viernes, 1 de noviembre de 2013

Inciso cinematográfico: "We Are What We Are", dirigida por Jim Mickle

 Otra película que compitió en el pasado Festival de Sitges. No recibió premio alguno, aunque, según parece, sí fue del gusto del público. We are what we are.
  La cinta es la adaptación de otra mejicana, que también pasó por Sitges hace unos años, llamada Somos lo que hay. Busqué esa película en aras de conocer el original, pero no la he encontrado... En cualquier caso, esta dirigida por Jim Mickle me ha parecido muy interesante. Trata de una familia en el medio rural, aparentemente, aunque no se cita, de la Costa Este estadounidense, los Parker; sin dar muchas explicaciones se pone al espectador ante una familia muy tradicional, muy apegada a una costumbre extraña transmitida de padres a hijos... por otra parte son devotos cristianos... En principio una familia normal... ¿normal? ¡Ay de aquellos que caigan en sus manos! Los buenos de los Parker, tan timiditos, tan buenos chicos, tan tranquilitos en su pequeña granja... son caníbales. Se trata de un canibalismo ritual que practican con gran circunspección a la vez que leen las Sagradas Escrituras... toda una tradición. 
  Véase aquí cuán respetuosos son con sus inveteradas costumbres... Serán descubiertos cuando un forense local (que ha perdido a su hija, no hace falta decir cómo acabó) encuentra signos anatomopatológicos de la Enfermedad de Creutzfeld-Jakob en la fallecida madre.
 La actuación del elenco es francamente aceptable (no hay ningún/a chica/o mono/a al que estén lanzando), pero yo destacaría la fotografía, tan importante en una película de terror; en este caso consigue recrear un ambiente verdaderamente diferente y especial para la familia sin caer en la obviedad. 
 En definitiva, una buena película, aunque el final (un desaforado festival antropofágico) la desmerece un poco.

Cuando el maltratador no muere.

 Antaño los hombres no vivían gran cosa... cincuenta o sesenta años, alguno quizá llegaba a las siete décadas... vida suficiente para dañar a otros de forma indeleble, pero al menos se sabía que su fin físico (otra cosa es la memoria) no estaba lejos. Hoy en día, gracias a los avances médicos, nuestras vidas, las de todos, víctimas y maltratadores, se prolongan.
 Recientemente una venerable señora de mi familia lejana ha cumplido la friolera de ciento tres años; pues bien, esa augusta dama no tuvo escrúpulo alguno en desear públicamente la muerte de su primogénita muchas décadas atrás cuando esta le comunicó que estaba embarazada antes de casarse...
 Desgraciadamente no existe justicia alguna, ni terrenal ni divina, sobre las vidas de aquellos que infligen daño sobre otros. Los procesos biológicos y de la casualidad, indiferentes a sus comportamientos, dan largas vidas a aquellos que merecían desaparecer cuanto antes y cortas y atribuladas existencias a los que sufrieron maltrato.
 Con la no-muerte del maltratador, el maltrato recibido en la infancia perdura sin posibilidad de superación, repitiéndose cada día la agresión sufrida. En casos extremos la muerte del maltratado llega antes que la del maltratador, lo cual no supone sino una enésima victoria de la brutalidad y la crueldad sobre la sumisión y victimización.