotipo ruso y el español: tipos presuntuosos, engreídos, con un afán desmedido por la riqueza súbita (recuérdese la famosa época del "pelotazo"); sin embargo, ampliando un poco las iras se ha de admitir que, en realidad, es un reflejo de la sociedad humana en general, independientemente de que hablemos de rusos, de españoles o de laosianos.
Imagen tomada de Wikimedia Commons
 En todo hombre, en toda mujer vive un pálpito ruin y mezquino que le impulsa a ser mejor que el otro. Esto en una sociedad capitalista no puede ser más que por el acúmulo del dinero y la ostentación del poder. En El jugador están representados desde la abuela aparentemente inmortal y a quien todos desean la muerte para poder heredar, que es incapaz de controlarse y dilapida su fortuna apostando kopek tras kopek aunque es consciente de que lo perderá todo; pasando por el ampuloso general, todo honor, todo altivez, todo arrogancia, ningún dinero, ningún escrúpulo; hasta los jóvenes arribistas (como el protagonista, evidente álter ego de Dosto) que juega a acompañar, seducir y de paso robar lo que pueden; por no hablar de las jóvenes que acompañan a la troupe, poco más que putas finas. Es, en realidad, un panorama desolador, sobre todo por su extraordinaria verosimilitud. Puede que no vivamos en estas ciudades centroeuropeas de finales del XIX que se disfrazaban como balnearios para ser poco menos que antros de perdición y prostitución, pero en nuestras modernas ciudades millones de sepulcros blanqueados viven y mueren en condiciones de inmoralidad extrema, tal cual Dosto nos pinta.